jueves, 26 de diciembre de 2013

El año teatral

Ayer terminó la actividad teatral del año. Volvimos a presentarnos con “Los Timoteos”, armamos la obra de fin de año de los egresados del secundario, hicimos el espectáculo de la escuela 27 y rematamos con el pesebre viviente en la plaza del pueblo.
Pasó de todo. Justo el día del debut con “Los Timoteos” en San Manuel, presentando “La herencia de los Pérez”, y a 10 minutos de abrir el telón, nos avisan por teléfono que habían asesinado al intendente de nuestro Partido de Lobería, y a otra persona que lo acompañaba. Obviamente hubo que suspender todo y empezar fatigosas negociaciones para conseguir otra fecha en el Club. Después, nos invitaron a dar la obra en Balcarce. Trabajamos mucho para hacer todo, publicidad, traslados, contactos con la ONG con la que colaboramos, y otras menudencias. Por fin llegó el sábado de la actuación, prevista para las 21.00 hs., pero ya les dije que el año vino complicado. A las 20.00 hs se desató sobre Balcarce el peor temporal de viento, lluvia y granizo en muchos años. Los bomberos no daban pie con bola y recomendaban a la gente no salir a la calle. Hasta el teatro se llovió. De todas maneras, y ya que estábamos ahí, hicimos la obra, pero para unas 70 personas, cuando ya habían vendido alrededor de 200 entradas anticipadas.
Con el trabajo de los chicos del secundario, las cosas se hicieron al límite con los tiempos, y como el mismo día de la presentación egresaba mi hija mas chiquita del Jardín de infantes en Mar del Plata, no llegué a San Manuel a tiempo para acompañar a los chicos en la dirección del espectáculo.
La obra de la escuelita 27 fue muy divertida, pero tuvimos que demorar más de una hora el comienzo porque uno de los actores, empleado rural, reventó una goma del auto cuando viajaba para el pueblo, y se le complicó el cambio de la rueda porque no le andaba el crique. Encima se quedó en un lugar sin señal en el teléfono. Por suerte, y después de pedir varias veces al público que tuviera paciencia, el muchacho pareció y todo salió bien.
Y ayer repetimos el pesebre. Es un trabajo muy intenso donde colabora muchísima gente y creo que tiene uno de los puntos más fuertes con la representación del parto de la virgen, mostrado de manera muy sutil a través de luces y sombras,  Pero como no podía ser menos, en esto también nos pasaron cosas imprevistas. En un momento, Jose y María llegan al pesebre de Belén, después de mucho peregrinar y allí hacemos lo del nacimiento, pero el muchacho encargado de bajar una especie de telón de liencillo que cierra el frente del pesebre, esta vez quedó detrás de unas telas que no lo dejaban calcular bien lo que pasaba ¡Y bajó la tela antes de que entraran los protagonistas al pesebre! Después de algunas dudas que el público ni siquiera notó, el espectáculo continuó hasta el momento en que brilla la estrella de la Anunciación. Esto lo hacemos encendiendo una bengala de uso marítimo que hace una hermosa luz en el cielo mientras se consume. Esta vez la izamos en un poste muy alto con tanta mala suerte que el fuego de la bengala quemó el hilo plástico que la sostenía y antes de que se apagara la luz, la bengala cayó directamente a los pies de algunas damas espectadoras que imaginaron que era una estrella ¡Pero fugaz! Terrible momento que pasó sin contratiempos y que dejó material para las risas y comentarios.

¡En fin! Un año teatral complicado pero con la satisfacción de que la gente disfrutó mucho con nuestras cosas.    

viernes, 15 de noviembre de 2013

El mañero

En el pueblo de Licenciado Matienzo vive Roberto, un muchacho que desde chico padece epilepsia. Cada tanto le agarra algún ataque y queda tendido con fuertes convulsiones un rato, hasta que la cosa pasa junto con el susto y el apurón de los que lo acompañan en el momento.
El tipo es medio pícaro, así que en el colegio uso en abundancia el recurso de tirarse al suelo con fuertes temblores, los días que sospechaba que le tocaba dar lección. Como se dio cuenta que los simulacros daban rédito, fue ideando otras astucias, como la de hacerse pasar por ciego en la peatonal de Mar del Plata, para “recaudar” la plata que le permitió vacacionar muy tranquilo, dos temporadas completas.
Hace algunos años viajó con otros compañeros de Matienzo, a disputar un partido de fútbol agrario en el paraje “El Solcito”. Lógicamente, Roberto es un tipo mañero y sucio para el juego. Siempre lo ponen de defensor central y ahí reparte patadas y agarrones a lo loco. Ese día le tocó marcar al 9 de El Solcito. Un chico habilidoso y potente, que las primeras dos veces que lo pasó, terminó convirtiendo, así que a la vez siguiente que el hábil encaró por el medio, Roberto le metió una tremenda patada en la panza, que lo dejó caído sin respiración.
Medio equipo de El Solcito se le vino encima con ganas de matarlo, así que el tipo recurrió a su viejo truco y se tiró al suelo en una tremenda crisis epiléptica. Los compañeros, sabiendo que era un cuento para salvarse de que lo molieran a golpes, se quedaron quietitos mirándolo, hasta que aparecieron dos espectadores del equipo local gritando que había que sacarle la lengua para que no se ahogara. Pero nadie se movió, así que uno de los comedidos, con miedo de que el doliente le pudiera cortar un dedo de un mordiscón en una de esas convulsiones, no tuvo mejor idea que acogotarlo.
-¿Que hacés animal? ¡Sacale la lengua pero no lo matés!– Gritaron los jugadores de Matienzo. Pero el paramédico siguió con la maniobra, hasta que el tramposo no solo sacó la lengua, sino que abrió los ojos, desesperado, y con un hilo de voz le gritó:
-¡Lárgueme señor! Ya estoy mejor-
El tipo lo dejó, contento de haber salvado una vida y Roberto, como de costumbre, zafó del castigo. Eso sí, cada vez que Matienzo visita a El Solcito, se cuida de meter pata y nunca mas tuvo la idea de hacer un simulacro en cancha tan peligrosa.
  

martes, 12 de noviembre de 2013

El mal trago del contador

Entre mis clientes tengo a la firma La Imperial S.A. Esta gente tiene varios campos en la Provincia de Buenos Aires, y hace cosa de tres años compraron otras 15.000 has. en La Pampa.
El lugar era desierto y monte, y los trabajos para civilizar el establecimiento pintaban con ser muy duros, así que eligieron a su mejor hombre, Gervasio Venegas, el mayordomo de La María, para hacerse cargo del nuevo campo adquirido.
Y allá partió Gervasio con su mujer y sus seis hijos a tomar posesión de las nuevas tierras. La casa, a la que conocí varios meses después, era muy grande y cómoda. Fresca en verano y helada en invierno. Pero lo que menos gustó a los nuevos moradores fue que, cosas del criollismo, el “baño”, era solo una letrina, separada de la puerta de la cocina por una veredita de ladrillos. Lo primero que hizo Gervasio fue cerrar la pasada con dos paredes y un techo, para que la excursión hasta el sanitario no fuera al aire libre. Para mas adelante quedó reemplazar el agujero de la letrina por un inodoro y el resto de los artefactos.
La cuestión es que a los tres meses de estar instalados en el campo, se anunció la visita del contador de la empresa. Un porteño bastante “engreído” como me lo describieron después. El día previsto, Gervasio y su mujer trataron de tener la casa lo mas presentable posible, a pesar de las seis fieras que se esmeraban en deshacer todos los arreglos. Casi una hora antes del encuentro, Mancha, la perra lanuda de los chicos, se puso a discutir con el gato Zenón, y en estos desencuentros, el minino no tuvo mejor idea que tirarse en el pozo de la letrina para huir de los mordiscos de su enemiga.
Y el contador que estaba por llegar.
Entonces Gervasio, apurado por las circunstancias, metió un palo largo en el hoyo del baño para que el bueno de Zenón pudiera subir cuando quisiera.
Y el contador que llegó.
Siguieron los saludos y presentaciones, hasta que el viajero manifestó su urgente necesidad de utilizar el sanitario. Casi toda la familia de Gervasio lo acompañó hasta la cocina dándole charla, con idea de disuadirlo, pero el pobre hombre apurado de verdad, cerró tras de sí la puerta del baño. Se bajó los lienzos, algo extrañado con el palo que salía del agujero del “inodoro” y apuntó con sus partes hacia el pozo, logrando un pronto desahogo. Pero se ve que Zenón no disfrutó de aquella lluvia inesperada, así que en tres saltos trepó por la vara y se zambullo en los calzoncillos del contador. El tipo se pegó tremendo susto y solo atinó a subirse los pantalones y correr hacia la cocina a los gritos, dejando atrapado contra sus testículos al pobre felino que maullaba desesperado.

A pesar de que hicieron fuerza, los Venegas no pudieron aguantar la risa. Pero lo mejor de todo fue que la empresa solo tardó dos semanas en construir en la casa un baño con todas las de la ley, a instancias del contador magullado.  

lunes, 7 de octubre de 2013

La veterinaria siempre nos sorprende

Hace dos días la veterinaria volvió a sorprenderme.
Habíamos tenido una jornada llena de trabajo y a media tarde salen dos cosas simultáneamente. Decidimos separarnos con Juan. El fue a atender una vaca y yo, que tenía que volver más rápido al negocio para terminar algunas cosas, decidí asistir el parto de una oveja, pensando que volvería enseguida.
En cuanto me encontré con el dueño aparecieron las primeras nubes.
-¿Te animas a cruzar el barro ese?- Me preguntó señalando un gran pantano al lado de su casa.
-¡No sé! Le contesté -¿Porqué no pasamos en tu camioneta ya que vos lo conocés mejor?-
-¡Ni loco! Ayer la lavé y la engrasé- Dijo de lo más campante. Yo lo miré, pero no dije nada.
-¿Y dónde está la oveja?-
-¡En el potrero atrás de la loma!-
-¡Listo! ¡Vamos caminando!-
Cargamos la caja grande de instrumental, balde, agua, sogas y el resto de los elementos y salimos. Pero al llegar hasta el lugar, vimos a toda la majada comiendo tranquilamente pero ninguna lanuda en el piso haciendo fuerza.
-¿Pero cómo? ¿No está caída?-
-¡Que va a estar caída! ¡Hay que agarrarla!- Contestó tranquilo el dueño, y yo, como soy bastante avispa, me di cuenta muy rápido, que el que iba a correr era yo, porque el buen hombre, con una crisis cardíaca en su haber, no estaba para andar haciendo atletismo atrás de una oveja.
Me esforcé casi doscientos metros a toda la velocidad que me permitían mis botas de goma, hasta que al fin pude alcanzar a la parturienta. A esta altura ya venía rumiando bronca, pero me mantenía sereno como una malva. Encima se nos venía la noche. Pero todo volvió a tener brillo de repente.
En cuanto revisé por vía vaginal, noté que no había señales de algún cordero, y tampoco más profundamente en el útero. Pero sin embargo, con la mano que tenía apoyada sobre el abdomen del animal, notaba las partes duras de una posible cría. Sospechando de qué se trataba, decidí hacer una cesárea. Y me encontré nomás con un hermoso caso de gestación extrauterina. Dentro de la cavidad abdominal había un gran cordero a término, pero ya muerto, y detrás de este, una placenta de tamaño normal. Después de retirarlos, revisé el útero, viendo que estaba algo agrandado, pero sin ningún rastro de desgarro por el que pudiera haber salido el feto hacia la cavidad, tal como he encontrado otras veces en vacas.
Me volví para San Manuel de lo más contento. Hasta ayer la oveja seguía atrás de sus amigas comiendo y charlando tranquilamente.



lunes, 16 de septiembre de 2013

El perro negro

-¡Cuando Camilo se pone loco no hay Cristo que lo pare!- Me dijo Matilde, mientras yo me subía apurado a la camioneta, casi sin despedirme.
Desde hacía unos cuantos días, los perros cimarrones le venían lastimando y matando las ovejas a la gente de “La Cortadera”. Los salvajes cruzaban de noche la sierra que pega con el pueblo de Licenciado Matienzo, y hacían estragos en la majada, dejando muchas lanudas vivas, pero maltrechas, así que tuvimos que ir varias veces para atenderlas.
Esa mañana llegué hasta la casa de Camilo Fuentes, el puestero, y su mujer me dijo que hacía dos noches que no volvía. Se había ido a la sierra dispuesto a terminar con el problema. Ella tenía miedo porque había oído algunos tiros en medio de la noche, pero no sabía que era lo que había pasado. Además, estaba el peligro de los cazadores furtivos de ciervos, que andan siempre por nuestros cerros armados con fusiles de largo alcance.
En cuanto entré al potrero del faldeo, me llamó la atención que toda la majada estaba amontonada en el monte, a unos cien metros de la tranquera. Pero de Camilo ni noticias, así que me acerqué hasta el pié de la sierra y empecé a recorrer el lote tocando bocina para ver si lograba que apareciera el morocho correntino.
Son casi trescientas hectáreas que se alargan contorneando las piedras. Yo miraba, atento al menor movimiento o cosa rara entre las plantas de curro, hasta que por fin pude divisar un punto oscuro, metido en una hondonada. Me baje, y a los gritos traté de que, si era Camilo, me respondiera. Como nadie contestaba, me largué caminando los casi quinientos metros. Cuando llegué al lugar, encontré el zaino grande del puestero, todavía ensillado, y un montón de perros muertos alrededor. Quedé pasmado. Eso era una carnicería. Conté no menos de diez perros de todos los tamaños y colores, en medio de charcos de sangre negra y seca. De pronto, como a veinte metros, debajo de una mata de curro, lo vi. Un enorme perro negro, con ojos de fuego, que miraba atento. En cuanto supo que lo había descubierto, se paró con trabajo y huyo cuesta arriba. Alcancé a ver que tenía una pata muy mordida y lastimada. El Mauser de Camilo estaba tirado cerca del caballo.
Me volví a la casa y le conté a la mujer lo que había encontrado. Llamaron a la policía y empezaron las rastrilladas por la sierra, pero el pobre hombre nunca mas apareció. Y tampoco el perro negro.

Me dijeron que algunos perros cimarrones tienen el diablo adentro y cuando muerden alguna persona se la llevan con ellos ¡Será así nomás!

domingo, 8 de septiembre de 2013

Truco de partero


 Les muestro un truco muy sencillo para sacar un ternero sin hacer el menor esfuerzo. En este caso el pichón venía de patas. Primero atamos con una cuerda por encima del menudillo, en la parte media del metatarso.


 Después agregamos una soga mas larga y la atamos a la parte mas baja de la tranca.


 Dejamos un largo de soga tal que permita a la vaca hacer dos o tres pasos fuera de la manga una vez abierto el cepo.


 La madre sale, pone tensa la cuerda y va ayudando a que el ternero nazca en forma suave y sin mayor trauma.


¡Y nació nomás! Lindo ¿Nó?

sábado, 7 de septiembre de 2013

Remedio casero

Hace más de un mes llegué a revisar un lote de novillos en lo de Pascual Benavidez. En el campo trabaja Ramoncito, un muchacho tremendamente voluntarioso y vivaracho que me acompañó hasta el potrero a mirar los animales. Según me contó Pascual por teléfono, los estaba viendo algo pelados en el cogote y la paleta, y no estaba seguro si era sarna o piojos.
Ramoncito abrió la última tranquera y entramos al potrero del fondo. Efectivamente los novillos lucían entrepelados y la cosa era señal inequívoca de que se trataba de una infestación importante por piojos. Estos bichitos, en el vacuno, se alimentan con detritos de la piel y además, erosionan la base de los pelos, por lo que el animal al rascarse contra postes y árboles, va perdiendo la capa pilosa poco a poco.
-¡No es grave Ramoncito!- Le dije al chico –Pedile a Pascual que te traiga el remedio y después los vas tratando a la pasada por la manga. Vas a ver que en dos o tres días dejan de rascarse-
-¡Listo dotor!- Contestó el muchacho con decisión. Lo dejé de vuelta en el puesto y nos despedimos.

Después supe todo el resto. El padre de Ramoncito, Don Manuel Soria, es encargado en la Estancia El Mangrullo hace años, y además, es de los viejos que se las saben todas. Cuando el muchacho le contó el caso por teléfono, Don Manuel le aseguró que lo mejor era echarle un chorro de gasoil en el lomo a cada uno. El martes temprano Ramoncito le pidió ayuda al vecino y encerraron los novillos. Los fueron pasando por la manga y el pibe, armado con una botella plástica, los fue mojando con el combustible. Cuando terminaron, volvieron a pasar los 32 más gordos que iban a cargar para la venta, porque había que marcarlos. Dicen que cuando Ramoncito apoyó el fierro al rojo sobre el cuero del animal, el gasoil ardió de pronto, convirtiendo a la víctima en una gigantesca bola de fuego. Con tal de que no se prendiera la manga también, los muchachos abrieron el cepo y largaron al novillo en llamas balando enloquecido. El incendio se apago cuando se consumió todo el gasoil, pero ya era tarde. Ramoncito tuvo que anotar un novillo muerto en la libreta, y en el renglón donde tenía que explicar la causa, puso con letra desordenada… ¡Muy quemado!

jueves, 5 de septiembre de 2013

Armando el rompecabezas




Uno de los problemas que tienen los animales como pacientes es que no hablan. No son capaces de expresar lo que les pasa y los pobres veterinarios debemos armar una especie de rompecabezas con los signos clínicos, los datos de la necropsia y toda la información que nos puedan aportar los dueños o los cuidadores. En los dos primeros casos no hay complicaciones, porque un buen profesional sabrá extraer lo mejor de una adecuada revisación del afectado, o podrá averiguar infinidad de cosas en una prolija necropsia que, como si esto fuera poco, le brinda la posibilidad de tomar muestras para el laboratorio y así llegar al diagnóstico.
El problema son los dueños o cuidadores. En general, los dueños no suelen mentir porque les interesa verdaderamente que el animalito se cure, pero los cuidadores o encargados nos llenan de mentiras para confundirnos o a veces, porque intentan tapar las macanas que hicieron para que el animal se haya enfermado o muerto.
Hace unos días me llamó Florencio Ordoñez por teléfono. Según me contó, tenía un ternero de la cabaña, el 2347, que “se bamboleaba” y “revoleaba la cabeza y los ojos”. Sabiendo que Gutierrez, el propietario, estaba en Rauch por una venta especial de toros, me fui hasta el campo enseguida. El 2347 era el crédito de “Las Lomas” para Palermo 2014. Un lindo ternero Angus negro, muy vivaracho y juguetón.
-¿Cómo estás Florencio?- Lo saludé al llegar. Mientras me cambiaba, el muchacho me daba charla de mil cosas del campo, pero del 2347 no decía nada.
Nos fuimos caminando hasta el piquete donde estaban los terneros y entonces lo vi. El pobre bicho estaba con la cabeza desviada hacia arriba y la derecha. Cuando sus compañeros corrieron, se quiso mover con ellos, pero inició un baile desordenado que termino con una violenta caída.
-¿Desde cuándo está así Florencio? ¿Vos no les cambiaste la alimentación o alguna otra cosa? ¿No se te escaparon para el bajo donde hay Yuyo sapo?- Mientras revisaba al enfermo, le fui haciendo un montón de preguntas. Florencio parecía no saber nada. Solo repetía que “apareció así”. A medida que recolectaba datos, iba mentalmente tratando de armar el rompecabezas del que les hablaba al principio, pero no lograba juntar todas las piezas. Algo no encajaba.
Por suerte pasó lo que tenía que pasar. De pronto el 2347 entro en una crisis convulsiva y con algunas patadas finales, se fue al cielo de los terneros.
En la necropsia que siguió, no encontré dato alguno en los órganos torácicos y abdominales, pero al abrir el cráneo apareció la verdad. Un gran coágulo se asentaba sobre el hemisferio cerebral derecho.
Florencio ya no habló más. Yo me limité a escribir el informe y sin mucho esfuerzo, Gutierrez averiguó, cuando estuvo de vuelta en la cabaña, que el muchacho, fastidiado porque el ternero lo había pisado en sus intentos por jugar, se calentó y le pegó tremendo garrotazo en la cabeza.
Y “Las Lomas” se quedó sin su mejor ternero para Palermo.


jueves, 8 de agosto de 2013

Presentación del libro


 Al final de la charla con Mauricio a mi derecha y Quique a mi izquierda


 Una parte de los asistentes. Faltan todos mis hijos y familia que estaban mas adelante


Firmando ejemplares en el stand de Alfa Librería

El pasado viernes 2 de agosto, hicimos la presentación de “Animales que hablan, que vuelan y que caminan”, en la 10ª Feria del Libro de Tandil.
Hago aquí el comentario, ya que fue en este blog donde el libro se gestó hasta su nacimiento hace algunos meses. Fueron casi dos años de ir creciendo despacito, pasando de ser un embrión muy pequeño, a un feto bastante parecido a lo que después terminó apareciendo.
Hubo historias sangrientas y otras muy cómicas. Las hubo simples y también densas y apasionadas. Entre todas formaron los órganos internos, los miembros y la cabeza del texto final, aunque después hubo que trabajar mucho para poner las cosas en su lugar, pulir y tratar de mejorarlo.
Muchos colaboraron siendo protagonistas de los relatos. Hombres y animales. Estos últimos con su inocencia salvaje o doméstica, dejándome hondas reflexiones como para pensar un buen rato.
Mi hermana Andrea corrigió el escrito final y mi sobrina Julieta diseñó una linda tapa como para que el libro se luzca en cualquier estantería; y por fin, la Editorial Dunken, de Buenos Aires, se encargó de soplar y darle vida.
La del viernes fue la primera presentación de un libro a la que asistí. Nunca estuve en otra como espectador y menos como protagonista. Cuando pensé en cómo hacerla, se me ocurrió pedir ideas o buscar soluciones en Internet, pero al fin decidí hacer que todo fluya un poco más libre. Después de 17 años como docente en la Facultad, tal vez la cosa no se me haría tan difícil. Y así fue nomás. Pasamos un buen momento, tanto Mauricio Bicondoa y Enrique Oss, que me acompañaron para hablar, como la gran concurrencia que llenó la sala, encabezada por mis cinco hijos mayores con sus familias, que siempre están conmigo. Todo fue organizado por la gente de Alfa Librería, con Alicia Laco a la cabeza, que se preocuparon hasta de los menores detalles.
Mientras escribo esto, estoy pensando en hacer un Eva test a este blog, porque tal vez esté embarazado nuevamente y yo no sepa aún que estamos esperando nuestro tercer libro.


viernes, 26 de julio de 2013

A las apuradas

Hay una especie de aceleramiento general. Hace un tiempo escribí una breve nota sobre el tema, contando algo que me impresionó mucho en mis épocas de estudiante universitario, cuando el Dr. De Diego, un gran profesor de Enfermedades Infecciosas, mostró un cuadro donde se marcaban los períodos de tiempo transcurridos entre los grandes hitos de la civilización humana. Del fuego a la rueda, de la rueda al uso de los metales, de allí a la energía eléctrica y así sucesivamente. Con asombro veíamos que entre los primeros, pasaban miles de años, mientras que, entre los últimos solo hay pocos decenios, y actualmente, algunos meses que los separan.
Lo más impactante que está sucediendo frente a nosotros es el cambio en las comunicaciones. Los seres humanos estamos cada vez mas interconectados. Muy interconectados. Angustiosamente interconectados.
Y parece que los humanos reaccionamos frente a esto como podemos. No hay manuales.
Surgen fenómenos novedosos. Algunos muy visibles como las multitudinarias manifestaciones convocadas a través de las redes sociales, que han llegado a terminar con gobiernos enteros, y otros fenómenos más íntimos como la dependencia enfermiza de los aparatos electrónicos y de comunicación, o los cambios en las relaciones de pareja por nombrar algunos.
Nadie tiene la verdad. Ni el que hace uso y abuso de todo lo nuevo, ni el que se para a un costado con cara de aburrido, como vaca que mira el tren.
Tal vez podamos pensar que un individuo está en el buen camino, cuando notamos que está sereno, feliz con lo que hace, bien relacionado con su entorno, y cuando es capaz de reírse sanamente, cualquiera sea la actitud que adopta frente a los cambios de la época.


lunes, 8 de julio de 2013

Todo cambia

A propósito de estos días de lluvia, pensaba que para el que no conoció otra cosa, lo más natural es que los caminos sean entoscados y bien cuidados, o directamente de cómodo asfalto. Pero deben saber que hace algunos años, las carreteras del país eran pocas, y que los escasos vehículos que circulaban por inmensas zonas, lo hacían por huellas apenas visibles, calles de tierra angostas o, muchas veces, cortando por dentro de alguna estancia grande que “daba permiso”.
En esos años, cuando se venían estos temporales, sobre todo en invierno que los días son cortos y pocas las horas de sol, podían pasar semanas sin que la gente lograra moverse, salvo en los lugares donde ya la vía férrea unía los distintos pueblos, y los altos terraplenes del ferrocarril sobresalían como espinazos de ballena, entre lagunas enormes.
Los mas corajudos, decididos o conocedores, solían largarse igual por esos andurriales. Abrían huella, que era lo más difícil, tratando de ir derechito por el medio de la calle y haciendo verdaderas proezas al volante. Así aprendieron a "sentir" el vehículo, tipos geniales de aquellos años como el gran Juan Manuel Fangio o los hermanos Galvez.
Yo hace mucho que aprendí a manejar en el barro. Siendo chico me enseñó mi viejo. Y me han tocado muchas buenas aventuras, la mayoría de las veces por trabajo.
Recuerdo una vez que tuve que ir a La Mamita, campo de los Riglos, por el parto de una vaquillona. Hacía como tres días que llovía, y justo para esa fecha, yo tenía un turno con el dentista en Lobería. Pronto hice la cuenta de que me convenía ir a atender la vaquillona, y de ahí seguir por tierra hasta la ciudad, ya que volver para San Manuel y viajar por el asfalto era mucho más largo. Cargué algo de ropa para cambiarme por si hacía falta, y salí. A duras penas llegué al campo. Seguía lloviendo. En esa época tenía un Falcon verde, con motor chico, que se desempeñaba bastante bien en el barro. A las apuradas sacamos el ternero y ya todo mojado, me despedí de la gente y encaré para Lobería. Cincuenta kilómetros de barro me esperaban. El auto se me desbandaba para todos lados. Varias veces quedé de costado y alcancé a seguir haciendo enormes esfuerzos. Me caí en un pantano y pude salir paleando barro a lo loco y, después de dos horas de sudar, pisé el asfalto de la calle que llega a la Escuela Agraria de Lobería. El auto echaba humo y estaba todo tapado en barro. Solo había un pequeño lugarcito en el parabrisas al que le iba sacando la mugre con la mano, porque se me había terminado el agua del zorrino. El escape se rompió en uno de los barquinazos, así que el auto bandido rugía como un león. Me arregle como pude limpiándome un poco y calzando ropa presentable, y al rato estaba sentado en la sala de espera del dentista.

Y pensar que hace unos meses, un amigo de Mar del Plata me dijo que le encantan los días de lluvia, porque así puede salir a los caminos alrededor del pueblo, a jugar en el barro con su 4x4 ¡Como cambian los tiempos! 

viernes, 5 de julio de 2013

Un tesoro


 Boliche La Providencia. Año 1899


Portada del libro

     Después de leer la nota en la que conté algo de una muerte en La Providencia, apareció un cliente con un libro que es verdaderamente un tesoro. Se trata de algunos apuntes autobiográficos de Don Manuel Suarez Martinez. Un español que supo ser dueño de ese boliche entre los años 1865 y 1885. Allí va contando muchas cosas de la zona y se puede tomar conciencia de lo que era la región en un tiempo en que aún se vivía bajo el peligro de los malones, y los criollos tenían siempre a mano algún parejero para huir en caso de emergencia. Hay relatos de sus viajes quincenales desde La Providencia a Tandil, donde hacían un camino que pasaba por el boliche San Manuel, cerca de donde está hoy el pueblo, la pesquería y otros parajes conocidos. Nombra estancias en las que hoy me toca trabajar. Los Eucaliptus, Villa Italia, San Antonio y varias más.
En La Providencia, que en esa época estaba rodeada por un foso y una empalizada para defenderse de los indios, hicieron la primera huerta con todo tipo de legumbres y hortalizas, para el asombro y beneplácito de los estancieros de la comarca, que tenían bien metida en la cabeza la idea de que esta tierra y este clima no eran propicios para la agricultura. Además, estaba la convicción del paisanaje de que agacharse a trabajar el suelo, iba en desmedro de su hombría donde solo cabían los trabajos con la hacienda, cuanto más baguala mejor.
Evoca épocas bravas donde la ley y la policía no intervenían demasiado cuando había algún conflicto. Se trataba de poner el pecho y el cuerpo a la situación. Así cuenta Don Manuel varias peleas con matones reconocidos, donde los bravos “gallegos” de La Providencia salieron airosos. Hubo un encontronazo tremendo con un tal Juan Gregorio que terminó con el malo desmayado por un terrible garrotazo que le abrió la cabeza y lo hizo entrar en razones para siempre. Tanto, que terminó haciéndose bueno y casándose con una chica de honor. Hasta los famosos hermanos Barrientos, que tuvieron su guarida en la sierra de Barbosa, cayeron un día de carreras al boliche, con ganas de armar bronca y fueron correteados por estos valientes pioneros.

Hoy el boliche está cerrado, pero algo tiene que me invita a tomar mate un rato algunas veces que paso con tiempo. El campo pertenece ahora a la familia Riglos y va mi recuerdo al fallecido José María, hombre campero como pocos, gran pialador, muy de a caballo, generoso y hospitalario, que me distinguió con su amistad. 

miércoles, 19 de junio de 2013

La Providencia

Venía de vuelta de un trabajo cerca del paraje “El Lenguaraz”. En el camino hay un boliche viejo. Ya cerrado hace años. Se llama La Providencia, y en su época fue una de las postas de carretas entre Tandil y Lobería.
Tenía tiempo, así que paré un rato a tomar unos mates porque es un lugar que siempre me gustó mucho. Está en un cruce de calles y ocupa alrededor de una hectárea. Con un gran monte de eucaliptus que lo abriga, sus gruesas paredes amarillentas todavía fuertes, las ventanas enrejadas y el cartel desvanecido donde se adivina el nombre.
Junté unas ramas secas y prendí el fueguito al lado de la puerta principal del boliche. Bajé la caja negra de medicamentos  para sentarme y mientras se calentaba el agua en la tiznada, me hice una recorrida por el patio interior donde cuentan que dejaban las carretas, mientras los conductores cargaban cosas y se tomaban unas copas.
Con sorpresa encontré una de las puertas entreabierta. Me asomé con cuidado ya que nunca había podido espiar dentro del edificio y no sabía lo que podía aparecer.
Entonces vi lo que vi. Un largo mostrador enrejado. Detrás una estantería muy vieja, cargada de botellas de caña fuerte y ginebra, el bolichero ocupado en desarmar una caja de madera y un parroquiano de gesto fiero, acodado en el mostrador.
El despachante se dio vuelta cuando me oyó llegar y me miró sin hablar. Me acordé de algunos cuentos y me animé a decirle:
-¡Buen día! ¿Usted es Florencio Gonzalez?-
El tipo se sorprendió primero y a su vez contestó:
-¡Si señor! ¿Y usté quién es?-
-¡Yo soy Spinelli! Un veterinario de San Manuel-
-¿Veterinario? ¿Y eso que es?- Dijo el hombre  –¿Usté me está macaneando?-
El parroquiano había estado callado hasta entonces y se metió en la charla con tono amenazante.
-¡Vea forastero! Se ve que usté anda medio estraviado ¿Por qué no sigue viaje y se deja de joder?-
-¿Y usted como se llama?- Pregunté sin achicarme.
-¡Yo soy Rodrigo Alvarado!-
De pronto se me hizo la luz. Recordé la historia completa y cómo este mismo Alvarado había asesinado al bolichero solo para llevarse algunas bebidas. Quise ayudar.
-¡Escuchemé Gonzalez! ¿No quiere acompañarme hasta afuera que tengo algo que mostrarle?-
El hombre hizo un gesto de fastidio, y sin embargo, dio algunos pasos como para salir al patio. Justo en ese momento, Alvarado sacó un enorme puñal y se lo enterró en la panza, atravesándolo de lado a lado. Gonzalez abrió muy grandes los ojos y cayó al suelo despacio, envuelto en sangre. Alvarado, limpió su cuchillo con un trapo. Agarró dos botellas de ginebra y caminó hacia la puerta sin apuro. Pasó a través mío sin detenerse y se fue.
Todavía sorprendido, di la vuelta al boliche, apagué el fuego, cargué el equipo de mate y seguí viaje para la veterinaria.



    

sábado, 15 de junio de 2013

Una broma

En general, dejamos la cirugía en pequeños, para los días de lluvia o cuando no se puede salir al campo por alguna otra razón.
Ese día decidimos castrar dos perras. La del chico que abrió un taller hace poco en el pueblo, y la de la gente del almacén. Como a las nueve de la mañana pasamos a buscarlas. Cargamos la primera, y cuando fuimos al mercado por la otra, nos dijeron si podíamos sacarla de la casa, que el portón del patio estaba abierto y que la agarráramos nomás. Una vez que estuvieron bien dormidas, las operamos sin contratiempos y mientras estábamos terminando de limpiar todo, a Juan se le ocurrió hacer una broma:
-¡Buena idea!- Le dije.
Pusimos las dos perras, aún dormidas, en la caja de la camioneta y nos fuimos hasta el almacén de los Alvarez. Paramos frente a una puerta lateral del mercado, pero bajamos la mascota del chico del taller y la dejamos acostada en la vereda. En cuanto entramos al negocio, que estaba lleno de gente, me gritaron desde atrás del mostrador:
-¿Y Jorge? ¿Cómo te fue?-
-¡Bárbaro! ¡Ahí la tengo! ¿Me abrís la puerta del costado así la entramos?-
-¡Sí! ¡Ya voy!- Dijo Andrea.
Y allá se fueron los dueños a recibir la operada, se sumo la suegra, y por la puerta del negocio salieron varios vecinos curiosos a chusmear un poco.
Nosotros nos quedamos bien serios, esperando con Juan, paraditos al lado de la perra equivocada.
En cuanto se asomaron y la vieron, ninguno habló. Me miraron. No entendían bien que pasaba hasta que Mauricio me dijo:
-¡Pero esta no es mi perra!-
Yo me reí, simulando que era él, el que me estaba haciendo un chiste, y le dije:
-¡Dale Mauricio! ¿Dónde querés que la dejemos?-
Ahí sí, las mujeres, y algunos conocedores del animal, empezaron a atropellarse para tratar de convencerme de que esa no era la perra de ellos, y yo insistiendo que la habíamos sacado del patio de su casa, y que  a ellos se la tenía que dejar.
Así estuvimos un rato. Juan y yo sin poder aguantar la risa, hasta que de pronto, la suegra descubrió el asunto cuando vio que su animalito reposaba tranquilamente en la caja de la camioneta.

Terminamos a las risas y desde hace días que la broma es el comentario en el almacén.

jueves, 6 de junio de 2013

Benítez está curtido

Hay gente que no sigue los caprichos de la moda.
A los que nos gusta el deporte, vemos que los varones que salen a correr, usan una especie de uniforme. Zapatillas descomunales, a veces con colores fluo que no se sabe si son para andar sin peligro por calles oscuras, o solo para llamar la atención, pantaloncitos cortos de marcas famosas, o a veces las modernas calzas, que a los tipos les arman un bulto considerable parecido a un nido de avutarda, remeras “inteligentes” que absorben el sudor, transformándolo en untura para el cuerpo, buzos con diseños escalofriantes y gorras visera y anteojos negros para completar el atuendo. Y la moda impone también algunos aditamentos tecnológicos. Es cosa necesaria tener metidos un par de audífonos en las orejas para que la música acompañe el esfuerzo del atleta, y un gran aparato en la muñeca que registrará las pulsaciones, distancia recorrida, velocidad del corredor, cantidad de pasos y movimientos respiratorios, personas conocidas vistas en el circuito, mujeres apetecibles que corren en ambos sentidos y mil cosas más, que luego se descargarán en algún programa de la PC.
En el pueblo la cosa es más simple.
Antonio Benítez es mecánico y tornero. Hace unos meses decidió hacer algo de ejercicio y se anotó en un grupo de cincuentones, que dos veces por semana hacen algo de deporte con el profe Miguel.
El primer día llegó puntual al gimnasio. Vestido con pantalón y camisa Grafa y un par de mocasines viejos. La misma ropa que usa en el taller. En cuanto empezaron con el calentamiento, sintió que los pies se le incendiaban metidos en aquellos cueros, así que se fue a un costado del local y se los sacó. Miguel lo miró y le preguntó si tenía algunas zapatillas para ponerse, pero Benítez, hombre curtido, le contestó que él estaba acostumbrado a andar en patas. Ese día la clase duró dos horas. Primero dieron varias vueltas al trote por la plaza, después volvieron al gimnasio y jugaron algo de básquet para terminar con un partido de vóley a tres sets ¡Y Benítez en patas! Serio. Concentrado. Cuentan que cuando terminó estaba todo transpirado y que parecía que algo rengueaba. Pero no dijo nada.
Al día siguiente, la mujer contó en el almacén que Antonio estaba en cama. Que no se podía parar porque tenía toda la planta de los pies en carne viva y que ya lo iba a agarrar al profe para retarlo. Estaba muy enojada porque Benítez se iba a perder varios días de trabajo justo en plena cosecha.

Un mes después el atleta volvió al gimnasio luciendo unas lindas zapatillas Topper y el equipo Grafa bien lavadito y planchado. 

domingo, 19 de mayo de 2013

El Eladio


No es que Eladio Reguilon sea peleador ni pendenciero. Lo que pasa es que tiene semejante fuerza, y es tan bruto, que casi sin querer se mete en cuanto revoleo de trompadas le pasa cerca.
Vive en “El Vichadero”, una estancia ubicada entre la Estación El Moro y Lobería, que tiene un pequeño monte al medio, desde donde cuentan que los indios “vichaban” a los soldados que andaban por la zona. Allí trabajan cuatro mensuales más y el encargado.
Hace unos cinco años, Eladio salió para Lobería el domingo después de almorzar y cuando volvió al campo, ya de noche, le extraño ver luz en la casa del encargado, porque el hombre había salido de vacaciones y no volvía hasta la semana siguiente. Dejó el caballo atado en una planta y se acercó caminando entre las sombras. Al espiar por la ventana vio a tres tipos forasteros, apilando las cosas de valor con claras intenciones de robo. Sin dudarlo agarró un palo grueso y entro decidido a la casa. Los ladrones se llevaron una sorpresa tremenda y antes de que atinaran a defenderse, Eladio, los molió a garrotazos. Después llamó tranquilamente a los milicos de Lobería por teléfono y ahí se quedó esperando a la fuerza policial. Cuentan que cuando alguno de los tres desmayados, medio se quería despertar, Eladio le repetía el tratamiento, pero a mano limpia, y así los mantuvo desvanecidos para no tomarse el trabajo de atarlos.
Otra vez hubo un accidente tremendo en la ruta que bordeaba el campo. Un camión chocó de frente contra un colectivo. Varios vecinos llegaron a ayudar en la tragedia. Eladio entre ellos. Lo primero que ordenó el médico que se hizo cargo del operativo, fue apartar los muertos para un lado y los heridos que necesitaban atención, para otro. En una ida y venida, Eladio pasó frente al montón de cadáveres y sintió que uno de los supuestos difuntos se quejaba. Entonces él, como buen paisano y bien mandado que es, se acercó al pobre accidentado y le dijo bajito en el oído:
-¡Vos quedate quietito que dijo el dotor que ya estás muerto!
Por suerte algún otro se dio cuenta del asunto y cambió al pobre hombre al montón de los heridos.

sábado, 18 de mayo de 2013

Cosas del clima



Se vino con todo el frío.
El miércoles pasado el despertador sonó a las 5 de la mañana, y en cuanto me puse en movimiento, escuché la silbatina del viento entre los árboles del patio. Todavía de noche salí de la casa. La helada descansando sobre el pasto y el aire que chiflaba en su carrera. Al rato llegó Juan, preparamos todo y allá nos fuimos. Nos esperaba un día fuerte de trabajo.
Las horas se nos pasaron capando terneros grandes. Mucho correr, hacer fuerza y moverse. Lo grande es que debajo de los ponchos el cuerpo suda, pero por fuera, todo está congelado. Las manos duras apenas sirven para agarrar una jeringa. Y sin embargo el trabajo se va haciendo. Nadie se queja del frío ¿Para qué? Es mejor no darle pelota.
Volvimos como a las cinco de la tarde y nos esperaban con una perra para hacer una castración. Fue un placer hacer algo bajo techo y al reparo del viento.  

martes, 14 de mayo de 2013

No le explicaron


Hace muchos años conocí a Rogelio Santos. Era un gran pedazo de hombre, muy negro y fornido. Con la cabeza llena de rulos mugrientos y la gorrita de vasco que parecía pegada con la grasa. Pero así como era de enorme y sucio, era más bueno que una compota. Nunca había ido al médico y en esos años ya iba para los cuarenta de vida. Tal vez por eso le costó tanto a Javier Martínez, el dueño del campo, convencerlo de que tenía que tratarse la terrible otitis que no lo dejaba ni dormir desde hacía varios días.
Por fin Rogelio accedió y llevaron al doctor hasta el campo para que lo revisara. Después de un buen estudio, el médico, famoso en el pueblo, le recetó seis supositorios con antibiótico, y ahí nomás le encajó una inyección para ir atacando los gérmenes.
Terminado el trabajo, Martínez invitó al galeno a tomar unos mates en la casa grande. En eso estaban cuando se apareció la mujer de Rogelio toda agitada a decirle al médico que su marido estaba en un grito y se daba la cabeza contra las paredes.
-¡Anafilaxia!- Dijo el médico, temiendo que la inyección aplicada le hubiera provocado una reacción indeseable al pobre hombre. Agarró el maletín y salió corriendo para la casa de los Santos. Martínez corrió detrás.
Cuando llegaron, se lo encontraron a Rogelio aullando de dolor. El doctor lo calmó un poco, lo sentó en la cama grande y entonces pudo ver una puntita del supositorio que le asomaba del agujero del oído enfermo. El muy bestia se lo había metido en la oreja y con el calor del cuerpo el elemento se empezó a derretir goteando grasa hacia adentro.
-¡Pero Rogelio! ¿Te metiste el supositorio en la oreja?- Pregunto el doctor con toda calma.
Y el pobre doliente, desencajado por el sufrimiento y dejando de lado la cortesía le grito:
-¿Y donde quiere que me lo meta? ¿En el culo?-
-¡Y sí!- Dijo el médico. Y salió al patio prudentemente para poder reírse a gusto.


lunes, 13 de mayo de 2013

Caso raro


Lucio y Andrea son almaceneros. Atienden una antigua despensa en San Manuel donde se puede conseguir de todo. Es como un supermercado en chiquito, con la ventaja para muchos, de que allí todavía se usa el fiado. Como en el terreno de atrás del negocio hay muchas cosas que pueden ser codiciadas por algún raterito, siempre tienen algún perro grande que les sirve de guardián.
El que ocupa ese puesto desde hace más de cinco años es Tereso, un perro cruza, amarillo y barbucho, tal vez hijo de algún Terrier.
El viernes pasado estábamos volviendo del campo con Juan, y me llamó por teléfono Andrea para pedirme que fuera a revisar a Tereso, porque lo había atropellado con la camioneta.
Casi era de noche cuando llegamos a verlo. Tereso estaba muy caído y tenía la cara sucia con sangre. Mientras lo revisaba, Andrea me contó que cuando ella arrancó su vehículo, los perros del vecino empezaron a discutir con Tereso y en el remolino de mordiscones, el pobre barbucho se fue sobre la rueda y salió golpeado.
Pronto vi que patas, manos, costillas y columna, estaban completas, pero al revisar la cara, me encontré con que ¡Le faltaba el ojo izquierdo! Lo raro era que los huesos de la órbita y los párpados estaban intactos. Solo faltaba el ojo.
-¡Pero Andrea! ¡Este animal perdió el ojo!- Le dije pensando que la iba a sorprender.
-¡Viste Lucio!- Exclamó ella entonces hablándole a su marido -¡Entonces Mercedes tenía razón!-
Lucio se rió, pero yo no entendía como venía la cosa.
-¿Por qué? ¿Qué parte me perdí?- Pregunté
-Lo que pasa es que después de golpearlo, me baje para ver como estaba. El perro salió corriendo para casa, pero Mercedes, mi vecina chusma, estaba viendo todo y me gritó desde su vereda que cuando lo choqué, al perro se le saltó el ojo de la cabeza y que estaba caído ahí contra el cordón. Yo estaba muy nerviosa, así que no le di importancia pensando que me mentía ¡Y si lo voy a buscar vos se lo podrás poner de nuevo!-
-¡No Andrea! ¡No se puede!- Le dije mientras terminaba de curar a Tereso, que me miraba atentamente con el ojo bueno.


sábado, 11 de mayo de 2013

Se veía venir


Llegué temprano a la estancia “El Jaguel” de los Amondarain. Teníamos mucho trabajo, así que se habían juntado varios paisanos para ayudar en la encerrada de la hacienda y las tareas en la manga.
Juan Amondarain, enérgico como siempre, me recibió contento y apenas aclaró, empezaron a desfilar las vacas negras y coloradas del inmenso rodeo. La mañana se nos fue entre risas y esfuerzos. Cerca de mediodía terminamos con las guampudas y nos quedaba todavía por elegir algunos potros que iban a llevar al campo de Guido. El encargado de los caballos en “El Jaguel” es Lidoro Gutierrez, un tipo chiquito, pacienzudo con los animales, buen domador, pero completamente dominado por su mujer. Una chica que más parece una tigra que una esposa.
Teníamos que completar ese trabajo, porque después Amondarain salía de viaje para Mar del Plata. Encerraron la manada y cuando íbamos caminando para los corrales, apareció la mujer de Lidoro y le grito bien fuerte: -¡Lidoroooo! ¡A comerrrr!-
Nos miramos desconcertados por tan inoportuna intervención, mientras el pobre gaucho desfilaba para su casa con la cabeza gacha.
-¿Y si terminás esto y después vas a comer Lidoro?- Preguntó Juan interpretando lo que todos pensábamos.
-¡No puedo Don Juan! ¡Vio como es aquella!-
-¡Pero por qué no la matás a esa mujer de mierda!- Grito el jefe muy caliente. Y viendo que el asunto era inevitable, me convidó a comer y a tomar un vino en su casa.
Ya estábamos por empezar a saborear la sopa, cuando Teresa, la mujer que atiende la casa grande, entró en el comedor y le dijo a Juan que Lidoro estaba en la cocina.
-¡Hacelo pasar!-
Lidoro se apersonó humildemente, con la gorra de vasco en la mano y dijo en voz baja:
-¡Ya está patrón!-
-¿Y? ¿Terminaste de comer?-
-¡No! ¡Ya la maté!
Juan se quedó como pasmado y la cuchara se le cayó adentro del plato, salpicándolo hasta la pera con el líquido caliente
-¿Cómo que la mataste?-
-¡Y sí! ¡Usté me dijo…!
Era verdad. Solo que por un pelo, la mala mujer se salvó de la tremenda paliza que le dio Lidoro. Estuvo como dos semanas internada en Lobería. 

sábado, 27 de abril de 2013

Una sorpresa


En estas fotografías se ve la masa neoformada. Entre los dedos retengo el glande y la salida de la uretra del caballo.



En general, la mayoría de los casos clínicos son bastante simples. O tal vez se debe a que después de más de 30 años de ver problemas de todo tipo, y en casi todas las especies domésticas, se desarrolla una especie de olfato que nos hace orientar en el diagnóstico, apenas nos empiezan a describir el cuadro. Pero la naturaleza, con sus miles de millones de años a cuestas, nunca deja de sorprendernos.
Me pasó ayer. Fui a ver un caballo gateado de trabajo. Lindo animal. Lo encontré muy dolorido. Mientras me iba poniendo el mameluco y las botas para revisarlo, el dueño me contó que desde hacía más de un mes, el candidato tenía problemas con la micción. No podía exteriorizar el pirulito y solo hacía de “a chorritos” y con mucho esfuerzo. Además veía que siempre estaba con el prepucio mojado con orina.
Mientras tanto, yo pensaba y pensaba ¿Por qué no podrá exteriorizar? ¿No tendrá un cálculo uretral y por eso tiene dificultad para orinar? ¿Tendrá alguna herida con adherencias?
Me acerqué al noble bruto.
-¿Cómo andás hermano? Lo saludé cariñosamente mientras lo palmeaba un poco.
El caballo se dio vuelta y me miró como diciendo ¿Y cómo quiere qué esté? ¿Feliz y contento? Pero no contestó nada seguramente que por respeto.
Despacito lo maneé, me puse un guante y tratando de no hacerle doler mas, le metí la mano dentro del prepucio y me puse a explorar. De pronto, con la punta de los dedos alcancé a tocar algo duro y raro ¿Qué era eso? Saqué la mano, le apliqué un sedante endovenoso y esperamos que exteriorizara la herramienta. A los pocos minutos, ya todo relajado, mostró el aparato y entonces lo vi: Una masa blanco-amarillenta lucía incrustada en la punta del glande, comprimiendo la salida de la uretra. En cuanto tomé el miembro con la mano, aquello se desprendió fácilmente y un lindo chorro de orina brotó con fuerza.
Estuve mirando la masa tan novedosa. Era solo una bola de esmegma o secreción prepucial. Quien sabe cómo y por qué razón se detuvo y creció pegada al glande, pero allí estaba. Y nosotros vimos un caso lindo y nuevo.


viernes, 26 de abril de 2013

La fístula




Hace cosa de un año fue el accidente. Largaron los veinte potros al campo, y al pasar por la tranquera que da al molino, el enorme tostado se dio la punta de la cadera contra un bulón que sobresale en el poste. Se hizo un flor de corte, y como justo yo estaba en el campo, me tocó trabajar en las primeras curas. Limpié con cuidado la herida, anestesié la zona, y apliqué unos bonitos puntos de sutura. El caballo se recuperó y todos se olvidaron del asunto, pero a los dos meses, cuando ya el potro estaba en el pueblo de Juan N. Fernández, en la quinta del que lo iba a amansar, la herida se volvió a abrir. Y los siguientes meses se pasaron entre curas y recaídas.
Me hicieron la consulta por teléfono. Por los datos que me fueron dando, quedé con la idea de que era una fístula, aunque no podía imaginar que habría en el fondo de aquella vieja herida ¿Tal vez un pedazo de fierro? ¿O una gran astilla de madera?
Hace tres semanas cargaron el animal, ya manso de abajo, en un carro amarillo, y lo llevaron de nuevo al campo. Allá nos encontramos. El tostado me conocía porque también fui el que lo capó, pero se ve que no me guardaba rencor porque me saludo con un relinchito suave.
-¿Cómo andas hermano?- Le dije apenas lo vi.
Revoleo el ojo pero no dijo nada. Lo volteamos y preparamos para la operación. Apliqué la anestesia y ahí si me hablo para que solo yo lo oyera.
-¡Jueguesé entero dotor! No se aguanta más el dolor de la cadera ¡Me cago en la hora que me di aquel golpe contra el poste!-
-¡No te preocupés tostado! ¡Esto va a ser como cantar y coser!- Le dije. Aunque de verdad no estaba muy seguro de lo que iba a pasar.
La operación fue difícil porque el trayecto fistuloso se desviaba hacia abajo y atrás apenas pasada la piel, pero por suerte, como a 10 centímetros de profundidad, pude encontrar el secuestro, que era ni más ni menos que un trozo de hueso del tamaño de una nuez grande. Lo saqué, lavé y suturé, y al rato, el tostado estaba de nuevo parado y sacudiendo la cabeza lleno de alegría.
Ayer lo volví a ver. Ya está completamente curado, y como para mostrarme su alegría, se vino al trote hasta el alambrado desde el que lo estaba mirando, después se dio vuelta y arrancó una carrera loca, tirando patadas al aire. 

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...