lunes, 16 de septiembre de 2013

El perro negro

-¡Cuando Camilo se pone loco no hay Cristo que lo pare!- Me dijo Matilde, mientras yo me subía apurado a la camioneta, casi sin despedirme.
Desde hacía unos cuantos días, los perros cimarrones le venían lastimando y matando las ovejas a la gente de “La Cortadera”. Los salvajes cruzaban de noche la sierra que pega con el pueblo de Licenciado Matienzo, y hacían estragos en la majada, dejando muchas lanudas vivas, pero maltrechas, así que tuvimos que ir varias veces para atenderlas.
Esa mañana llegué hasta la casa de Camilo Fuentes, el puestero, y su mujer me dijo que hacía dos noches que no volvía. Se había ido a la sierra dispuesto a terminar con el problema. Ella tenía miedo porque había oído algunos tiros en medio de la noche, pero no sabía que era lo que había pasado. Además, estaba el peligro de los cazadores furtivos de ciervos, que andan siempre por nuestros cerros armados con fusiles de largo alcance.
En cuanto entré al potrero del faldeo, me llamó la atención que toda la majada estaba amontonada en el monte, a unos cien metros de la tranquera. Pero de Camilo ni noticias, así que me acerqué hasta el pié de la sierra y empecé a recorrer el lote tocando bocina para ver si lograba que apareciera el morocho correntino.
Son casi trescientas hectáreas que se alargan contorneando las piedras. Yo miraba, atento al menor movimiento o cosa rara entre las plantas de curro, hasta que por fin pude divisar un punto oscuro, metido en una hondonada. Me baje, y a los gritos traté de que, si era Camilo, me respondiera. Como nadie contestaba, me largué caminando los casi quinientos metros. Cuando llegué al lugar, encontré el zaino grande del puestero, todavía ensillado, y un montón de perros muertos alrededor. Quedé pasmado. Eso era una carnicería. Conté no menos de diez perros de todos los tamaños y colores, en medio de charcos de sangre negra y seca. De pronto, como a veinte metros, debajo de una mata de curro, lo vi. Un enorme perro negro, con ojos de fuego, que miraba atento. En cuanto supo que lo había descubierto, se paró con trabajo y huyo cuesta arriba. Alcancé a ver que tenía una pata muy mordida y lastimada. El Mauser de Camilo estaba tirado cerca del caballo.
Me volví a la casa y le conté a la mujer lo que había encontrado. Llamaron a la policía y empezaron las rastrilladas por la sierra, pero el pobre hombre nunca mas apareció. Y tampoco el perro negro.

Me dijeron que algunos perros cimarrones tienen el diablo adentro y cuando muerden alguna persona se la llevan con ellos ¡Será así nomás!

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