viernes, 31 de diciembre de 2010

Curas camperas

éUstedes piensen que, por lo menos en America, los humanos convivimos con caballos y vacas desde hace 500 años y en casi todo este tiempo, no ha habido veterinarios disponibles para curar las bestias. Así el ingenio ha cubierto esa necesidad y las gentes del campo han ido logrando destrezas mas o menos grandes para componer a sus animales descompuestos.
Las famosas curas camperas.
En ambientes académicos hay una notable tendencia a subestimar estas habilidades, pero a poco de empezar a recorrer el campo, cualquiera se da cuenta, sin ser de lo mas avispado, que hay miles de cosas para aprender y que son de provecho.
Cuando llegué a San Manuel y fuí conociendo gente vieja y sabia, me compré una libreta y la fuí llenando de apuntes con estas cosas. Hace poco la estuve releyendo y siempre me dá gusto encontrar algún detalle que había olvidado.
Ahí tengo recetas caseras para curar mataduras de caballos, empachos, opacidades de cornea, verrugas, sobrehuesos, diarreas, heridas de todo tipo y otro montón de malestares. Hay mucho de plantas medicinales de la zona y otro tanto de remedios al alcance de cualquier persona en el medio del campo. Y de ahí he sacado ideas para bonitos ensayos con un buen diseño experimental, que muchas veces confirmaron las bondades de tal o cual tratamiento.
Por eso me dió tanta bronca oir la charla de un joven colega en un Seminario de Cirugía al que asistí en Tandil hace poco, que afirmaba muy orondo que no puede ser que el 90 % de los potros en la zona en que él trabaja, los castrara "un paisano" (bien despectivo). Seguramente el pobre ira viendo con los años que hay muchas cosas que puede aprender de los paisanos para ser un mejor profesional.
¡Además! Si al "paisano" le confían el 90 % de los potros para castrar y no a él, por algo será.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Una muerte en La Numancia

A treinta kilómetros de San Manuel está el Paraje La Numancia. Hace mas de cien años era una posta en la línea de carretas que unía Tandil con Lobería. Allí se cambiaban caballos, se renovaban las provisiones para el largo viaje, se tomaba algo fresco y se jugaba mucho a las cartas, la taba o se conversaba para matar el tiempo.
Hoy se mantiene el boliche bastante bien ya que la Municipalidad de Tandil lo declaró de interés turístico.
La cuestión es que hace unos diez años, andaba en la zona un croto que vivía de lo que le regalaba la naturaleza y alguna caridad humana. Cada tanto caía en La Numancia y se quedaba uno o dos días. Era muy aficionado al mus, así que cuando se armaba alguna mesa, el tipo se prendía enseguida. Pero también era muy peleador y jodido. Y se ponía mas molesto con la bebida en la panza.
Esa tarde habían llegado algunos vecinos y dos camioneros, y pronto se pusieron de acuerdo para jugarse un partidito de mus. Y también se arrimó Ledesma. El croto en cuestión.
Me contaron que estaba muy mamado y tenía la lengua dura por la ginebra, así que casi no podía hablar. Le cantaron órdago, y como no tenía nada, lo quiso ganar sin cartas, pero le salió mal la mentira y perdió. El que ganó, un tipo muy conocido por lo fanfarrón, se rió con ganas y apuró un trago de Gancia, pero Ledesma ya había sacado un cuchillo y se paró con esfuerzo por el alcohol, insultando a todos los parientes del otro y jurando que lo iba "a abrir".
Dicen que el insultado, sin que se le moviera un pelo, arrancó un revolver de la cintura, le apuntó al pecho y le tiró.
Los milicos de Tandil llegaron como una hora y media después y todavía estaba Ledesma en cuatro patas, largando bocanadas de sangre cada tanto. Murió en el viaje al hospital. No jodió mas.

domingo, 26 de diciembre de 2010

La hernia de Mimosa

Así se veía la pobre cuando llegué a atenderla


Al incidir la piel me encontré una gran masa intestinal en la cavidad herniaria

Acá se vé la sutura de la pared desgarrada. Era una abertura de unos quince cm.

Martinez y Mimosa contentos apenas terminada la operación
¡No! ¡No! ¡No me pégues! Le dijo Mimosa, la lechera de Martinez, a la imponente vaca Limousin que con sus aspas, tiene asustados a todos.
De todas maneras el golpe a la panza de Mimosa llegó igual. Sintió un desgarrón y un dolor agudo, pero como el umbral de dolor de las vacas es mas alto que el de otras especies domésticas, no aparentó nada anormal, cuando Martinez la ordeño un rato mas tarde.
Al día siguiente Mimosa tenía un bulto en la zona inguinal, del tamaño que se vé en las fotografías y Martinez me llamó bien temprano.
-¡Enseguida voy!- Le dije. Y salí a todo vapor hasta El Cerro, el campo donde trabaja este hombre.
Pronto vimos que había una hernia importante y decidí operarla. Por suerte quedó bien. Ya lleva casi un mes de reparada y solo hubo un inconveniente a los pocos días de la intervención, ya que se había tapado el drenaje, juntó una enorme cantidad de líquido debajo de la piel y Martinez me llamó asustado diciendo que creía que habíamos fracasado.
Ví a Mimosa por última vez antes de Navidad y como regalo para estas fiestas me obsequió un guiño del ojo izquierdo y una materia fecal de consistencia inmejorable ¡Que bueno!


miércoles, 22 de diciembre de 2010

Aves y mamíferos

¿Vieron que todas las aves levantan vuelo contra el viento?
En cambio vacas, caballos y ovejas, en los días de tormenta, ponen sus cabezas a favor del viento para que la lluvia o el granizo los azoten en las nalgas y no en el hocico.

viernes, 17 de diciembre de 2010

¡Se equivocó la paloma!

Beto y Paloma en el último ensayo fatal

El asado final con algo de baile a los postres


Siempre quedan historias para contar detrás de cada obra de teatro, pero anteayer nos pasó algo increíble. Estábamos por presentar “El romance del Beto y la Paloma” en la escuelita rural Nº 27.
Los protagonistas, un paisanito pobre que es Beto, y una linda chica como Paloma, sufren el acoso de la madre de ella que pretende algo mejor para su hija. Entonces deciden simular el suicidio de Paloma para presionar a la vieja tratando de que cambie de opinión.
Cae entonces Paloma aparentemente sin vida y Beto se acerca desconsolado al cadáver de su amada. En ese momento libera una paloma de verdad que llevaba escondida en su boina y atada con un hilo de nylon a la mano, permitiéndole volar unos cinco o seis metros.
-¡Ahí vá el alma de Paloma! ¡Mire lo que ha hecho!- Le grita Beto a su suegra, que se abraza a su otra hija con miedo y desesperación.
La cuestión es que pudimos conseguir una linda paloma montera el mismo día de la obra, y como es en el campo, recién nos juntamos a ensayar esta escena clave unos minutos antes de que llegaran los primeros vecinos de los alrededores, a los que hicimos esperar un rato en la tranquera para que no vieran lo que pasaba.
El escenario era el patio de la escuela, con el pastito bien cortado y el olor del asado que se hacía un poco más lejos, para la cena y brindis de fin de año.
Todo iba lindo hasta que Beto, de acuerdo con el libreto en cuestión, liberó la paloma de la mejor forma y esta, contenta de respirar aire libre, voló, voló ¡Y se fue para siempre!
El estúpido del director (o sea yo) la había atado mal.
Siguió un momento de desconcierto. Todos nos mirábamos en silencio hasta que armado de valor, le dije a Leticia, la maestra: -¿Tenés el teléfono de Carlos?-
Y Carlos, otro de los padres que vive en un campo cercano, trajo un pollo gordo y negro que actuó de paloma, aunque por más que quisimos no levantó vuelo y se limitó a correr desesperado por la escena, hasta que Beto lo abrazó amorosamente y siguió con la actuación.
¡Eso sí! El asado estuvo buenísimo y las risas y bromas por el asunto de la paloma perdida, siguieron hasta las dos de la mañana.

martes, 14 de diciembre de 2010

¡No siempre se puede!

Antonio pasó sus últimos años literalmente en una nube de pedos. Tomaba desde que se levantaba hasta que se acostaba, rodeado de perros de todos los tamaños. Y se notaba que a veces la vida se le hacía pesaba.
Por eso un día agarró loma abajo del pueblo rumbo a una planta de silos en la Estación de Ferrocarril. Como siempre con sus perros.
-¿Como andás Antonio?- Le preguntó un vecino cuando se cruzaron
-¡Contento hermano! !Me voy a matar!-
-¿Que? ¿Estás loco?-
-¡Que voy a estar loco! Me tiro de un silo y nada mas ¡Chau hermano!-
Y continuó pata y pata su camino.
El otro lo siguió disimulando, y despues contó lo que pasó:
Resulta que Antonio llegó hasta los silos y estuvo un rato eligiendo el mas cómodo para sus propósitos. Subió la escalerita con esfuerzo porque el desayuno con vino siempre lo ponía en mal estado. Por fin llegó hasta el techo, y se quedó un rato parado mirando el vacío. Abajo, en el pajonal que rodeaba la planta de silos, los perros le aullaban inquietos como presintiendo. Y por fin Antonio se tiró de cabeza.
¡Se mató nomás! Pensó el que espiaba. Pero la cosa se había complicado.
Como estaba tan mamado y con el cuerpo flojito, Antonio dió una voltereta en el aire y en vez de caer de cabeza, cayo de lomo sobre un perro galgo que no alcanzó ni a gritar.
La cuestión fué que el suicidio terminó con la víctima sin ningún daño y el pobre perro aplastado.
Al rato los amigos se cruzaron de nuevo. El espectador no aguantaba la risa y menos cuando Antonio, con el perro muerto cargado en el hombro le dijo:
¡Que cagada me mandé hermano! ¡Por querer matarme liquidé mi mejor perro!

sábado, 11 de diciembre de 2010

El último pial

Llegaron a la final los Bocasucia de Energía y los Invencibles de Orense. Los dos equipos tenían méritos de sobra para quedarse con el premio en el concurso de pialada de potros por equipos. Pero los Bocasucia tenían a Egidio Maritorena.
Egidio Maritorena era correntino. Muy petiso, flaco y oscuro. El cuerpo fibroso y ágil, y montones de años encima. Trabajó en la estancia Los Alamos desde que llegó de su provincia. Manejaba el lazo como ninguno.
Ese domingo se habían juntado mas de seiscientas personas en la fiesta criolla de San Cayetano y solo faltaba largar el último potro para los Bocasucia. Los dos equipos venían empatados en puntos y todo dependía de aquél último animal. Era un picazo grandote y arisco el que metieron en la gatera.
Cuando se abrió la puerta, el potro pegó un salto y se largó a la carrera entre los hombres que revoleaban. A la izquierda y tirando de reves, primero Luis Molina y despues Egidio y a la derecha, de volcado, Marcelo Pereira y "Cococho" Alvarez.
Todo fué muy rápido. Molina y Pereira erraron, y casi al mismo tiempo tiraron Cococho y Egidio. Los lazos se abrieron en el aire como banderas gigantes. El de Cococho toco el suelo y antes de cerrarse vió pasar el potro por su hueco como un rayo. Se lo había tragado. Y un instante despues, la cuerda brillosa de Egidio, se posó apenas sobre el pasto y levantandose como una víbora, quedó esperando las manos del bruto, para tomarlo y subirsele hasta el pecho.
Y despues lo de siempre, el lazo que se cierra como un milagro, cae hasta las cañas y Egidio, así chiquito y flaco, que se recuesta apenas y con baquía incomparable pega el tirón justo, para hacer que el animal se desparrame en el aire y caiga limpiamente de costado.
Siguió la ovación, el concurso para los Bocasucia, y Egidio que subió al escenario a recibir el premio con el infaltable cigarrito colgando de sus labios.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Un día de yerra

Manejar el lazo es un arte. Y no hablo de los que lo usamos para trabajar y nos defendemos algo, sino de los verdaderos artistas que se crían correteando ovejas, terneros y grandes animales, con sus cuerdas bien engrasadas. Da gusto estar en una yerra y deleitarse con los enlazadores y pialadores que abundan por estas pampas.
Allá repuntan un lotecito de terneros en un rincón y el maestro enlazador, siempre bien montado, avanza con el lazo en la mano y una armada lo mas grande posible para que el tiro sea vistoso. En cuanto elige a uno de los terneros revolea suavemente, y como si fuera facil lo dificil, lo "toma" limpiamente y sale con él de tiro entre dos filas de buena gente pialadora que se cruza chistes y alaridos. Llegado a la punta del callejón lo suelta y el animalito, al buscar a sus compañeros, se manda a la carrera entre montones de lazos que se alzan en el aire. Y salen entonces los tiros de volcado o de reves hasta que alguno lo piala de la mejor manera y el animal, sujeto de ambas manos, cae dando una vuelta en el aire, mientras algunos corren a "apretarlo" y manearlo, dejandolo listo para castrar, marcar y eventualmente señalar con alguna muesca en la oreja.
Y mientras los hombres trabajan y juegan incansables toda la mañana, cerquita de un fuego grande, un criollo mayor y con algún achaque que no lo deja trabajar, se esmera haciendo un cordero al asador y montones de chorizos y testículos recién sacados en la parrilla, las mujeres preparan las ensaladas para el mediodía, empanadas jugosas y crocantes, algún fiambre para picar antes de almorzar, pasteles bañados en exquisito almibar y algunas especialidades propias de cada casa, como el lechón arrollado o el matambre relleno.
La mesa larga se prepara a la sombra de las plantas mas frondosas y se lucen las jarras con vino tinto frío y las de jugo para rebajarlo. Alguno que se ha cansado, se acerca a la mesa cada tanto y despues de algunos tragos apurados y algun chiste con "las chicas", vuelve animoso al trabajo recuperado del todo.
A mediodía se hace un alto, y todos corren a lavarse en la bomba o el tanque, y toman posiciones frente a la mesa inagotable, comiendo y tomando cantidades enormes de aquellos manjares, hasta que medio adormecidos por el cansancio y el manducaje, se recuestan en los pastos a escuchar al infaltable cantor y guitarrero, que alterna con el que improvisa versos picarescos llenando de risas el ambiente. Y por fin, el encargado de la yerra, parandose gravemente, indica que la cosa debe seguir y sale al tranco hasta el corral para ensillar el caballo y recomenzar la tarea. ¡Así son los días de yerra! ¡Una fiesta!

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Salió el sol

Hoy es feriado. Recién vuelvo de atender un padrillo bayo cuarto de milla, muy golpeado, y aprovechando que la veterinaria está cerrada hice unos llamados para saber como siguen algunos pacientes.
Llamado 1: La consulta era por una vaca Holando vieja, que tuvo un desbalance mineral agudo, a la que en el día de ayer hice un tratamiento de emergencia.
-¿Hola Pedro?
-¡Sí Jorge! ¿Como estás?-
-¡Bien! Quería saber como anduvo la vaca-
-¡Ah! Se murió como dos horas después que la atendiste-
¡Chan!
Llamado 2: Se trata de otra vaca Holando, a la que la semana pasada reduje una hernia abdominal causada por un tremendo golpe en la panza. Venía bien pero...
-¿Hola Rivero?
-¡Si Jorge! ¿Como anda?-
-¡Bien! Quería saber como está la vaca-
-¡Ah! Justo lo iba a llamar. Me parece que se le abrió de nuevo la hernia porque ayer le ví un bulto otra vez-
¡Chan!
Llamado 3: Este caso es el de una ternera Angus con signos nerviosos de torneo, incoordinación y ataxia a la que traté el jueves pasado.
-¿Hola Marcelo?
-¡Si Jorge! ¿Como anda?-
-¡Bien! Quería saber como sigue la ternera-
-Igual. No mejoró nada. La largué al potrero con la madre pero no dejó de dar vueltas-
¡Chan!
Llamado 4: Ya con el ánimo por el suelo despues de la recorrida telefónica, hice el último llamado para preguntar por un ternero que según mi pronóstico a esta altura debía estar remuerto. Tenía un cuadro de embotamiento, disnea, hipertermia, postración e imposibilidad de pararse. Lo había atendido el sábado pasado.
-¿Hola Beto?
-¡Sí Jorge! ¿Como andás?-
-¡Bien! ¿Y? ¿Se murió el ternero nomás?-
-¡Que se vá a morir! Anda feliz y contento-
Y esto solo me compensó el desánimo que me iba ganando. Como decía el inolvidable Olmedo: "Siempre que llovió paró"


sábado, 4 de diciembre de 2010

Un parto de año nuevo


1º de enero. Estabamos en Necochea después de una noche de fiesta y me llaman los Requena, una familia de la zona de San Manuel, porque tenían una vaquillona que no podía parir. Dejé a los míos preparándose para pasar el día en la playa, y monté en mi viejo Renault 12 con rumbo a la veterinaria a cargar los útiles de trabajo, y despues al campo "La Oración".
Llegué pasado mediodía y me encontré un montón de autos y otro montón mas grande de gente. Los Requena se habían juntado la noche anterior y por ahí andaban chicos y grandes repartidos entre un picado de futbol, alguna mateada a la sombra de las plantas y otros ya metidos en el tanque australiano dandose los primeros chapuzones. Detras de la casa se asaba despacito un cordero gordo.
Precisamente cerca del tanque, pudimos por fin voltear a la parturienta y casi todos los Requena se fueron acomodando en el terraplén, que quedó formando una pequeña tribuna. Para la mayoría, gente de ciudad, la posibilidad de ver una cesárea era cosa increíble y se los veía de lo mas excitados.
Fuí preparando la operación, contento de poder trabajar con tanto público. Apliqué la anestesia local, rasuré y lavé la zona de la operación, y cuando tomé el bisturí para incidir se hizo un gran silencio. La hoja afilada corrió por la piel y cuando brotó la sangre de la herida, a mis espaldas se oyeron clarito las arcadas y el ruido de la vomitada de Rafael, un primo de Olavarría, que se vé que era algo delicadito de estómago. Retirado el afectado con algunos acompañantes, la cosa siguió normalmente hasta que al cortar el útero y aparecer la patita del ternero, la que cayó fué Virginia. La vistosa muchacha se desmayó y rodó por el terraplén casi hasta donde estaba la vaquillona, haciendo que varios parientes corrieran solícitos a auxiliarla. Y el desbande llegó cuando se movió la masa de gente y Rodolfito se desplomó de espaldas dentro del tanque. El muchachito estaba sentado en el borde y se empezó a sentir mal, pero en lugar de pedir ayuda quiso aguantar, y al final terminó de cabeza en el agua.
Ya el asunto era un despelote general, así que les pedí que dejaran el campo libre no fuera cosa que cortara a alguien con el bisturí, y terminé la cesárea solo con Carlos Requena entre risas y comentarios.
A la ternerita pampa le pusieron de nombre la vomitada, en honor a la descarga de Rafael. La anécdota quedó para siempre en la familia y se repite en cada fiesta, solo que a estas alturas y con el paso del tiempo, ya aseguran que fueron quince los desmayados.

jueves, 2 de diciembre de 2010

La entrada en calor


Domingo de maratón en San Manuel. Pleno mes de febrero y un solazo que para las nueve de la mañana ya castigaba de lo lindo. Yo me había anotado medio por compromiso porque hacía rato que no salía a correr, pero era la maratón del pueblo y me pareció que tenía que estar.
Temprano me fui hasta el Club de pesca a inscribirme, y me encontré con muchos amigos y conocidos de otras carreras. Hay gente que se recorre todos los circuitos de la zona y caras que se repiten.
Media hora antes de la largada empezamos a calentar dando vueltas a la plaza y yo, entusiasmado con las conversaciones y reencuentros, le metí sin parar no sé cuantas vueltas matizadas con “pasadas” a fondo de una cuadra. Calculo que habré hecho unos ocho kilómetros en esos trabajos.
Normalmente cuando corro me pongo colorado por el esfuerzo, pero ese día la falta de entrenamiento, el calor y estos preparativos, habían hecho que estuviera de un morado bastante particular, tanto que Miguel, un amigo del pueblo me dijo al pasar: -¡Ché! ¿Después de esto vas a correr también la carrera? Me parece que se te está yendo la mano con la entrada en calor-
Le contesté a las risas que lo hacía para intimidar a los rivales, pero la verdad ¡Ni que me hubiera hechado un maleficio!
Largué la carrera bastante bien aunque sentía en las piernas la carga de la movida. Los primeros kilómetros pasaron sin novedad, pero algo no andaba bien, hasta que faltando solo dos mil metros, el gemelo derecho se me hizo como una torta y me quedó la pata dura de tal manera, que apenas alcance a cruzar la meta caminando suavecito mientras charlaba con otro corredor que también había sufrido algunos desperfectos.
De todas maneras me puse contento cuando Omar, el muchacho que organizaba la carrera me dijo que en estas cosas ¡Terminar es ganar!

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...