martes, 26 de febrero de 2013

Se terminó el malo

La verdad es que el chiquito Paredes era un loco violento. No aguantaba que los perros le anduvieran pegados a las alpargatas, así que cuando algún desubicado se le arrimaba demasiado, lo envolvía con una feroz patada en las costillas. A los gatos los deslomaba a palos porque decía que lo miraban feo. A su mujer la maltrataba todos los días con algún insulto o alguna cachetada, aunque se cuidaba un poco, porque el oficial de policía lo tenía sentenciado a varios días de calabozo si Catalina volvía al Destacamento con alguna queja. Los chicos le tenían un miedo bárbaro porque ya sabían que si lo hacían calentar, enseguida se venía la tanda de azotes.

Era una porquería de persona.

Por eso todos se pusieron contentos aquel día de fin de noviembre del año pasado.

Resulta que el chiquito salió de la carnicería de Herrera con una bolsa grande. Llevaba asado de tira y algunos chorizos. El pobre Tal Cual, su perro amarillo, pasado de hambre y seguro que delirando por el olor irresistible de la mercadería, pasó el límite de distancia con su dueño y recibió, como siempre, el voleo de derecha cerca de los testículos. Pero esta vez la cosa no terminó ahí. Se escuchó la voz de Evelio Tapia que venía caminando y viendo lo que pasaba:

-¡No sea estúpido hombre! ¿Por qué le pega así a ese perro?-

El chiquito lo miró sorprendido porque no estaba acostumbrado a que lo reten. Y menos en público.

-¿Y a usté que mierda le importa Evelio?-

-¡Mire chiquito! A mi me importa porque no me gusta que maltraten los animales. Además usté se las da de malo y la verdad que es un cagón ¿Por qué no me pega a mi?-

Entonces el chiquito, que no precisaba mas que una chispa para prenderse fuego, largo la bolsa de carne y se manoteo la cintura para sacar el cuchillo, seguro de que el pleito era sencillo. Pero lo primero que encontró fue la tremenda trompada en el medio de la cara que le encajó Evelio, haciéndolo rodar por la vereda en un enredo de bombachas, faja y alpargatas.

-¡Me primereaste Evelio! ¡Ya vas a ver!- Dijo el chiquito tratando de pararse y sangrando por la nariz. En cuanto recuperó la vertical, el otro paisano le dio una bofetada a mano abierta que sonó como un petardo, y lució todavía más ofensiva para el malo. Y atrás de esta, llegaron varios golpes más, hasta que el chiquito decidió abandonar la contienda, ante las risas de los veinte o treinta curiosos que se habían juntado.

Encima, cuando fue a levantar la bolsa, vio que Tal Cual estaba ya terminando de comer el último chorizo. Pero ni se le ocurrió pegarle.

Ahora dicen que después de la paliza, hasta la mujer se le anima. Los perros lo han mordido varias veces y los chicos le han perdido el miedo y se le cagan redondamente de risa, tal vez en venganza por los malos tratos que siempre les regaló.



miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Cómo le decimos?


Pedro y Fermín Legarreta llegaron temprano al campo y encontraron a su padre muerto. Se ve que el viejo había entrado al galpón a cargar maíz en el balde para dar de comer a las gallinas, y la parca lo sorprendió ahí mismo. Estaba desparramado al lado de las bolsas. Parece que ni pateó.
Los muchachos, dos solterones de cuarenta y treinta y ocho años de edad, trataron de reanimarlo, pero ya la cosa estaba terminada. Cargaron el cuerpo pesado y todavía calentito en la caja de la camioneta y salieron de raje para el pueblo. En el camino iban moqueando y lamentándose por la pérdida.
-¡Pobre viejo!- Dijo Pedro -¡Si nos habrá dado alpargatazos para educarnos! ¡Y nos sacó buenos! Toda una vida luchando para tener el campito en orden y ahí lo tenés ahora. Quien sabe por dónde andará su alma-
-¿Y a mamá como le decimos?- Cortó Fermín –La pobre se va a poner muy mal-
-¡Que se yo! Algo se nos va a ocurrir. Primero vamos al Destacamento para avisarle a los milicos y después lo llevamos a la Sala-
En esos trámites anduvieron hasta media mañana. Por fin quedaron libres y se subieron a la Ford vieja para cumplir el último trámite. Salieron despacio para su casa tratando de demorar el encuentro con la vieja.
-¡Decile vos!- Exclamó de pronto Fermín -¡Para eso sos el mayor!-
-¿Y cómo hago? No se me ocurre nada-
-Y bueno. Que sea lo que Dios quiera. Que salga pato o gallareta-
Llegaron a la casa y se bajaron sin ganas de la camioneta. De pronto sintieron el grito alegre de la madre: -¡Chicos!- Se les heló la sangre. Era ella que venía caminando por la vereda de tierra, con la bolsa de los mandados llena hasta la manija y saludándolos con la mano. Entonces Pedro, casi sin pensarlo, se puso una sonrisa falsa en la cara y le largó:
-¡Mire que bonito vieja! ¡Usté anda paseando por la calle y papá muerto allá en el campo!-

lunes, 18 de febrero de 2013

Sandoval y la maldición

Mientras comíamos un tremendo cordero al asador, Ramirez se largó con la historia del petiso Sandoval. Según dijo, esto pasó porque antes, la gente era más pavota.


Resulta que el petiso trabajaba en los galpones del ferrocarril de la estación de San Manuel. Todo lo que le faltaba de cabeza, lo tenía en fortaleza física, y por eso era uno de los mejores changarines. Allá hacía sonar las alpargatas el petiso, cargando las bolsas de sesenta kilos de trigo al hombro, subiendo por la rampa de estibas impresionantes, durante horas y horas. Vivía del otro lado del pueblo, y todas las mañanas agarraba su caballito zaino, tan pequeño como él, y salía al trote para la estación. A la nochecita volvía caminando, con el caballo de tiro, pensando quien sabe que cosas.

En esa época eran comunes las travesuras de los mas pícaros para divertirse y tener de que charlar durante días.

Gimenez y García, eran dos peones nuevos recién llegados al pueblo. Los mandaron a la Cooperativa, y allí supieron de la poca inteligencia y la posibilidad que les daba Sandoval, al que todavía no habían visto, de hacer una de sus bromas. Y la que se mandaron quedó para la historia.

Esperaron un día en que el trabajo fue especialmente fuerte y cuando Sandoval, cansado como un perro, se despidió y salio al tranquito de vuelta, con su caballo de tiro, lo siguieron discretamente. Cuando llegaron a la cuadra más oscura, los amigos se acercaron despacio por detrás. García le sacó con cuidado el bozal al caballo y siguió caminando detrás del petiso con la soga en la mano, mientras Gimenez se perdía con el animal en la oscuridad.

Sandoval, cansado y embrutecido por las largas horas de trabajo, ni se enteró del asunto. Cuando llegó al patio de su ranchito se dio vuelta para largar el caballo y se encontró frente a frente con García, que lo miraba con cara de estúpido.

-¿Y vos quien sos?- Preguntó el petiso totalmente desconcertado.

-¿Cómo quien soy? ¡Soy tu caballo, Sandoval!-

-¿Mi caballo? ¡Dejate de joder! ¿Te crees que soy tonto?-

-¡Pará hermano! ¡No te enojés! Deja que te cuente. La verdad es que yo soy Pedro García. Siempre fui medio plaga, pero lo que mas me gustaba era el vino. Vivía en pedo. Mi vieja siempre me retaba, hasta que un día discutimos fuerte y me dio por pegarle ¡A mi vieja! ¿Te das cuenta? Así que la pobre, furiosa y con razón, me hecho una maldición y me convertí en caballo. Esto pasó hace como diez años. Rodé de mano en mano, hasta que vos me compraste a Martinez ¿Te acordás?-

Sandoval no podía creer lo que oía. Estaba como idiotizado.

-¿Y ahora por que apareciste?-

-Se ve que mi vieja se debe haber arrepentido y por eso volví a ser yo mismo ¿No me dejás que vaya a verla?-

-¡Si hermano! Andá nomás. Ojalá la encuentres bien. Yo ya voy a conseguir otro caballo-

Se despidieron, y el petiso se acostó a dormir todavía sin entender muy bien lo que había pasado.

Al día siguiente se despertó temprano, prendió el fuego para calentar la pava y en cuanto se asomó a la puerta, encontró de nuevo su caballito que lo miraba desde el corral. Dicen que le gritó:

-¡Mirá que sos plaga García! ¿A que te mamaste y le volviste a pegar a tu madre? Ya vas a ver la que te toca-

Un rato más tarde, lo vieron llegar a la estación cagando a palos a su caballo. Cuando sus compañeros le preguntaron que le pasaba, solo les contestó:

-¡El sabe bien porqué le pego!-

lunes, 11 de febrero de 2013

El reencuentro


-¡Por fin volviste!- Pió Román apenas me vio entrar en la cocina el lunes pasado. Es que me había ido unos días de vacaciones y se nota que el tipo me extrañó.
-¿Cómo anda mi canario gaucho?- Lo salude cariñosamente. Y antes de empezar los mates le di una generosa ración de alpiste para animarlo.
-¿Cómo te fue?-
-¡Barbaro! Recorrí algunos lugares del sur del país que son bien bonitos, me bañé en casi todos los lagos que encontré, salí a correr en San Martín de los Andes costeando el lago Lacar y recorrí una tierra llena de animales de todo tipo como es la Península de Valdez-
-¡Qué suerte!- Dijo Román con un chiflidito suave. Entonces me di cuenta de que estaba contando plata frente a un pobre. Yo hablaba de viajes y él en su jaulita desde que nació. Por las dudas cambié de tema.
-¿Y vos que tal?-
-¡Yo bien! Dijo Román –En estos días las noticias de la radio han sido variadas. Que hubo una gran fiesta porque volvió al país la Fragata Libertad. Que la presidenta anduvo de gira por Asia y no hubo tantas cadenas nacionales así que tuvieron que inventar lo de los tuits para comunicarse con la gente. Que los delincuentes matan dos o tres tipos por día y ya parece cosa común. Que los del gobierno hablan mal de todos los que no están con ellos. Que los precios de las cosas no paran de subir y han ordenado que todo quede congelado por dos meses, y otro montón de sucesos grandes y chiquitos-
-¡Entonces está todo igual, Román!-
-¿Sabés que si?-   

viernes, 8 de febrero de 2013

Un hombre digno


Cuando la mujer de Juan Sosa se fue a vivir con otro a Mar del Plata los que lo conocemos pensamos que el pobre Juan no iba a aguantar mucho tiempo solo en ese campo. Es el único empleado en un establecimiento que está cerca de Napaleofú. Allí crían vacas Angus, hacen engorde a corral y además, destinan parte de la tierra a la agricultura. Hay mucho trabajo. La casa del empleado está en un borde del monte. Tiene un largo corredor al costado, cerrado con una planta enredadera, que en verano da un buen fresco para tomar mate a la siesta, mirando las sierras a lo lejos.
A la mujer de Juan se le calentó la muela con un vecino. Anduvieron a escondidas un tiempo, hasta que se destapó el asunto y la tipa cargó sus cosas y se mandó a mudar bien lejos. Además se llevó los dos chicos con ella. La casa quedó vacía y Juan deshecho. De esto harán unos cuatro años. En ese tiempo lo vi varias veces por trabajo y se lo notaba muy mal. Un día me dijo que había pensado colgarse de una planta, pero que no lo hizo por los chicos. Y siguió firme. Aguantando los fríos del invierno, los calores del verano, las miradas lastimosas de la gente del pueblo y las preguntas indiscretas de las viejas chusmas.
Primero volvió el varoncito a vivir con él. Lo anotó en la escuela de Napaleofú y ya empezó a acomodar un poco el carro. Y el año pasado se vino la nena.
Ahora Juan anda atareado todo el día entre la atención de los animales y la de sus hijos, pero está contento. Se ríe. Anda chiflando bajito. Los chicos lucen prolijos y aseaditos y la casa ordenada y limpia. Ya se está empezando a preocupar por lo que le va a costar mandar a su hijo Ramón a estudiar. Piensa en pedirle permiso al patrón para tener dos o tres vacas y así agarrar alguna plata extra, pero cuando se imagina que Ramón puede llegar a recibirse de agrónomo y Clarita de maestra, la cara se le ilumina.
-¡Todo lo que le pido a Dios es que ellos tengan más suerte que yo, dotor!- Me dijo ayer.
Y será nomás porque ando medio sentimental que se me hizo un nudo en la garganta y pensé en cuanta dignidad hay en ese hombre. 

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...