domingo, 27 de septiembre de 2015

Operando la monona


Una vulva pequeña y ausencia total de vagina


Ya retirado el colgajo de piel, antes de la sutura


Terminada la operación, la ternera prueba su nuevo instrumento

-¿Doctor?-
-¡Sí Pedro!-
-¡Nos nació una ternera sin la monona! ¿Tendrá un ratito para venir a verla?-
-¿Pero que es la monona Pedro? ¿No sé lo que es?-
-¿No va a saber lo que es doctor? ¡La monona es la de hacer pis!- Dijo Pedro juguetón.
Medio intrigado con el asunto, llegué a la guachera del tambo “La Irene” a media mañana. Revisé a la muchacha y me encontré con un lindo y raro caso. La pobre tenía una vulva muy poco desarrollada, el meato urinario normal,  pero no existía vagina, ni forma de vagina, ni cavidad alguna.
El problema era que esa vulva rudimentaria estaba dispuesta de tal manera, que toda la materia fecal de la pequeña caería sobre ella, con el riesgo de infecciones urinarias a repetición para el futuro.
Decidimos operarla. Y podríamos decir que para nuestro propósito la intervención fue un éxito.
La única consecuencia inesperada fue que Pedro anda diciendo por el pueblo que el doctor Spinelli hace cirugías vaginales como las de las famosas de la tele.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Un amigo español


Juan y Pedro, una mañana en el campo.

En estos días anda compartiendo nuestras tareas un colega muy joven de España. Don Pedro Nicieza, de Asturias. Me encontró en Internet, me pidió algún lugarcito como para pasar aquí dos meses de trabajo, y en unos pocos correos nos pusimos de acuerdo.
Llegó en agosto, se instaló en el famoso “sucucho” para residentes, y desde entonces, se esmera atendiendo vacas, caballos, perros y gatos con nosotros.
Por si esto fuera poco, Pedro me prometió que antes de irse me va a enseñar a castrar pollos de un mes para engordarlos mejor. Dice que ha hecho este trabajo allá en España y que es bastante capaz. Ya con esto me doy por bien pagado.
Lo que él está haciendo es el mismo proyecto que armé en los años que recibía residentes de la Facultad de Tandil. Tuve la intención de irme algunas semanas por año a trabajar y compartir experiencias con otros veterinarios de Sudamérica. Ya tenía todo arreglado con un colega de Bucaramanga, en Colombia, como para dar el primer paso, pero los caminos de la vida me hicieron desistir.
Es algo muy bueno esto de vivir con gente que hace lo mismo que nosotros porque, además de llenarnos el alma conociendo otras personas, lugares, costumbres y culturas, podemos “robarles” trucos y habilidades que nos enriquecen como profesionales.
Creo que sería muy bueno armar un lugar de intercambios internacionales para veterinarios. Haciendo residencias cortas en las que se pueda compartir la vida y el trabajo. Yo tengo un lindo lugar acá en San Manuel para el que se anime.


viernes, 18 de septiembre de 2015

La zaina agradecida



No es lo mismo oír el griterío desaforado de un montón de hormigas maleducadas, que sentir el hablar acariciante y melodioso de una yegua zaina malacara, como la que me conversó esta mañana en el campo de los Aguirre. Acá nomás. Muy cerca de San Manuel.
Como negarlo. La dama tiene sus encantos. A pesar de ser algo entrada en años, luce graciosamente un cuello arqueado y sutil, unas grupas poderosas y un pecho franco y generoso.
Juan Aguirre me avisó por teléfono que la viene notando decaída desde hace unos días y que me la dejaba encerrada en el callejón de la manga, para que yo la revise en el momento que pueda. Pasé a verla cerca de las 10 de la mañana. Ya les he contado que cuando nadie los escucha, los animales me hablan de cuanta cosa se les ocurre, y esta vez, fue la zaina la que me saludo contenta:
-¡Hola dotor! ¿Cómo anda? ¿Le avisó el jefe que me venga a ver?-
-¿Que decís amiga? ¡Sí! Esta mañana me llamó Juan para decirme que hace días que te nota caída ¿Qué te anda pasando?-
Ya que estamos les digo que es una gran comodidad que los animales me cuenten sus dolores, penas y aflicciones. El trabajo se me hace mucho más fácil que al resto de los veterinarios, que no pueden conversar con sus pacientes.
-¿Y qué me va a pasar dotor? ¿Cómo estaría usté con un palo clavado entre las muelas y sin manos para poder sacarlo? ¿Quiere ver?-
-¡Y sí! ¡Mostráme que es lo que tenés!-
La yegua zaina abrió bien grande la boca y allá al fondo, clavada entre los dos últimos molares inferiores del lado izquierdo, alcancé a ver una astilla del tamaño de un dedo meñique, apenas asomando en medio de una gigantesca inflamación de la encía.
-¡Ajá! ¡Es así nomás! ¡Tenés un gran trozo de madera incrustada ahí en la boca! ¡Si te animás te la saco enseguida!-
-¿Cómo no me voy a animar dotor? Le prometo que si me saca esa porquería le doy un beso grande, ya que no puedo abrazarlo- Me lo dijo con semejante voz de teleteatro, que les juro que se me pusieron de punta los pelos de la nuca.
Mientras preparaba las cosas, llegó Juan Aguirre y le conté rapidito lo que pasaba.
-¡Que bárbaro Jorge! ¿Cómo encontraste el problema tan rápido?-
-¡Son años!- Le contesté sin darle demasiadas precisiones, mientras la zaina me guiñaba un ojo.
En un ratito pude sacar la astilla y el resto fue un trámite. Le apliqué antibióticos y antiinflamatorios, y mientras cargaba las sogas que usé para manearla, la zaina me dijo bajito:
-¡Te debo el beso!-
¡A la pucha! Pensé yo.


jueves, 17 de septiembre de 2015

La hormiguita pleitera

Parece chiste, pero así como se las ve, tan ordenaditas y andariegas, las hormigas negras pueden ser de lo más conversadoras si se les busca la boca. Hace tres días me pasó algo increíble. Recién terminábamos un duro trabajo con unos cuantos toros Hereford y me fui al trote hasta la camioneta, que había quedado atrás de unos álamos, algo alejada de la manga.
Me senté sobre un balde dado vuelta para acomodar el instrumental, mientras el resto de la gente se iba a caballo con los toros. A la vuelta nos esperaba un  asado tremendo.
Había un buen sol y muy poco viento. Al reparito de los árboles y la camioneta, me empecé a amodorrar. Cambié el balde por el suelo, me acosté sobre el pasto, me tapé la cara con la gorra y me dispuse a descansar un rato.
Enseguida nomás, la oí que me gritaba. Sorprendido di vuelta la cara y me encontré con el hocico de una hormiguita que me gritaba, parada sobre sus últimas patas flacas.
-¡Que haces grandote! ¿No te das cuenta que estás tapando la entrada del hormiguero? ¿Vos sos loco? ¿Qué? ¿Estás mudo?-
Yo no lo podía creer, así que seguía sin moverme y sin reaccionar.
-¿Me oís? ¿O hablo en chino?- Insistió.
Ya convencido que era verdad que una hormiga me estaba hablando, y por seguirle la corriente, me levanté perezoso para destapar el hormiguero y le dije:
-¡Perdonemé doña! La verdad es que no me di cuenta de la macana que me estaba mandando-
Pero la tipa estaba que volaba de la bronca y pronto, al sentir el griterío, llegaron varias compañeras. Es sabido que cuando la gente se amontona, pierde el miedo y se agranda, así que al rato era un griterío desaforado de hormigas que me puteaban ¡Sí! Las candidatas me puteaban en colores. Entonces sí. Ya no aguanté tanto maltrato y me largué también a insultarlas. Yo me había calentado hasta el caracú y no les aflojaba un tranco de pollo. Pero las tipas dale que dale con los gritos, hasta que se armó la grande. Unas cuantas me avanzaron por las piernas y se me prendieron con sus pinzas. Yo empecé a darles guacha a los saltos, con el ancho de mis zapatillas, dejando un enorme tendal de muertas y heridas.
En eso estaba cuando oí la voz de Venancio Torres. Había llegado sin que me diera cuenta y me encontró en plena batalla.
-¿Que está haciendo dotor?-
-¡Nada Venancio! ¡Me estaba sacudiendo unas hormigas que se me prendieron!- Como un pavo no me animé a decirle que las muy bandidas me habían insultado y después me habían agredido físicamente. Capaz que no me creía.

  

lunes, 14 de septiembre de 2015

El año del viento

Viento y tierra

¡Que lo parió! Las plagas y los azotes se dan por años. Hubo años de mosquitos, años de sapos, años de vaquitas de San Antonio, años de moscas, y tantos otros. Pero sin dudas, este será recordado como el año del viento.
Hace meses que no deja de soplar. Día tras día, le da y le da. Sopla sin parar como queriendo limpiar vaya a saber que cosa. Porque a mi que no me vengan con el cuento de que el viento son masas de aire que se desplazan entre los centros ciclónicos y anticiclónicos. Yo, que no soy ningún lerdo, hace rato que me di cuenta de que el viento es el soplido de alguno que anda por allá entre las nubes. Y se ve que el candidato anda medio molesto este año, porque se lo pasa desinflando las carretillas. No son esos días de furia con tornados que destruyen todo. No. Es un venteo cotidiano, que taladra, que pudre, que cansa, que molesta, que ofende, que perjudica y que rompe la paciencia durante todo el día. A la noche sopla también, pero uno se duerme escuchando como se doblan y retuercen los árboles de alrededor, armando un murmullo que ayuda a entrar en el sueño.
Todo se hace más difícil. El trabajo en los corrales con tierra reseca y suelta, se transforma en un atentado contra nuestras humanidades. A la noche, los ojos no paran de descargar gotones de tierra y los mocos, impregnados con el polvo, salen negros como la noche. Enlazar se complica si es contra el viento. Escribir la planilla mas miserable obliga a tener las hojas bien apretadas con toscas considerables, para que no tomen vuelo. Es casi seguro que la gorra de vasco, lo menos que hará, es ladearse sobre una oreja, y otras veces, terminará revolcada entre las tripas de una parturienta ¡Una porquería tanto viento!
¿No será que el ñato soplón, viendo tantas inequidades y desverguenzas sobre nuestra patria, está tratando de mandarlas para el lado del mar a fuerza de soplidos? ¡Andá a saber!


Manolo

¡Ya está! Tengo a otro grande en ese Olimpo personal del que les hablé hace mucho tiempo. Ahí donde voy poniendo las personas que más he querido y que me han acompañado e inspirado.
Puse a mi querido Manuel De Don Pedro.
Lo conocí hace 34 años cuando llegué con mi familia a San Manuel. Era médico. El “Doctor” del pueblo. Un profesional respetado por sus pares y amado por sus pacientes y amigos. Atendió a todos nuestros hijos, que fueron muchos, y a nosotros también. Fue un clínico de primera que rara vez equivocaba un diagnóstico y que, hasta el final, usó la charla distendida, la palpación, la auscultación y la percusión como elementos de trabajo, antes de ordenar los análisis complementarios correspondientes.
Seguramente estas cualidades estén presentes en cientos de esforzados médicos de pueblo a lo largo del país, pero en lo que si estoy seguro de que Manolo se distinguió, fue en sus valores como ser humano.
Un hombre discreto hasta la exageración. Jamás hablaba de sus pacientes ni sus cuitas. Uno estaba seguro de que una charla con él quedaba guardada en el mejor lugar. Era afectuoso y amable con todos, pero especialmente con los chicos, a los que invariablemente, además de las medicinas de rigor, recetaba muchos besos, y algún abrazo si el problema era un poco más grave. Siempre estaba bien predispuesto para atender a quien fuera, a cualquier hora y cualquier día. Me acuerdo una vez que lo llamamos en mitad de la noche, porque uno de nuestros hijos volaba de fiebre. Y llegó Manolo “peinado con cuetes”, con su maletín y su sabiduría. Se quedó un buen rato con nosotros, se tomó un café y se fue sin ningún apuro dejándonos reconfortados. No hablaba mal de nadie, a pesar de que en sus últimos años en el pueblo, tuvo que soportar injusticias graves e inmerecidas. También era solidario. Una vez tuvimos un accidente y no solo nos atendió de maravillas en su consultorio, sino que nos acompañó hasta Tandil y se aseguró de que quedáramos internados y bien atendidos.

Realmente hay mil historias para rescatar de este hombre inolvidable. Seguramente andará entre las estrellas, descansando de tantos desvelos. Fue un privilegio haberlo conocido ¡Chau Manolo! 

martes, 1 de septiembre de 2015

La dulce venganza

El Castillo es una estancia grande ubicada hacia el norte, a unos 20 km de San Manuel. Tienen varios empleados porque allí se trabaja con mucha hacienda de cría. Además, parece que la administración los cuida mucho, porque la mayoría de los que entran a desempeñarse en ese establecimiento, terminan saliendo jubilados y con algún capitalito como para pasar una buena vejez.
Un peón destacado es Edelmiro Martínez. Quedó trabajando en el Establecimiento en el lugar de su padre, cuando este se accidentó con el tractor, en la época de las inundaciones del año 80.
Dos cualidades que destacan a Edelmiro son su curiosidad y su carácter alegre y juguetón. Tanto es así que siendo más joven vivía haciendo travesuras al resto de los peones, para divertirse sin gastar plata. Un día le aflojaba la cincha a alguno, con lo que al tratar de subir a caballo, el infeliz se daba de culo en el suelo con el recado en la cabeza, otro día metía una culebra en la cama del mas miedoso, haciendo que el corazón del burlado prácticamente se le saltara del pecho, o solía también aparecerse como un alma en pena en las habitaciones del personal, cubierto con una sábana y aterrorizando a todos.
Pero tanto hizo que al final llegó la venganza. Dos de los puesteritos más jóvenes, víctimas reiteradas de las bromas de Edelmiro, se juntaron en la matera para charlar, asegurándose que el bromista los oyera. En voz baja, casi cuchicheando, uno le dijo al otro:
-¡No sabés lo que es! ¡El sábado a la noche estuve con la Palmira y la dejé loca!-
-¿Pero no arde mucho?-
-¡Que va a arder! ¡Es bárbaro! Solo lo remojás una vez y el efecto te dura como diez días. ¡Lo preparás en un jarrito y metés el pito adentro hasta que sentís que se hincha un poco!-
-¡Decime como es la fórmula! ¡Pero esperá!- Dijo uno de los muchachos –Me voy a fijar si no nos oye nadie-
Edelmiro se escondió atrás de unas bolsas, pero dejó el oído largo para escuchar bien como era la cosa.
-¡Mirá! Tenés que juntar hortigas, picarlas bien y meterlas en medio litro de alcohol puro. Además, le ponés una cucharada sopera de pimentón fuerte y otra de ají molido y al final, le agregas un chorro de linimento para los caballos. Lo batís bien y lo dejás una semana preparado. Cuando ya lo tenés maduro, lo pasás a una latita, ponés adentro tu instrumento y listo. Con eso te ponés más bravo que el padrillo de Ledesma y sos capaz de bajar y subir más de diez veces en una noche-
Edelmiro siguió al pie de la letra la receta, pensando en las cosas que haría con Martina, su noviecita nueva. Pero el chiste le costó dos días de internación y casi dos meses para que el miembro tumefacto recuperara su forma original.
Eso sí. Ya nunca más hizo alguna de sus bromas. Fue como si se asentara de golpe.

     

El hombre y el teléfono

  Cualquier empleado de campo, por más rústico que aparezca, anda con su teléfono celular en el bolsillo. La mayoría de los menores de 30 añ...