viernes, 24 de agosto de 2012

Preparativos

Hace dos días que no para de llover. Han caído más de 150 mm en algunos lugares. Se ven campos inundados, arroyos y canales desbordados, casas evacuadas, agua y barro por todas partes, los tamberos trabajando penosamente, con las vacas metidas hasta la ubre en fangales interminables. Todo gris.

Y casi como una cuestión lógica, ayer me llamaron, en pleno chaparrón y estando a punto de sumergirme en una siesta reparadora, para asistir una vaquillona parturienta.

Me preparé para salir con una sonrisa, pensando en esas escenas de película donde el muchachito se va calzando todas las pilchas para salir a asesinar montones de villanos.

Me paré bajo el tingladito donde guardo la camioneta y me saqué los botines camperos. Apoyé con firmeza los pies envueltos en lindas medias azules sobre el cemento húmedo. Con gesto duro me saqué camisa y pulóver hasta quedar en cueros y me calcé un chaleco sin mangas que me deja libre para meter los brazos en las entrañas de una vaca. Enseguida me enfundé el mameluco verde un poco sucio. Es bueno decirlo. Después el pantalón engomado del equipo de agua para completar las partes bajas y cerré con el par de botas de goma, bastante nuevo, que me mantiene las pezuñas secas. Me enderecé, tendí la vista al cielo y con un suspiro me puse con cuidado el saco también impermeable. Para completar la escena, tomé con cuidado la boina roja y me la calcé casi hasta las orejas. Ya estaba listo para enfrentar las aguas.

Sacar el ternero fue una rutina.

viernes, 17 de agosto de 2012

Igual le quedaron tres

-¡Ay dotor! ¿Que me va a hacer? Mire que hasta ahora no me duele nada-
-¿Como te voy a dejar con semejante cosa?- Le pregunté a la pobre vaca Hereford que presentaba esa fea lesión en el cuarto mamario trasero derecho -¿O querés que los toros se escapen espantados cuando te vean?-
-¿Le parece que se fijarán? Mire que cuando ando alzada soy fatal-
-¡Igual te lo voy a sacar! Es mas seguro para evitar alguna infección generalizada-
-¡Y bueno! ¡Si no hay mas remedio metalé!-


Lavé bien y desinfecté toda la zona, hice una buena anestesia y de a poco fui quitando todos los tejidos lacerados. La pobre vaca, seguramente de los nervios que tenía, no paraba de conversar de su ternero, de los golpes que le pegaba el mensual cada vez que la encerraba en la manga, del invierno pasado que falto el pasto y casi se muere de hambre y mil cosas mas.



Por fin terminé la operación y volví a lavar todo con cuidado.
-¡Listo! ¡Quedaste bárbara! Ahora si que da gusto verte. Además, no solamente estás mas linda sino que llamás la atención con las tres bonitas tetas que te quedaron-
-¡Gracias dotor! La verdad es que tenía un poco de miedo. Siempre fui un poco tonta cuando de ver sangre se trata ¿Y ahora que tengo que hacer?-
-¡Nada especial! Anda a mimosear a tu muchachito y disfrutá todo lo que puedas de la vida-
La soltamos, se paró y mientras se iba para el potrero al tranquito, se dio vuelta y me guiño un ojo.
Yo entendí.




viernes, 10 de agosto de 2012

El poder y la salud

Me preparé el mate con una buena yerba que me regalaron, y me senté a leer en la cocina. Román me miraba desde su jaula y picoteaba algunos granitos de alpiste para matar el aburrimiento.

-¿Qué lees?- Preguntó intrigado y con ganas de conversar un rato.

-“En el poder y en la enfermedad” de David Owen-

-¿Owen?- Preguntó haciéndose el importante ¿Es argentino?-

-¡No! Es inglés. Pero me interesó este libro porque habla de cómo el poder hace pelota a los gobernantes. Tanto en el físico como en la mente-

-¡Miren al dotor! Seguro que se está preparando para gobernar algo- Dijo riendo con la risa finita de los canarios.

-¡No seas pavo Román! Leo esto porque lo escribe un médico muy importante y estudioso, que investigó sobre la salud de grandes personajes. Dice por ejemplo que Abraham Lincoln y Charles De Gaulle tuvieron graves depresiones, Theodore Roosevelt, Lyndon Jonson y Winston Churchill eran bipolares, Nixon y Boris Yeltsin borrachos, John Kennedy, bueno, ese pobre hombre tenía el cuerpo virtualmente hecho polvo-

-¡Que bárbaro! ¿Y como pueden estar al frente de los países tipos tan enfermos? ¿No habla de ningún argentino?-

-¡Mirá! Lo que se cree es que el stress del gobierno es tan grande, que la mayoría se enferma durante el ejercicio del cargo, así que calculá como les irá a los nuestros. Pero lo más interesante es que afirma que los dirigentes sufren una borrachera de poder que llama Hybris. Y dice que la Hybris es desmesura, soberbia absoluta y pérdida del sentido de la realidad, unida a un fenómeno bien estudiado por los sicólogos llamado “pensamiento de grupo”, según el cuál un pequeño grupo se cierra sobre sí mismo, recicla enfervorecidamente las opiniones propias, demoniza cualquier opinión ajena y desdeña todo dato objetivo que contradiga sus prejuicios. Las consecuencias pueden ser catastróficas…-

Levanté la vista con la boca abierta. Román me miraba también con el piquito abierto. Solo se oyó el ruido del granito de alpiste que rebotó en el piso de la jaula.



jueves, 9 de agosto de 2012

Invierno


Muy temprano (vean el largo de las sombras) abriendo una vaca muerta (obvio por el triperío al aire) y con un frío tremendo (se nota en la cantidad de ropa del facultativo). Según la radio 2º bajo cero.
Lo que no se alcanza a apreciar son los mocos del doctor que se estiraban aguachentos desde la nariz. No había gente conmigo así que puse la cámara sobre un palo y salió esto.

martes, 7 de agosto de 2012

El forastero

Los días de lluvia y barro son los de las urgencias, así que no me asombró que justo después de la siesta me llamara Benicio Sosa, para avisarme que una vaquillona no podía parir.

-¡La calle se puso muy brava dotor! ¿Tiene doble tracción?-

-¡La doble la tengo en la muñeca Benicio!- Le dije contento -¡En una hora estoy ahí!

Preparé todo el equipo. Sogas y maneas. El aparejo. El instrumental para una posible cesárea y el equipo de mate por si hiciera falta. Es sabido que el mate no debe faltar en cualquier rato libre y de buena charla. Llovía muy fuerte. Salí del pueblo por la calle del fondo y apenas pisé el barro, ví a un tipo parado bajo el agua que me hizo señas. No lo conocí porque estaba envuelto en un impermeable negro, que le tapaba hasta la cabeza. Un poco incómodo pensando que me iba a empapar el asiento de la camioneta, paré para levantarlo.

-¡Que día compañero!- Me dijo apenas abrió la puerta, mientras se acomodaba al lado mío -¿Va para La Numancia?-

Lo miré a la cara pero no supe quien era. Raro en la zona donde todos nos conocemos. Un hombre grandote. Negro. Con barba y bigotes entrecanos. Varios dientes menos en la boca y manos huesudas y callosas.

-¿No es de por acá?- Le pregunté

-¡No! ¡Soy nuevo! Dijo sin mirarme. Un candidato raro. Pensé.

Enseguida la batalla contra el barro me ocupó toda la atención. Pasando la bocacalle de La Esperanza había varios huellones muy hondos y algunos pantanos. La camioneta avanzaba a duras penas y algo de la confianza original se me iba escapando en cada barquinazo. El acompañante miraba callado para afuera y cada tanto pasaba la mano por la ventanilla que se empañaba. Pasamos La Bodega. Ahí empezaba la peor parte del viaje. Yo hacía lo que podía, pero la cosa estaba cada vez mas espesa. Encima, la cabina de la camioneta se había llenado de un fuerte olor a gente mojada.

En cuanto doblé por la bocacalle de Alonso, quise subir la lomita que hay antes de la tranquera de ese campo, y la función se terminó. La Ranger pegó dos o tres corcovos, se desacomodó y nos metimos de lleno en la cuneta con agua. Yo me quedé un rato quieto y pensando. En ese lugar no hay señal de teléfono. La lluvia no aflojaba y la casa mas cerca estaba como a mil metros.

-¿Qué hacemos?- Dije en voz alta, pero para mí mismo –Si no consigo un tractor de acá no salimos hasta mañana-

-¡No se caliente compañero!- Exclamó de pronto mi acompañante, como saliendo de un sopor. Y el resto fue tan increíble que no se si en verdad pasó o no pasó. Solo recuerdo que el hombre se bajo directamente en el agua de la cuneta, que le llegaba a las rodillas. Se acomodó el capote. Trabajosamente rodeó la camioneta hasta que quedó parado en el frente. Levantó los brazos al cielo y una luz distinta iluminó todo. Como rojiza era. Y aparecieron animales grandes y chicos. Se oían charlas raras entre ellos, mezcladas con el golpeteo de la lluvia. Corrían alrededor. Tanto que me empecé a marear. Después hubo movimientos, y ruidos, y gritos. No supe cuanto tiempo duró aquello, ni como fue que de pronto me encontré frente a la tranquera del campo de Benicio.

Solo.

Llegué a la manga donde ya estaba la vaquillona encerrada y me encontré con mi amigo. Ya no llovía.

-¡Que lo tiró dotor! ¡Es baqueano! ¿Eh? ¿Cómo le fue en el viaje? ¿Mucho barro?-

Lo miré como atontado y solo dije -¡Todo bien Benicio! ¡Todo bien!





miércoles, 1 de agosto de 2012

Descascarriando

Es un hombre medio rubión, grueso, áspero y alto. Nariz atomatada, ojos azulinos y chiquitos, y en cuanto se saca la gorra de vasco que usa bien ladeada, se ve que le falta enterita la oreja derecha y una gruesa cicatriz le corre desde ahí hasta la pera.

-¿Y si paramos un rato a ver si afloja el agua?- Me dijo ese día. Estábamos revisando los toros de “El Amancay”, y se había largado un chaparrón potente.

-¡No queda otra Mario!- Le contesté, mientras guardaba la gradilla con los tubos y el resto del instrumental en la casilla al lado de la manga. Fuimos hasta la casa. Enseguida ensillo el mate de calabaza oscuro y nos pusimos a conversar y a yerbear.

-¡Así estaba el día que perdí la oreja!- Dijo de pronto, mientras miraba llover por la ventana de la cocina. Yo nunca me había animado a preguntarle por eso, porque Mario López es un tipo medio especial. No da mucha confianza y nunca se sabe si habla en serio o si lo está sobrando a uno. Me puse contento porque se venía el cuento.

-¡Sí! Empezó -Yo estaba descascarriando ovejas en lo de Cameron. Tenía catorce o quince años. Ya hacía varios meses que estaba trabajando en la Estancia y había un montón de gente, porque casi todo se hacía a mano. El más jetón de todos era Florencio Pardales. A mí me había tomado de piche. No sé si porque era nuevito, o de loco nomás. Ese día me pusieron con él a deslomarnos con las ovejas. Y desde temprano me empezó a buscar: ¡Que no haces nada! ¡Qué sos un inútil! ¡Que hace de cuenta que trabajo solo! Y meta y meta, hasta que me calenté. Me di vuelta y le pegué semejante trompada que salto por sobre los lienzos del corral. Yo seguí trabajando, mientras de reojo lo veía al loco que se acomodaba las carretillas. Lo que no vi fue que se me vino de atrás y me golpeó con un tablón y después, desmayado como estaba, me cortó la oreja limpita con su tijera Bigornia y me hizo este tajo en la cara. No sé si pensó que me había matado o qué, pero me dejó tirado ahí nomás al costado, así que al rato me desperté y estaba bañado en sangre. En cuanto me enderecé me dijo a las risas: ¡Capaz que así vas a aprender a no golpear a los hombres Marito! Fue lo último que dijo. Ciego de rabia me le fui al humo y no se la cantidad de veces que le enterré este mismo cuchillito. Después me volví a desmayar-

-¡La mierda! Dije yo -¡Que historia Mario! ¿Y cómo terminó?-

-Después me llevaron a Necochea, me cosieron en el hospital y de ahí, quedé preso en la Primera por el asesinato. Estuve como dos meses hasta que el abogado de Cameron me sacó porque dijeron que era en defensa propia o algo así. Lo que más bronca me dio fue que perdí la oreja y un buen trabajo-

Le devolví el mate y no supe que contestarle. Por suerte el chaparrón pasó y volvimos a revisar los toros. Nunca más me habló del asunto.



Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...