viernes, 25 de abril de 2014

Amigos que se van

Mi amigo, el Todi, descansando cerca de Energía

Empezó una temporada de pérdida de mascotas. En pocos días se fueron tres compañeros. El primero fue Rosita. Una cierva que estuvo en casa cerca de 4 meses. La trajimos muy lastimada por unos perros, y a los pocos días, se supo que también tenía la columna lesionada y que ya no movería las patas. A fuerza de cariño y mamaderas estuvo muy gauchita en el patio, descansando entre los frutales, pero hace poco partió así tranquila como llegó.
Después fue Román. Un viejo amigo con el que tuvimos pilas de charlas y que los lectores de este sitio recordarán. El día antes de morir estaba lastimado en el cuello y se le vio algo de sangre entre las plumitas. Lo revisé pero no pude encontrar ninguna lastimadura. Al día siguiente, cuando entre a la cocina de la veterinaria a preparar el mate, lo encontré hecho un ovillito en el piso de su jaula. Lastima que no me dijo nada como despedida. Siempre fue de perfil bajo.
El último en salir para el lado del cielo fue el Todi. Un caballo que nació hace 20 años en el fondo de casa. Era hijo de una yeguita de Juan, y ahí mismo fue que apareció recién salido de su madre, un domingo a la mañana en octubre de 1993.
Cuando los chicos crecieron y se fueron a estudiar, lo vendí a un cliente hasta que, hace cosa de 4 años, cuando supe que este hombre estaba por mandarlo a los tachos, es decir, venderlo para el frigorífico, se lo volví a comprar. Allá lo tuvimos en un campito de Energía hasta que decidió meterle un trote hasta las nubes ¡Pobre Todi! No tuvo muy buena vida.

Son cosas inevitables. La muerte nos va acompañando permanentemente y nos mantiene alertas para darle valor a las cosas que realmente importan. Ojalá uno siempre pudiera tener presente esto de: “Estudia, aprende y trabaja como si fueras a vivir 100 años, pero disfruta y quiere como si solo te quedara un día”

lunes, 21 de abril de 2014

Enseñando

Los actuales residentes con mi hijo Juan, en medio del barro

Entré como docente en la Facultad de Veterinaria de Tandil en 1986. Ya había sido ayudante alumno durante mi carrera, en la cátedra de Fisiología Animal, y allí volví, por invitación de su titular, Juan Carlos Catalano. Se vinieron años muy intensos donde compartía el ejercicio profesional con la enseñanza, poniendo un enorme esfuerzo en algo que me apasionó. Solía levantarme entre las 3 y las 4 de la mañana para preparar las clases, y luego poder salir a trabajar al campo cuando amanecía.
Con el cambio del plan de estudios, quedé en lo que se llamó Fisiología del Sistema Nervioso, donde me fui haciendo un lugar, primero en esa cátedra y luego como invitado a dar clases de Neuroanatomía y de Patología del sistema nervioso. Concursé dos veces en esos años y fui ascendiendo lentamente, hasta quedar prácticamente a cargo de todo el curso.
En 1995 estuve haciendo una residencia en la Facultad de Medicina de la UNAM, Universidad Autónoma de Mexico, donde aprendí muy buenas técnicas para el estudio de la neurofisiología, haciendo cirugías complejas en encéfalo de ratas y gatos.
Además, desde 1994, fui uno de los pioneros como tutor externo de residentes de nuestra Facultad, y en pocos años, recibí más de 20 alumnos en San Manuel, que hicieron sus primeros trotes en el campo, con las grandes bestias.
Lindos años que se cargaron de historias y anécdotas con tanta gente circulando.
En 2003, una intriga palaciega en la Facultad me dejó afuera. Verdaderamente fue una intriga porque aún hoy, 10 años después, no sé que fue lo que pasó ni hubo alguien que me lo explicara claramente. Intenté hablar en ese momento, pero nadie dio la cara ¡Increíble! Desde entonces suelo ir por alguna cosa a la Facultad, donde deje muchos amigos, y siempre escucho el mismo canto: “Vos tendrías que estar con nosotros” ó “una lástima tu pérdida”.
Obviamente tengo alguna sospecha, pero ninguna certeza sobre el asunto.
A partir de entonces, armé un programa de entrenamiento para los que quisieran venir a San Manuel a realizar las mismas actividades que hacían los residentes, y tuvo un gran éxito. Primero vinieron muchos de los chicos que ya se habían anotado en el programa regular de la Facultad para hacer la residencia conmigo. Cuando terminaban su período con el nuevo tutor que les asignaban, se venían para acá. Después, recibí varios más, atraídos por la propuesta que también publiqué en los comienzos de este blog y que aún sigo manteniendo.
Por fin, cuando la Facultad de Veterinaria de La Plata comenzó con las prácticas pre profesionales dentro de su plan de estudios, me eligieron como tutor. En eso estoy ahora. Despuntando el vicio de la docencia, matizado con charlas que he dado en colegios secundarios, primarios y hasta en jardines de infantes.
Me gusta enseñar. Me dio ganas de contarlo y así salió.


domingo, 20 de abril de 2014

Viveza criolla

Juan Zamudio tenía un campito cerca del paraje La Bodega, a unos pocos kilómetros de San Manuel. Digo que tenía, porque Juan falleció hace algunos años y sus cosas se vendieron en remate judicial.
Sus vecinos, los Andersen, lo querían como a un pariente. Se criaron juntos y compartieron casi toda la infancia.
La cuestión es que los Andersen, por distintos motivos, se fueron yendo del campo a vivir en otros lugares, y solo quedó uno de ellos, Abel, para cuidar la chacra y atesorar recuerdos.
En el invierno de 1990, Abel se fue de viaje a las Cataratas con un contingente de jubilados, pero la mala suerte, quiso que allá en Misiones, Abel muriera por un paro cardíaco. Después de los trámites de rigor y averiguaciones del caso, la empresa funeraria, organizó el traslado del occiso hasta el pueblo más cercano a su domicilio declarado, es decir, San Manuel.
El coche negro con el cadáver a cuestas, llegó al pueblo un 2 de agosto, en pleno temporal. El chofer y su acompañante preguntaron a los vecinos donde vivía Abel Andersen y si tenía algún pariente cerca. Varios comedidos, les indicaron que el muerto habitaba un campo de La Bodega, y que lo mas cercano, a su juicio, era el señor Juan Zamudio, vecino y amigo del finado.
Hasta la casa de Juan se fueron los cuervos, chapaleando barro y maldiciendo su perra suerte.
-¡Buen día amigo!- Parece que le dijeron a Zamudio -¿Usted lo conocía a Abel Andersen?-
-¡Y como no lo voy a conocer si nos criamos juntos! ¿Qué le pasó?-
-¡No nos dijeron nada! ¡Pero acá se lo traemos en el cajón! ¡Usted lo tiene que cuidar hasta que venga la familia a buscarlo!- le explicaron, sin darle tiempo para asimilar la doble noticia de la muerte y de su responsabilidad.
Y así nomás, sencillo como era y sin muchas vueltas, el bueno de Zamudio les dijo que entraran el cajón al galpón y lo pusieran arriba de las bolsas para que no se humedeciera.
Terminado el movimiento, el chofer sacó una carpeta y mostrando la factura, le dijo a Juan que el traslado costaba 5000 pesos.
-¿Cinco mil pesos? ¿Y de donde voy a sacar tanta plata? ¡No viejo! ¡Yo no les pago nada! Carguen de nuevo el cajón y se lo llevan-
Los funebreros se miraron, evaluaron la situación, sopesaron la lluvia que estaba cayendo, y por fin, el acompañante dijo:
-¿Y cuanto nos puede dar?-
-¡Esperen un cachito!- Dijo Juan, viendo el buen negocio que se le presentaba. Se fue al tranco lerdo hasta la pieza y volvió al rato.
-¡Solamente tengo mil pesos!-
-¡Está bien! ¡Démelos y que sea lo que Dios quiera!-
-¡Ah! Pero me tienen que dejar la boleta para poder cobrarles a los parientes-
Los cuervos se dieron cuenta de la astucia, pero lo único que querían era irse cuanto antes, así que liquidaron el asunto y se fueron casi sin despedirse.
Al mes siguiente, vinieron dos de los hermanos de Abel a retirar el cadáver. Se abrazaron con Juan, le pagaron los 5000 pesos que indicaba la factura del traslado, charlaron un poco, cargaron al difunto en la caja de una vieja camioneta Ford `66, y se fueron.
Dicen que al despedirse, Juan pasó la mano por el cajón, y medio moqueando, dijo:

-¡Gracias hermano por todo lo que me diste!-  

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...