jueves, 29 de julio de 2010

Dos en uno




Estas fotos me fueron enviadas por el colega Galván de Maipú.
Seguramente la idea genética era hacer dos terneros, pero la ejecución del plan no fué muy acertada porque quedó solo un cuerpo con dos cabezas y dos colas.
Esto me hizo acordar de un compañero mío de primaria que afirmaba que era excesivamente gordo porque "eran dos personas en una". Vaya a saber quien le había metido semejante cosa en la cabeza.


domingo, 25 de julio de 2010

Teresa y las abejas

Supe tener la veterinaria en un local ubicado justo en la entrada sur del pueblo. La última calle es de tierra y enfrente vivía una señora muy mayor de edad y muy menor de cuerpo. Chiquita y llena de arrugas, pero vivaracha, chistosa y piscueta. Si me veía, siempre paraba un rato a conversar de pasada “al centro” para hacer los mandados.
Pero ese día fue distinto. Yo estaba en mi oficinita trabajando, y de pronto oigo las campanitas de la puerta que se agitaban con violencia y los gritos: -¡Spinelliiii! ¡Spinelliiii!- Corrí sobresaltado hasta el local, y me la encontré a ella hecha un ovillo y a mi empleada que la sostenía asustada.
-¿Que pasó Teresa? ¿Qué pasó?- Le pregunté notando que por lo menos no había sangre a la vista.
-¡Las abejas!¡Las abejas Spinelli! ¡Ayudemé!- Y se agarraba la cabeza.
Como pude la tranquilicé, y la ayudé a sentarse sobre unas bolsas de alimento balanceado que tenía allí mismo. Y ahí me contó mejor. Resulta que había pasado el camión de un apicultor trasladando varios cajones de abejas justo cuando ella cruzaba la calle. Y claro, cuando las curiosas obreras vieron la cabeza entrepelada de la dama, habrán creído que era una amenaza y allí le cayeron sin piedad.
-¿A ver?- Le dije y me puse a apartarle los pocos pelos overos con la mano…¡Y encontré el primer aguijón! Y después otro y otro. En total le saqué once agujas envenenadas del cuero cabelludo.
Y lo más lindo fue que la buena de Teresa, cortita como era y sentada allá abajo en las bolsas, me abrazaba las piernas mientras yo trabajaba, encontrando no se que consuelo en esto y provocando la sonrisa socarrona de mi empleada.

martes, 20 de julio de 2010

Tengo un plan


Los que me conocen bien me han escuchado decirlo.
Mi plan es trabajar fuerte en la profesión hasta los 100 años. Las tareas en el campo demandan mucho esfuerzo, así que creo que a partir de esa edad es conveniente hacer algo más reposado como escribir.
La verdad es que es tan apasionante nuestro trabajo, y hace tanto bien a la mente y al cuerpo, que más que cansar, nos descansa. Nos llena de energía y nos hace brotar ideas como hongos después de una lluvia.
Ya sabemos que no siempre los planes se pueden cumplir, pero es bueno tenerlos porque nos ensanchan el horizonte. Pronto van a hacer 30 años de mi egreso, pero me quedan todavía 48 más de actividad. Así que en ese tiempo tendré muchísimas cosas más para aprender, otro montonazo de casos buenos para resolver (o no) y miles de historias para contar.
Y en algún momento volveré a los claustros para transmitir lo que pueda a cuantos pueda.

lunes, 19 de julio de 2010

El laser de galio

El hombre, de apellido San Martín, llegó una tarde a nuestra oficina en la Expo de Palermo, pidiendo unos minutos para promocionar algo revolucionario. Estábamos los cuatro veterinarios del Servicio y nuestro jefe. Lo hicimos pasar y entonces, con gestos teatrales y voz de locutor, el tal San Martín nos mostró…¡Un laser de galio! Y con santa paciencia nos explicó que este laser especial entrega energía a las células dañadas, haciendo que los electrones de todos sus átomos tomen órbitas más alejadas del núcleo, adquiriendo así esa energía del laser para procesos de reparación.
-¿Alguno de ustedes tiene algún dolor?- Preguntó San Martín. –¡Si quieren lo probamos!-
Y nuestro jefe, decidido, se adelantó diciendo que desde unos días atrás tenía un dolor persistente en el cuello, tal vez producto del stress de la atención sanitaria que habíamos encarado.
-¡No hay problema!- Dijo San Martín. Y le apunto el pistolón directamente al área afectada. Pero parece que mientras el tiqui-tiqui del laser bailaba por detrás del oído derecho, alteró también el aparato vestibular de la víctima, porque de pronto el jefecito se puso blanco y duro, y cayo redondamente de cabeza contra un escritorio.
San Martín, asustado hasta lo increíble, se zambulló sobre el jefe tratando de reanimarlo y balbuceando montones de boludeces. Estaría calculando la cagada que se le armaría si el hombre se moría allí mismo.
Por suerte el Dr. Juan, que así se llamaba el jefe, abrió los ojos y fue recuperando de a poco la normalidad. Ahí estuvimos un buen rato tratando de interpretar lo que había sucedido, pero lo mas grande fue que a partir de ese día no volvió a sentir ningún dolor en el cuello.
Y tan contento quedó nuestro jefe, que el día que vinieron a avisarnos que un caballito de la raza petiso argentino había tenido una lesión lumbar, no dudamos en volver a llamar a San Martín ¡Pero esa es otra historia!

sábado, 17 de julio de 2010

¡Esto está vivo...

.... y se mueve para cualquier lado!!! Ayer subí ese escrito mínimo que se llama "Estudiar y aprender" y salió atras de uno anterior y con otra fecha. ¡Madre mía! A veces estas máquinas dan miedo... Se siente como que tienen vida propia. Por suerte hasta ahora la PC no me habla como los bicharracos del campo, pero está visto que a veces hace lo que se le dá la gana

jueves, 15 de julio de 2010

El pez por la boca muere

Estamos pasando una semana particularmente fría. Dicen que por la ola polar. La cuestión es que salir al campo se hace duro. Además llovizna a cada rato y hoy está cayendo nieve para redondear.
Yo siempre con ganas de chiste atiendo ayer el teléfono. Eran las cinco de la tarde y recién llegaba a la veterinaria cacareado de frío y con ganas de mate.
-¡Hola! ¿Jorge?-
-¡Sí Rodolfo! Soy yo ¿Ya tenés la vaca encerrada para partear o la agarramos en el medio del campo así nos dá un poco mas el viento? Le dije riendo de mi propia ocurrencia.
Silencio
-¿Rodolfo?-
-¡Sí Jorge! ¿Como sabías que tenía una vaca para partear?-
Ahora el silencio fué mío
-¡No puede ser!- Le dije. -Yo te hacía un chiste-
-¡Pero yo no! Venite pronto antes de que se ponga oscuro- Y ahora se reía él.
Preparé las cosas resignado. Me volví a emponchar y salí a atender la parturienta.

miércoles, 7 de julio de 2010

Estudiar y aprender

Es apasionante estudiar. Pero más que estudiar es apasionante saber o aprender algo nuevo ¡Cuanto placer hay en el descubrimiento! En abrir una ventana en el cerebro y que entre una idea o un razonamiento redondito como si fuera un rayo de luz.
¿No han tenido momentos en que estaban escuchando un profesor, o a quien fuera, o leyendo algo que les parecía complicado, y de golpe se les escaparon todas las nubes y entendieron? ¡Qué sensación reconfortante y tibia! ¡Qué bueno! Es un placer físico, o casi.
Y lo mejor de todo es que podemos disfrutarlo a cualquier edad y en cualquier condición. Le pasa a un estudiante desde el preescolar hasta la Facultad. Todavía hay chicos que recuerdan, quince años después, la alegría que tuvieron cuando en el Jardín de Infantes les fui mostrando los órganos internos de un ternero para terminar en el descubrimiento de un hermoso fetito. Y todavía son muchos los alumnos del curso de neurofisiología de la Facultad que sonríen al recordar lo que sintieron al comprender como es que la emoción está tan asociada al aprendizaje en una rata o en un humano.
Y que se puede aprender y tener razonamientos exquisitos en cualquier condición lo prueban seres tan excepcionales como Stephen Hawking, capaz de “descubrir” los agujeros negros del universo solo con el inmenso poder de su mente, en un cuerpo casi sin vida.

Agiles y fuertes

Y buscando la fórmula del bienestar me hice una excursión hasta una reserva de animales silvestres en Sierra de la Ventana. Dejé la camioneta al pie de un cerro, cargué el equipo de mate y me largué a caminar sin rumbo. Después de pasar un hilito de agua de manantial que se deslizaba entre las piedras, encontré lo que buscaba. Un hermoso ciervo colorado que me vio llegar de lo más tranquilo, y me preguntó quién era. Le conté que era un veterinario de San Manuel y que andaba buscando la fórmula del bienestar entre los animales salvajes, o casi salvajes.
-¿Ajá?- Exclamó el ciervo -Yo me llamo Florencio y nací acá nomás. Atrás de aquella sierra- Dijo señalando con la punta del hocico -Es un buen lugar ¿Y qué es lo que quiere saber dotor?-
Contento con la buena predisposición del aspudo, le pregunté directamente: -¿Cómo es que ustedes, los animales que viven libres, siempre están en buen estado físico y se mantienen ágiles hasta que son viejos?-
Florencio se rió con ganas -¿Y eso es lo que quiere saber? Pero si parece que ustedes fueran ciegos o…-
-¿O qué?- Pregunté divertido, adivinándole la intención.
-No se ofenda dotor. Pero los humanos parecen ciegos o tontos. Vivimos con ustedes desde que el mundo es mundo y por más que nos miran y nos estudian no aprenden. Para estar sano, ágil y fuerte hay que vivir naturalmente. Caminar, correr, saltar, moverse y jugar mucho. Todo el tiempo ¡Pero no! Se empeñan en hacer todo lo contrario. Para ir de un lugar a otro, por más cerca que sea, se suben en algún vehículo, no corren ni para alcanzar el colectivo, jamás saltan aunque sea para bajar una fruta de la planta, Se mueven poco y nada, y los juegos que hacen o son con una computadora u con un mazo de cartas-
-¿Y vos como sabés todo eso?- Le pregunte asombrado de los detalles que conocía de nuestras costumbres.
-¡Vea amigo!- Me contestó -Seremos animales pero no estúpidos. Acá todo se sabe ¿O no hacen eso?-
-¡Y sí! ¡Muchos sí! Pero a otros nos gusta correr o hacer ejercicio-
-¡Boludeces dotor! Corren media hora y después se pasan el día frotándose aceites porque les parece que han hecho una hazaña ¿Usté quería el secreto para estar ágil aunque sea viejo? ¡Y bueno! Hay que hacer lo que le digo, caminar, correr, saltar, moverse todo lo que pueda y jugar mucho todos los días del año-
-¿Y bailar o trabajar?-
-¡Ah! Eso también puede andar bien. No se lo dije porque nosotros no bailamos y el asunto del trabajo sería motivo de otra charla. Pero también podría ser. Y diciendo esto, dio un tremendo salto y desapareció detrás de unas piedras. Y yo me quedé tomando mate y apuntando en rápidos garabatos las ideas de Florencio.

Días frescos

¡170 kg de gente sobre el hielo de una bebida!
¡Terrible! Hay días que el frío corta, muele, penetra, desgarra, atenaza, invalida, inmoviliza, lastima, lacera, hiere y perjudica. En que es pesado, denso, duro, terrible, azul, enemigo e invasor.
Y en esos días hay que abrigarse bien y seguir los consejos de un amigo correntino que trabaja en un campo acá cerca: -¡No hay que darle pelota doctor!-

Los conejos de Palermo

Aquel año de 1988, el Laboratorio Estrella Merieux, inauguró el servicio veterinario en la Exposición de Palermo, contratando cuatro profesionales con distintas orientaciones. Y allá fui yo. Ya tenía un buen tiempo de trabajo en la profesión, muchos casos vistos y horas de vuelo, pero no tantos como para perder la enjundia y la predisposición para atender cuanta bestia se me cruzara.
Así fue que, además de los bovinos, y como nadie se animaba a hacerlo, tomé también a mi cargo el galpón de aves, conejos y afines. Con aves había hecho bastante y conocía el paño, con algunos “afines” como chinchillas y nutrias también porque había trabajado en un criadero, pero con los que nunca había tratado era con los conejos.
Y entonces, fatalidad del destino, cierto día me llamó uno de los más importantes criadores del país para asistir un animalito suyo. Era un hermosísimo conejo macho de la raza Gigante de Flandes que pesaría unos nueve kilos y estaba enfermo. Caminé hasta el lugar tratando de recordar algunas particularidades de estos animales. El asunto de su ciego parecido al del equino, los detalles genitales que los adornan y cuantos datos tuviera en mi memoria. Mientras tanto, el tipo me iba contando lo que notaba en el paciente.
Llegamos a la jaula y allí estaba yacente la bestia. Y me encontré con que tampoco tenía idea de cómo agarrarlo porque abrí con decisión la puertita y estiré mi mano tomándolo por sus delicadas orejas.
El grito del dueño me paralizó: -¿Qué hace?-
Yo solté el bicho inmediatamente y lleno de confusión le contesté que tenía que revisarlo.
-¿Usted ha trabajado con conejos?-
-¡Nó! ¡Nunca! ¿Por qué? ¿Se nota?- Le dije sonriendo un poco para cortar el mal momento.
El hombre me miró unos segundos sin decir nada y después largó la risa -¿Y de donde sacó que los conejos se agarran de las orejas?-
-¡De los dibujitos de Bugs Bunny!- Contesté. Y ahí sí, el candidato se rió con ganas y me perdonó la barbaridad que podría haber dejado sin competir su conejo, ya que cuando se los levanta de las orejas se producen tremendas hemorragias.
Al hombre le gustó mi sinceridad y para ayudarme, me contó unos cuantos secretos de estos bonitos animales. Me vino bien, porque en los días siguientes tuve que atender un montón de casos respiratorios
¡Por suerte ya estaba canchero para agarrarlos!

La grasa de los animales


Creí que el tema de la alimentación había quedado terminado después de mi viaje a La Pampa y mi encuentro con el cerdo Damián. Pero a veces se dan casualidades que nos sorprenden. Y eso me pasó hace pocos días en la cabaña “La Rebelde”. Había ido a revisar algunos animales que van a Palermo este mes, y al pasar caminando desde el bañadero a la manga, alcancé a oír a Carancho, un toro senior que viaja por segunda vez, charlando con Chupete, el perro ovejero del cabañero. Carancho estaba atado al sol mientras se secaba después del baño, y Chupete se había acostado con las manitos cruzadas muy educadamente.
-¡Son locos!- Decía Carancho -Viven preocupados por su barriga y se matan tratando de estar flacos. En cambio nosotros ¡Cuánto más gordos mejor! Les gustamos obesos y ellos desprecian a sus humanos con kilos de más. Ya tengo casi cuatro años y soy un desastre. Apenas puedo caminar. Montar una vaca varias veces, ni loco, un salto y gracias. Mi semen está tan mal que para poder dejar crías van a tener que hacerme adelgazar y esperar por lo menos seis meses. Si llego a pisar una cueva seguro que me rompo una pata…¿Por qué no se dejarán de joder con esto?-
-¡Tenés razón!- Contestó Chupete -Hace poco se alzó la perra de Barragán, el encargado del campo ese donde hay vacas salvajes, y me di una vuelta por allá con otros compañeros ¡Tenés que ver lo que son esos animales! Toros y vacas ágiles, fuertes, con el pelo brilloso, sanos, y lo que es mejor, felices y contentos disfrutando de cada vaca que se alza. Ni un obeso como vos. Parece que cuanto más natural es la vida menos animales deformes se ven. Nada que ver con los que vivimos cerca de los humanos. O estamos obesos sin remedio o flacos como alambres-
Se quedaron pensando un rato.
-¡La verdad que los humanos son una porquería!- Dijo Carancho.
-¡Y sí!- Afirmó Chupete -Son unos bárbaros ¿Sabés de que me enteré?
-¡No! ¡Ni idea!
-Me dijeron que en un campo cerca de San Manuel hay un tipo que clava los pavos y los gansos a una tabla, perforándoles las patas con clavos de techo-
-¿Qué? ¿En Serio?- Preguntó Carancho, que se salía de la vaina de la calentura con semejante noticia.
-¡De verdad! Lo hace porque entonces nuestros hermanos con plumas no se pueden mover. Solo se agachan para comer y así engordan mas rápido.
Yo estaba atrás de la casilla escuchando asombrado y pensé: ¡Que bestia!
-¡Que bestia!- Dijo Carancho apenado.
Y estuvimos de acuerdo.

domingo, 4 de julio de 2010

El primer auto

Rómulo Leguizamón tuvo su primer auto a los 68 años porque su hijo le insistió que era lo mejor para venirse al pueblo, sobre todo los días fríos o de lluvia.
Y como el muchacho andaba en la compra-venta de vehículos en Mar del Plata, se le apareció un día con un impecable Falcon gris. El viejo lo miró entusiasmado y la mujer acarició despacito el tapizado negro con orgullo ¡Por fin el primer auto cuando creía que nunca iban a poder salir del sulky!
Pero Leguizamón no sabía manejar.
-¡No es problema! ¡Es fácil!- Dijo Rubén siempre optimista. Y se lo llevó al medio de un rastrojo de soja, y en unas pocas palabras le explicó el asunto de los pedales y los cambios ¡Total! Pensó Rubén. Para ir hasta San Manuel son solo seis kilómetros de tierra. El viejo va a andar bien.
Y el lunes a media mañana, después de recorrer, Leguizamón se subió a su auto y encaró para el pueblo para comprar galleta, y de paso florearse un poco.
Y llegó al pueblo nomás. Pero hizo todo el viaje en primera porque no atinó a poner segunda con la tensión de la manejada ¡Pero llegó! Igual él no tenía apuro.
Se bajó en la panadería, compró el pan, y estuvo conversando un rato con algunos conocidos. Dicen que estaba bastante agrandado. Y como a las 11 salió de vuelta.
También hizo el viaje en primera, casi a 20 kilómetros por hora, mientras el motor se enroscaba en un montón de revoluciones. Ese bramido oyó la vieja cuando Rómulo se acercaba y salió a recibirlo.
El pobre viejo levantó la mano para saludarla, el Falcon se le descontroló, encaró como venía contra unas plantas de eucaliptus al costado del galpón, y se estampillo contra un tronco.
Ahí nomás quedó el auto nuevo como dos meses. Don Rómulo, enojado, no quería ni mirarlo. Hasta que un día el patrón le dijo que lo sacara de ahí porque quedaba feo verlo todo deshecho contra el árbol.
Y Don Rómulo y su mujer siguen viniendo en sulky al pueblo.

viernes, 2 de julio de 2010

¡Que mala pata!




¡Hay que tener mala suerte! Esta pobre yeguita tobeana venía disparando con otros amigos por el potrero que pega contra el monte. Hace un tiempo arreglaron un alambrado y había quedado algo de material tirado entre las pajas.
La cuestión es que pisó en un lacito de alambre y al pegar el tirón, el lazo se cerró y ahí nomás quedó el vaso que se vé en la foto del medio.
¡Cosas que pasan!


Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...