-¿Jorge?
-¡Sí! ¿Quién habla?
-¡Soy Laura Iñiguez! Quería saber si estabas en la
veterinaria para llevarte a Reina. Desde ayer anda tristona y sin ganas de
comer.
-¡No hay problema Laura! Traela que la revisamos-
Reina es una perrita caniche de seis años, a la
que ya hemos atendido varias veces. Buena paciente. A los diez minutos llegaron
Laura y Reina, y las hice pasar al consultorio. Pronto vimos que había una
inflamación severa de las glándulas perianales. Este es un problema bastante
común en los perros, y la solución es desobstruir y evacuar manualmente las
glándulas, que están ubicadas a ambos lados del ano, y después aplicar una
medicación específica. Esta es una maniobra sumamente molesta para las mascotas,
por lo que es muy necesario que el ayudante (en este caso Laura), sea capaz de
contenerlos en todo momento.
Pero ayer todo se complicó.
En cuanto me puse los guantes y tomé el algodón para
empezar a trabajar en la retaguardia de Reina, noté que Laura se ponía un
poco pálida. De todas maneras le pedí
que le abrazara el cuello a la pequeña, y que tratara de calmarla.
Comencé el procedimiento, y en eso estaba, cuando de
pronto Laura pareció desmoronarse al lado de la camilla.
Se le aflojaron las piernas y cayo de rodillas. Si
bien no se desmayó, esto fue suficiente para que Reina diera un salto ágil
desde las alturas, y saliera corriendo hacia el local de ventas, donde un par
de clientes la vieron aparecer sorprendidos. Detrás aparecí yo, enguantado y
con un algodón en las manos, después de asegurarme de que Laura quedara sentada
en el piso, en un rincón del consultorio. Fue un momento entre preocupante y
jocoso.
Lástima que Laura no quiso sacarse una foto sentada
en el suelo, para inmortalizar el suceso. Creo que la coquetería pudo más.