sábado, 27 de abril de 2013

Una sorpresa


En estas fotografías se ve la masa neoformada. Entre los dedos retengo el glande y la salida de la uretra del caballo.



En general, la mayoría de los casos clínicos son bastante simples. O tal vez se debe a que después de más de 30 años de ver problemas de todo tipo, y en casi todas las especies domésticas, se desarrolla una especie de olfato que nos hace orientar en el diagnóstico, apenas nos empiezan a describir el cuadro. Pero la naturaleza, con sus miles de millones de años a cuestas, nunca deja de sorprendernos.
Me pasó ayer. Fui a ver un caballo gateado de trabajo. Lindo animal. Lo encontré muy dolorido. Mientras me iba poniendo el mameluco y las botas para revisarlo, el dueño me contó que desde hacía más de un mes, el candidato tenía problemas con la micción. No podía exteriorizar el pirulito y solo hacía de “a chorritos” y con mucho esfuerzo. Además veía que siempre estaba con el prepucio mojado con orina.
Mientras tanto, yo pensaba y pensaba ¿Por qué no podrá exteriorizar? ¿No tendrá un cálculo uretral y por eso tiene dificultad para orinar? ¿Tendrá alguna herida con adherencias?
Me acerqué al noble bruto.
-¿Cómo andás hermano? Lo saludé cariñosamente mientras lo palmeaba un poco.
El caballo se dio vuelta y me miró como diciendo ¿Y cómo quiere qué esté? ¿Feliz y contento? Pero no contestó nada seguramente que por respeto.
Despacito lo maneé, me puse un guante y tratando de no hacerle doler mas, le metí la mano dentro del prepucio y me puse a explorar. De pronto, con la punta de los dedos alcancé a tocar algo duro y raro ¿Qué era eso? Saqué la mano, le apliqué un sedante endovenoso y esperamos que exteriorizara la herramienta. A los pocos minutos, ya todo relajado, mostró el aparato y entonces lo vi: Una masa blanco-amarillenta lucía incrustada en la punta del glande, comprimiendo la salida de la uretra. En cuanto tomé el miembro con la mano, aquello se desprendió fácilmente y un lindo chorro de orina brotó con fuerza.
Estuve mirando la masa tan novedosa. Era solo una bola de esmegma o secreción prepucial. Quien sabe cómo y por qué razón se detuvo y creció pegada al glande, pero allí estaba. Y nosotros vimos un caso lindo y nuevo.


viernes, 26 de abril de 2013

La fístula




Hace cosa de un año fue el accidente. Largaron los veinte potros al campo, y al pasar por la tranquera que da al molino, el enorme tostado se dio la punta de la cadera contra un bulón que sobresale en el poste. Se hizo un flor de corte, y como justo yo estaba en el campo, me tocó trabajar en las primeras curas. Limpié con cuidado la herida, anestesié la zona, y apliqué unos bonitos puntos de sutura. El caballo se recuperó y todos se olvidaron del asunto, pero a los dos meses, cuando ya el potro estaba en el pueblo de Juan N. Fernández, en la quinta del que lo iba a amansar, la herida se volvió a abrir. Y los siguientes meses se pasaron entre curas y recaídas.
Me hicieron la consulta por teléfono. Por los datos que me fueron dando, quedé con la idea de que era una fístula, aunque no podía imaginar que habría en el fondo de aquella vieja herida ¿Tal vez un pedazo de fierro? ¿O una gran astilla de madera?
Hace tres semanas cargaron el animal, ya manso de abajo, en un carro amarillo, y lo llevaron de nuevo al campo. Allá nos encontramos. El tostado me conocía porque también fui el que lo capó, pero se ve que no me guardaba rencor porque me saludo con un relinchito suave.
-¿Cómo andas hermano?- Le dije apenas lo vi.
Revoleo el ojo pero no dijo nada. Lo volteamos y preparamos para la operación. Apliqué la anestesia y ahí si me hablo para que solo yo lo oyera.
-¡Jueguesé entero dotor! No se aguanta más el dolor de la cadera ¡Me cago en la hora que me di aquel golpe contra el poste!-
-¡No te preocupés tostado! ¡Esto va a ser como cantar y coser!- Le dije. Aunque de verdad no estaba muy seguro de lo que iba a pasar.
La operación fue difícil porque el trayecto fistuloso se desviaba hacia abajo y atrás apenas pasada la piel, pero por suerte, como a 10 centímetros de profundidad, pude encontrar el secuestro, que era ni más ni menos que un trozo de hueso del tamaño de una nuez grande. Lo saqué, lavé y suturé, y al rato, el tostado estaba de nuevo parado y sacudiendo la cabeza lleno de alegría.
Ayer lo volví a ver. Ya está completamente curado, y como para mostrarme su alegría, se vino al trote hasta el alambrado desde el que lo estaba mirando, después se dio vuelta y arrancó una carrera loca, tirando patadas al aire. 

jueves, 25 de abril de 2013

El solo


Nunca se supo bien de donde venía Pedro Albornoz. Entró como puestero en La Serrana en el 96. Se instaló con sus pocas pilchas en el rancho del fondo del campo. Pasando la sierra. Y se quedó nomás. Ese puesto había estado abandonado mucho tiempo así que los primeros meses se le fueron acomodando el adobe de algunas paredes, reparando corrales y tranquerones, blanqueando con cal, combatiendo ratas, lauchas y comadrejas, cambiando chapas del techo y cubriendo después con paja, limpiando el monte y quemando pilas de basura. Siempre fue de tener muchos perros y en La Serrana se consiguió también algunos gatos que le dieron una mano para luchar contra los roedores. Es un tipo callado. Me tocó compartir con él muchos trabajos de manga. Prefiere quedarse a caballo echando hacienda en el embudo y desde allá nos observa. Es rara la ocasión en que interviene en alguna charla. Ni siquiera cuando paramos a comer o a tomar mate. Alguna vez le pregunté a Luis, su patrón, que sabía de la vida anterior del hombre, pero hasta para él era un misterio. Le llegó al campo por recomendación de un vendedor de hacienda de Santa Rosa, en La Pampa.
Pedro nunca sale. Baja al pueblo solo una o dos veces al año y las cosas que precisa se las va encargando a Luis. Cada tanto agarra algún ciervo para comer y en el patio de su rancho lucen cueros de montones de bicharracos del campo secándose al sol. Y es de fierro para el trabajo. Cuida las vacas como si fueran suyas.
Hace dos meses descubrimos algunas hojas más del libro de la vida de Pedro. La mujer de Luis se puso a buscar en Internet el apellido Albornoz en la zona de Santa Rosa, y apareció una señora en un pueblito, a la que consultó por su empleado. Increíblemente era una sobrina de Pedro, que le contó parte de su historia.
Resulta que Pedro y Matilde, su mujer, tenían un único hijo. Era la luz de sus ojos. A principios del 96, el muchacho se casó y se fue de viaje de bodas a Mar del Plata, pero quiso la suerte que el Falcon en que viajaban se diera de frente con un Mercedes 1114 cargado con trigo. Murieron los dos. Cuando se enteraron de la noticia, la pobre madre, desesperada, salió corriendo por el campo y Pedro cayó fulminado en el mismo patio de su casa. Mientras tanto Matilde, ciega de dolor, se tiró al jaguel y  murió ahogada.
Pedro no lloró. Se fue del campo y buscó nuevos caminos. Solo para siempre.    

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...