domingo, 17 de junio de 2012

Ser joven no es garantía


Cualquier ser vivo necesita aprender. Sobre todo los humanos.
Debemos aprender primero, para poder dominar cualquier actividad. Para eso se creó el sistema educativo, para eso existen los tutores, y para eso se precisa un tiempo que permita madurar.
Un gran mecánico tuvo primero que barrer los talleres, después lavar piezas y armar cosas simples, para más tarde aventurarse en tareas complejas, con el jefe guiándolo a su lado, mientras fue incorporando los mil secretos del oficio.
Un médico confiable no solo pasó montones de horas estudiando, sino que se fogueó en una agotadora residencia, donde fue atendiendo pacientes enfermos, bajo la tutela de un mayor que lo ayudó y supervisó en sus primeros pasos.
Así sucede con cualquier actividad. Desde el peón rural hasta el veterinario, pasando por los molineros, alambradores, sogueros, comerciantes, matarifes, transportistas y tantos otros.
Nadie nació sabiendo.
Por eso me preocupa ver que en muchas funciones de gobierno, tarea especial si las hay, ya que de ella depende la vida de millones de personas y la salud del país, se prioriza la poca edad como un valor, en desmedro del conocimiento y la experiencia.
¿Cómo puede un tipo que no sabe nada de aviación ni de sus vericuetos, estar al frente de la empresa aérea del Estado? ¿O algún otro iluminado que no tuvo al petróleo entre sus temas de estudio y trabajo, dirigir en la práctica la más grande compañía del país dedicada a la explotación de los hidrocarburos? Y allá vemos otro muchachito a cargo de la administración de la enorme masa de dinero del sistema jubilatorio, cuando ha hecho muy poco desde que salió de la Facultad como para justificar ese cargo.
Esto no es normal. Porque cuando uno aprende minimiza los errores, así que estos pobres gauchos están destinados a errarle feo. Lo malo es que las macanas que hagan no las van a pagar ellos ¿O sí?
¡Que lo parió! Dijo Mendieta  

jueves, 7 de junio de 2012

El frío y Edelmiro

Tipo curtido para el frío era Edelmiro Reguilon. En los días mas violentos de helada, viento y escarcha, se lo veía andar por el pueblo de lo mas campante, solo con camiseta musculosa. Decía que tenía el cuerpo preparado para aguantar lo que viniera. Tal vez era cierto, porque cuando todos sus compañeros de trabajo sufrían emponchados hasta las orejas, y largaban vapor blanco por bocas y narices al conversar, él solamente demostraba alguna reacción, tomando un color morado en el cuero y los labios. Pero nada más.

Los más chiquitos lo miraban asombrados. Y los mas grandes también. Nadie se explicaba como podía soportar temperaturas bajo cero y seguir vivito y coleando. El disfrutaba de esa notoriedad y hacía lo que podía para mantenerla.

Hasta el día de la nevada grande.

San Manuel amaneció tapada en blanca nieve. Los más madrugadores se apuraron a despertar al resto para compartir la novedad. Cuentan que Edelmiro abrió la ventana de la casa de los empleados, del campo donde trabajaba, y pareció que miraba un tarro de dulce de leche, porque se le llenó la cara de gusto. Ahí nomás salió al patio, lógicamente solo con los calzoncillos puestos, y manoteando grandes pedazos de nieve empezó a frotarse el lomo y la panza.

Al mediodía tenía fiebre. A la tardecita lo internaron con un principio de neumonía.

Las enfermeras se reían cuando contaban que el tipo, enfermo como estaba, se negaba a que lo tapen “porque no quería pasar calor”. Por suerte la calefacción de la sala y los antibióticos que le dieron, ayudaron para que se recuperara en pocos días.

Ahora anda con un pulovercito liviano casi todo el año.

Parece que el susto le hizo efecto.



Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...