viernes, 26 de julio de 2013

A las apuradas

Hay una especie de aceleramiento general. Hace un tiempo escribí una breve nota sobre el tema, contando algo que me impresionó mucho en mis épocas de estudiante universitario, cuando el Dr. De Diego, un gran profesor de Enfermedades Infecciosas, mostró un cuadro donde se marcaban los períodos de tiempo transcurridos entre los grandes hitos de la civilización humana. Del fuego a la rueda, de la rueda al uso de los metales, de allí a la energía eléctrica y así sucesivamente. Con asombro veíamos que entre los primeros, pasaban miles de años, mientras que, entre los últimos solo hay pocos decenios, y actualmente, algunos meses que los separan.
Lo más impactante que está sucediendo frente a nosotros es el cambio en las comunicaciones. Los seres humanos estamos cada vez mas interconectados. Muy interconectados. Angustiosamente interconectados.
Y parece que los humanos reaccionamos frente a esto como podemos. No hay manuales.
Surgen fenómenos novedosos. Algunos muy visibles como las multitudinarias manifestaciones convocadas a través de las redes sociales, que han llegado a terminar con gobiernos enteros, y otros fenómenos más íntimos como la dependencia enfermiza de los aparatos electrónicos y de comunicación, o los cambios en las relaciones de pareja por nombrar algunos.
Nadie tiene la verdad. Ni el que hace uso y abuso de todo lo nuevo, ni el que se para a un costado con cara de aburrido, como vaca que mira el tren.
Tal vez podamos pensar que un individuo está en el buen camino, cuando notamos que está sereno, feliz con lo que hace, bien relacionado con su entorno, y cuando es capaz de reírse sanamente, cualquiera sea la actitud que adopta frente a los cambios de la época.


lunes, 8 de julio de 2013

Todo cambia

A propósito de estos días de lluvia, pensaba que para el que no conoció otra cosa, lo más natural es que los caminos sean entoscados y bien cuidados, o directamente de cómodo asfalto. Pero deben saber que hace algunos años, las carreteras del país eran pocas, y que los escasos vehículos que circulaban por inmensas zonas, lo hacían por huellas apenas visibles, calles de tierra angostas o, muchas veces, cortando por dentro de alguna estancia grande que “daba permiso”.
En esos años, cuando se venían estos temporales, sobre todo en invierno que los días son cortos y pocas las horas de sol, podían pasar semanas sin que la gente lograra moverse, salvo en los lugares donde ya la vía férrea unía los distintos pueblos, y los altos terraplenes del ferrocarril sobresalían como espinazos de ballena, entre lagunas enormes.
Los mas corajudos, decididos o conocedores, solían largarse igual por esos andurriales. Abrían huella, que era lo más difícil, tratando de ir derechito por el medio de la calle y haciendo verdaderas proezas al volante. Así aprendieron a "sentir" el vehículo, tipos geniales de aquellos años como el gran Juan Manuel Fangio o los hermanos Galvez.
Yo hace mucho que aprendí a manejar en el barro. Siendo chico me enseñó mi viejo. Y me han tocado muchas buenas aventuras, la mayoría de las veces por trabajo.
Recuerdo una vez que tuve que ir a La Mamita, campo de los Riglos, por el parto de una vaquillona. Hacía como tres días que llovía, y justo para esa fecha, yo tenía un turno con el dentista en Lobería. Pronto hice la cuenta de que me convenía ir a atender la vaquillona, y de ahí seguir por tierra hasta la ciudad, ya que volver para San Manuel y viajar por el asfalto era mucho más largo. Cargué algo de ropa para cambiarme por si hacía falta, y salí. A duras penas llegué al campo. Seguía lloviendo. En esa época tenía un Falcon verde, con motor chico, que se desempeñaba bastante bien en el barro. A las apuradas sacamos el ternero y ya todo mojado, me despedí de la gente y encaré para Lobería. Cincuenta kilómetros de barro me esperaban. El auto se me desbandaba para todos lados. Varias veces quedé de costado y alcancé a seguir haciendo enormes esfuerzos. Me caí en un pantano y pude salir paleando barro a lo loco y, después de dos horas de sudar, pisé el asfalto de la calle que llega a la Escuela Agraria de Lobería. El auto echaba humo y estaba todo tapado en barro. Solo había un pequeño lugarcito en el parabrisas al que le iba sacando la mugre con la mano, porque se me había terminado el agua del zorrino. El escape se rompió en uno de los barquinazos, así que el auto bandido rugía como un león. Me arregle como pude limpiándome un poco y calzando ropa presentable, y al rato estaba sentado en la sala de espera del dentista.

Y pensar que hace unos meses, un amigo de Mar del Plata me dijo que le encantan los días de lluvia, porque así puede salir a los caminos alrededor del pueblo, a jugar en el barro con su 4x4 ¡Como cambian los tiempos! 

viernes, 5 de julio de 2013

Un tesoro


 Boliche La Providencia. Año 1899


Portada del libro

     Después de leer la nota en la que conté algo de una muerte en La Providencia, apareció un cliente con un libro que es verdaderamente un tesoro. Se trata de algunos apuntes autobiográficos de Don Manuel Suarez Martinez. Un español que supo ser dueño de ese boliche entre los años 1865 y 1885. Allí va contando muchas cosas de la zona y se puede tomar conciencia de lo que era la región en un tiempo en que aún se vivía bajo el peligro de los malones, y los criollos tenían siempre a mano algún parejero para huir en caso de emergencia. Hay relatos de sus viajes quincenales desde La Providencia a Tandil, donde hacían un camino que pasaba por el boliche San Manuel, cerca de donde está hoy el pueblo, la pesquería y otros parajes conocidos. Nombra estancias en las que hoy me toca trabajar. Los Eucaliptus, Villa Italia, San Antonio y varias más.
En La Providencia, que en esa época estaba rodeada por un foso y una empalizada para defenderse de los indios, hicieron la primera huerta con todo tipo de legumbres y hortalizas, para el asombro y beneplácito de los estancieros de la comarca, que tenían bien metida en la cabeza la idea de que esta tierra y este clima no eran propicios para la agricultura. Además, estaba la convicción del paisanaje de que agacharse a trabajar el suelo, iba en desmedro de su hombría donde solo cabían los trabajos con la hacienda, cuanto más baguala mejor.
Evoca épocas bravas donde la ley y la policía no intervenían demasiado cuando había algún conflicto. Se trataba de poner el pecho y el cuerpo a la situación. Así cuenta Don Manuel varias peleas con matones reconocidos, donde los bravos “gallegos” de La Providencia salieron airosos. Hubo un encontronazo tremendo con un tal Juan Gregorio que terminó con el malo desmayado por un terrible garrotazo que le abrió la cabeza y lo hizo entrar en razones para siempre. Tanto, que terminó haciéndose bueno y casándose con una chica de honor. Hasta los famosos hermanos Barrientos, que tuvieron su guarida en la sierra de Barbosa, cayeron un día de carreras al boliche, con ganas de armar bronca y fueron correteados por estos valientes pioneros.

Hoy el boliche está cerrado, pero algo tiene que me invita a tomar mate un rato algunas veces que paso con tiempo. El campo pertenece ahora a la familia Riglos y va mi recuerdo al fallecido José María, hombre campero como pocos, gran pialador, muy de a caballo, generoso y hospitalario, que me distinguió con su amistad. 

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...