¿Será de Dios? Dicen en el campo cuando pasa algo
inesperado. Este domingo, a media mañana, estaba en el galpón fabricando un
banco para uno de los chicos, cuando sonó el teléfono. Era Juan, un cliente y
amigo, avisando que tenía una vaquillona que no podía parir. Pero eso no era
todo, me dijo también que la calle estaba con tanto barro, que mejor era que yo
me fuera hasta Napaleofú, y que él me iba a buscar con la doble tracción.
Miré el reloj y pensé con tristeza en los sorrentinos
con tuco que me iba a comer al mediodía. Con la resignación del caso, cargué
mis cosas y salí. Llegué cerca de las 11 al pueblo vecino y allí me encontré
con Juan. Entre charlas y corcoveos por la calle embarrada, llegamos al lado de
la parturienta como a las 12.
El caso era complicado. El ternero estaba muerto y
tenía una desviación hacia abajo de cuello y cabeza, muy difícil de resolver.
Además, la gente del campo había estado intentando sacarlo, por lo que el canal
del parto estaba lacerado y con poca lubricación. Después de algunos intentos
en vano, decidí hacer una cesárea. Llovía y el corral era una pileta, pero
logré terminarla. El trabajo quedó bien. Ya era cerca de la una. Solo faltaba
el regreso a casa. Con toda amabilidad, Juan le pidió a su hijo que nos
acompañara hasta Napaleofú cebando mate para acortar el viaje, pero, a mitad de
camino, mi amigo, un gran conversador, se dio vuelta para hablarme sobre un
asunto y ¡Cosa de mandinga! La camioneta enfiló derecho a la cuneta y se
enterró de trompa.
Siguió la espera de un vecino que nos sacara con un
tractor, el resto del viaje al pueblo y la última parte hasta San Manuel.
Llegué a las 3 de la tarde, tapado en barro.
Por suerte los sorrentinos estaban espectaculares y
el vinito para acompañarlos mejor todavía. Afuera seguía lloviendo.