martes, 31 de julio de 2012

Días de frío


¡Qué bárbaro! Está haciendo un frío grande por estos lugares. Se han helado hasta las ramas bajas de los eucaliptus. Casi todas las mañanas se ve el campo blanqueando y el lomo de los animales con escarcha fina. Ellos comen como si nada. No le dan pelota a la temperatura. Anteayer me tocó salir antes del amanecer. Tenía que hacer una necropsia a una vaca muerta en la tarde anterior. Llegué al campo. Me puse un pulover de lana gruesa sobre la ropa, y después el mameluco. Me calé la gorra hasta las orejas y caminé los cincuenta metros hasta el lugar donde la candidata se había despedido del mundo. Quise sacar agua de una bebida pero no pude romper el hielo. Me empezaron a doler los dedos de las manos, así que no perdí tiempo en ponerme a trabajar justo cuando el sol rayaba en el horizonte. Apenas podía sostener el cuchillo y el aliento se quedaba a las vueltas alrededor mío, convertido en nubes de vapor.
De a poco fui prestando más atención a las lesiones y menos a la frescura del día. La pobre vaca tuvo una hipomagnesemia aguda y no aguantó el chiste. Ahí quedó un ternero casi a término sin nacer, y una vaca menos en el número total del rodeo de Martínez. Cosas del campo.
Cuando terminé me acerqué al tanque australiano y pude sacar algo de agua porque el hielo era más fino que en la bebida. Ya no se sentía el frío. Y cuando me subí de nuevo a la camioneta para ir hasta el próximo trabajo, mis manos estaban otra vez coloradas y tibias.  

domingo, 29 de julio de 2012

A él le gusta coser


Es cierto que cada cual tiene alguna habilidad. Hay que saber encontrarla. Conozco gente que tiene montones de años pero todavía no sabe para qué tarea sirve. Y será por eso que parecen inútiles. En cambio, para Tarigio Pizarro, el paraguayo que vive y trabaja en “La Concepción” y al que apodan Tarugo, la vocación se le apareció desde chiquito. Le gusta coser. Me contaba un día, que se crió en un rancho de adobe en una estancia grande en la selva de su país. Tiene once hermanos vivos y cuatro muertos. Eran medio salvajes. Se pasaban el día jugando, peleando entre ellos y cazando cuanto bicharraco se les aparecía. Además salieron todos buenos pescadores. Pero al único que lo tentaba el hilo y la aguja era a él. Ni siquiera a sus hermanas, así que la buena de Abundia, su mamá, lo metió en los secretos de los hilvanes, los ruedos, el bordado y los surfilados. Medio a escondidas, porque esta siempre fue una tarea de mujeres, pero a él le gustaba. Después la vida hizo un desparramo con su familia y Tarigio terminó en Argentina, trabajando en el campo, cerca de Tandil.
Es un tipo de muy buen carácter. Enérgico, trabajador, incansable en las tareas de la manga y muy baqueano con los animales. Yo no supe de sus habilidades con la aguja hasta el mes pasado. Me tocó ir a “La Concepción” para atender el parto de una vaquillona. Tenía un ternero atrancado. Apenas asomaban las pezuñas entre los labios de la vulva y se veía que eran desproporcionadamente grandes para esa salida. Después de revisarla y evaluar la cosa decidí hacer una cesárea. Debía ser la sexta en pocos días.
-¡Sonamos Tarugo! Hay que abrirla- Le dije a Tarigio.
La volteamos, maneamos y preparamos en un ratito. Mientras hacía una bonita incisión y agarraba una patita de la ternera para sacarla, Tarigio, medio con desconfianza me dijo:
-¡Esta bueno esto de las cesáreas dotor! Me gustaría que me enseñara a hacerlas ¡Total! No le voy a sacar el trabajo a usté. Solamente es porque soy medio aficionado a la costura y si me deja probar va a ver como la coso toda-
Yo sabía que Tarugo no era tipo de andar macaneando, así que pensé que no tenía nada de malo dejarlo probar mientras yo lo fuera guiando.
-¡Está bien!- Le dije -Ayudáme a sacar esta ternera y te muestro como se sutura- Pero el tipo se rió y me dijo: -¡Ya se! Lo vi varias veces y se me ocurrió que se puede hacer un punto nuevo- Lo miré asombrado, y con algo de desconfianza, le di la aguja, el hilo y el portaagujas. Se mando una sutura increíble y con un leve cambió que me desconcertó, pero tuve que admitir que quedaba mejor que mi trabajo.
-¿Qué le parece dotor?-
-¡Increíble! Sos un maestro-
Cuando terminamos me invito a tomar mate en la cocina, me contó su historia y supe cómo había encontrado su habilidad, allá lejos en su rancho de Paraguay.

lunes, 23 de julio de 2012

Exportación de carne


No me salió muy cantor. Nada que ver con el otro. Es que Román me parece que es contrahecho. Tiene el ojo izquierdo medio cerrado, o tapado con alguna pluma, y será por eso que anda todo el día con la cabeza ladeada. Pero en viveza no se sacan ventaja. Este, al ser más calladito, se ve que asimila mejor las cosas en su cabeza de pájaro, donde las ideas vuelan.
Sin ir más lejos, ayer se puso a comentarme la última noticia de la radio.
-¿Qué me decís de la Argentina y la exportación de carne?- Largó así de golpe, dejándome frío por la sorpresa, como siempre.
-¿Cómo? ¿Qué carne?-
-¡No te hagas el sonso dotor!- Me dijo medio insolente -¿O no escuchaste lo mismo que yo?-
Y era verdad. Estábamos escuchando “Bichos de campo”, por Radio Rivadavia, donde un tal Longoni, decía que Argentina solo cubre ahora el 3% del comercio mundial de carne vacuna, cuando no hace muchos años, con el 25% o 30% de participación, era el primer o segundo exportador.
-¿Será que los que crían vacas no quieren trabajar?- Preguntó con un canto finito.
-¡No Román! El que cría vacas lo hace porque es un oficio que aprendió a hacer de chiquito y que lleva en la sangre, que no lo sabe hacer cualquiera, que cuesta toda una vida dominar y que si no lo molestaran, seguiría haciendo hasta morirse, pero imagináte que vos tengas un trabajo o una empresa cualquiera y un día aparece alguien a ponerte trabas a cada rato, a jorobarte con mil trámites burocráticos, a decirte cuando podés vender tu mercadería y cuando no, a cambiarte las reglas de juego cuando se le antoja y encima, a insultarte por televisión solo por ser criador de vacas…
-¡Si pasa eso, los mando a la rep…!
-¡Y bueno! Algo de eso pasa en Argentina y por eso hay tantas menos vacas y gente que las críe- 

domingo, 22 de julio de 2012

El Martín Fierro


José fue un tipo que creció y se hizo hombre en el duro oficio de rejuntar palabras. Es sabido que las palabras dichas no se pierden. Quedan para siempre a las vueltas por el mundo. Ahí nomás, al alcance de cualquiera como José, que se las sepa ganar.
Hombre campero, muy de a caballo, de lazo y boleadoras, trabajó sin descanso para llevar a su corral cuanta palabra suelta hubiera por la Pampa Argentina.
Se encontró algunas bien dóciles como “cordero” o “ternura”, que se dejaban conducir solamente con un chiflidito suave, pero en ocasiones, aparecían otras indomables como “redomón” o “degüello”, a las que tenía que enlazar y llevar a la rastra a su lugar.
Muchas veces, las palabras se entreveraban en frases o en versos floridos y daba gusto un arreo cuando eso pasaba.
Y así, con penalidades enormes y desvelos mayúsculos, José Hernández logró un día armar un rodeo extraordinario, del que con paciencia y sabiduría fue sacando lo mejorcito, para hacer el “Martín Fierro”, su más linda tropilla de palabras.
Entonces el hombre de campo tuvo su libro para siempre.

viernes, 13 de julio de 2012

Un negro trabajador


Hacía rato que no pensaba. Solo esperaba que llegara la noche para poder descansar un poco. El esfuerzo bestial de acarrear esa mercadería sobre los hombros durante horas y horas, le había dejado la mente en blanco. Tal vez a sus compañeros les pasara lo mismo, porque nadie hablaba. Se movían firme y regularmente desde la fábrica hasta el galpón.

A la pasada vio a uno que se cayó de costado, agobiado por el peso y tal vez, por llevar el bulto mal acomodado. Seguro un principiante.

Nunca conoció otro trabajo. Su vida era aquello y en el fondo le gustaba. Después de todo, el trabajo fuerte era en los meses de calor, pero menos agobiante en invierno, cuando los días eran más cortos. Tampoco tuvo novia. Los amores eran cosas de privilegiados. Los negros como él solo servían para trabajar.

Cuando se fue acercando al galpón notó un movimiento raro. Gente que corría sin rumbo y con la mirada perdida. Algunos vomitaban. El suelo estaba cubierto como de nieve, pero con un olor muy raro. En cuanto pisó aquello, y los vapores se le metieron en la nariz, se sintió mal. Tanto que descargó la rama que llevaba y siguió caminando, vencido por un mareo fatal.

El hormiguito negro se murió al rato. Y muchos amigos también. Acababan de poner veneno en el patio de la veterinaria.

miércoles, 11 de julio de 2012

Un jinete

Había tomado miedo.

En realidad siempre lo sintió, pero lo había superado cada domingo que le tocó montar en alguna jineteada. La noche anterior casi no dormía, intentando adivinar entre las sombras de su rancho, al animal que le tocaría en el sorteo. Como arrancaría, cual sería el primer salto, si le jugaría en las riendas, si buscaría de bolearse o saldría por derecho. Las veces que iba por una monta especial en un animal conocido, intentaba recordar cada detalle del potro o de la yegua.

Así era la vida simple y bruta de Luciano Estevez, mensual en la estancia “El Porvenir” de Galarza. Ese mismo Galarza que lo aguantó casi seis meses sin trabajar, la vez que se le boleó enterita la yegua “la Alacrana”, y en el golpe le abrió las caderas.

Pero en el último tiempo, un miedo invencible se le había metido muy hondo dentro del cuerpo. El pensaba que era por los chicos. Que verlos jugando en el patio, o tratando de imitarlo en sus jineteadas, lo había enternecido. A veces creía que era por la edad, o tal vez el recuerdo de su accidente.

La cuestión es que cada vez le costaba más, pero no se decidía a dejar. Precisaba los pocos pesos que agarraba cuando cobraba algún premio. Tenía que terminar de pagar el terrenito.

El domingo cargó los bastos, las botas de cuero de potro y las espuelas, y lo pasó a buscar a su amigo, el Colo Suarez. Viajaron hasta Vela. Era una fiesta grande con treinta potros en la rueda. En el sorteo le toco “El Caimán”, un zaino de Pereira, que venía haciendo ruido.

Como a las once de la mañana lo ataron en el palo 2, y lo ensillaron con cuidado. Luciano se preparó. Tenía un nudo en el estómago. Dejó correr un chorro de orina por las bombachas para “agarrarse” mejor. Enriendó firme como siempre, se echo para atrás abriendo las piernas. y alzando el brazo con el rebenque, esperó que le sacaran la venda de los ojos al caballo y lo soltaran.

“El caimán” pegó un grito y se alzó con las cuatro patas en el aire arqueando el lomo. En cuanto pisó se dio vuelta para afuera, y buscó el centro del campo de doma. Luciano pegaba y hachaba con las espuelas, pero el animal parecía tomar mas fuerza en cada salto, hasta que clavándose de pronto, desacomodó al hombre hacia delante y lo sacó limpito haciéndole dar una vuelta en el aire. Luciano cayo de espaldas y al pasarlo, El Caimán le tiró una patada, justo sobre la sien izquierda. Fue un rayo. El cráneo se partió como un melón, y el cuerpo se le quedó flojito sobre el pasto.

Lo llevaron a Tandil en la ambulancia. Le costó casi dos años volver a hablar, y otro mas caminar a tropezones.

Hoy trabaja de parquero. Siempre en lo de Galarza. Perdió todo lo que quería. La mujer y los chicos se le fueron a Mar del Plata. Cada vez que se sienta en la cocina a tomar mate solo, los ojos se le llenan de lágrimas viendo las fotos que tiene sobre el aparador. En una está la que fue su familia, y en la otra se lo ve al Caimán, disparando para el campo después de golpearlo.



domingo, 8 de julio de 2012

Guerra a muerte

Luciano Almaráz era capaz de pasarse la noche entera correteando peludos por el campo cuando la luna llena bien gorda lo alumbraba. Les tenía asco a los peludos. Nunca supimos si era porque le reventaban con sus cuevas los corrales de la manga, los rincones del parque, o las barrancas del arroyo donde sabía estar toda la tarde pescando. Dicen que desde chico se lo veía acarrear latas con agua para inundarles las galerías y desnucarlos de un palo en cuanto se asomaban. Tenía una guerra a muerte con los peludos y capaz que la cosa se puso peor cuando la gorda Inés lo abandonó, y se fue para el pueblo con Benítez. Le atacó una especie de obsesión, porque en vez de trabajar en algo bueno, se lo pasaba pensando como matar aquellos cascarudos de la mejor manera.

A los vecinos les extrañó que pasaran varios días sin verlo recorrer de a caballo, así que una tarde los Gutierrez se llegaron hasta el campito de Almaráz. La casa estaba abierta y la radio a pilas casi no hablaba nada. Seguro que porque llevaba mucho tiempo prendida. En el corral frente a la manga vieron al zaino ensillado, pero con señas de haberse revolcado con los cueros. Salieron al campo, y en el potrerito de la laguna divisaron algunos caranchos a las vueltas. Allí había quedado Almaráz. Se ve que le dio un ataque y cayó redondito, porque no había ni señas de que hubiera pateado. Estaba tirado boca abajo, medio tapado con la tierra que habían sacado los peludos, seguro que en dos o tres noches. Cuando lo dieron vuelta, una cara sin carne y sin ojos los miró desde los agujeros vacíos. Los rencorosos animalitos se le habían comido entera la parte de arriba del cuerpo. Lo velaron a cajón cerrado





domingo, 1 de julio de 2012

Esos misterios


Hay veces, muchas mas de las que uno quisiera, que aparecen casos que nos llenan de dudas y que no llegamos a resolver.
Esto que ven en las fotografías, es la masa muscular del tren posterior de una vaca lechera Holando Argentino. La pobre tuvo un lindo ternerito y al día siguiente, todavía en el potrero donde están las parturientas, amaneció con el cuarto posterior muy inflamado y casi sin poder moverse. A la noche murió. Yo aparecí a la mañana bien temprano para hacer la necrópsia. 
Tremenda sorpresa fue encontrar el músculo en este estado. Tomé muestras para bacteriología pero no se pudieron aislar bacterias patógenas. 
Nunca antes lo había visto y nunca mas lo vi hasta ahora. Cuando en algún momento se habló de una bacteria "carnicera" que afectaba al humano preste atención ¿Será? 

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...