domingo, 20 de abril de 2014

Viveza criolla

Juan Zamudio tenía un campito cerca del paraje La Bodega, a unos pocos kilómetros de San Manuel. Digo que tenía, porque Juan falleció hace algunos años y sus cosas se vendieron en remate judicial.
Sus vecinos, los Andersen, lo querían como a un pariente. Se criaron juntos y compartieron casi toda la infancia.
La cuestión es que los Andersen, por distintos motivos, se fueron yendo del campo a vivir en otros lugares, y solo quedó uno de ellos, Abel, para cuidar la chacra y atesorar recuerdos.
En el invierno de 1990, Abel se fue de viaje a las Cataratas con un contingente de jubilados, pero la mala suerte, quiso que allá en Misiones, Abel muriera por un paro cardíaco. Después de los trámites de rigor y averiguaciones del caso, la empresa funeraria, organizó el traslado del occiso hasta el pueblo más cercano a su domicilio declarado, es decir, San Manuel.
El coche negro con el cadáver a cuestas, llegó al pueblo un 2 de agosto, en pleno temporal. El chofer y su acompañante preguntaron a los vecinos donde vivía Abel Andersen y si tenía algún pariente cerca. Varios comedidos, les indicaron que el muerto habitaba un campo de La Bodega, y que lo mas cercano, a su juicio, era el señor Juan Zamudio, vecino y amigo del finado.
Hasta la casa de Juan se fueron los cuervos, chapaleando barro y maldiciendo su perra suerte.
-¡Buen día amigo!- Parece que le dijeron a Zamudio -¿Usted lo conocía a Abel Andersen?-
-¡Y como no lo voy a conocer si nos criamos juntos! ¿Qué le pasó?-
-¡No nos dijeron nada! ¡Pero acá se lo traemos en el cajón! ¡Usted lo tiene que cuidar hasta que venga la familia a buscarlo!- le explicaron, sin darle tiempo para asimilar la doble noticia de la muerte y de su responsabilidad.
Y así nomás, sencillo como era y sin muchas vueltas, el bueno de Zamudio les dijo que entraran el cajón al galpón y lo pusieran arriba de las bolsas para que no se humedeciera.
Terminado el movimiento, el chofer sacó una carpeta y mostrando la factura, le dijo a Juan que el traslado costaba 5000 pesos.
-¿Cinco mil pesos? ¿Y de donde voy a sacar tanta plata? ¡No viejo! ¡Yo no les pago nada! Carguen de nuevo el cajón y se lo llevan-
Los funebreros se miraron, evaluaron la situación, sopesaron la lluvia que estaba cayendo, y por fin, el acompañante dijo:
-¿Y cuanto nos puede dar?-
-¡Esperen un cachito!- Dijo Juan, viendo el buen negocio que se le presentaba. Se fue al tranco lerdo hasta la pieza y volvió al rato.
-¡Solamente tengo mil pesos!-
-¡Está bien! ¡Démelos y que sea lo que Dios quiera!-
-¡Ah! Pero me tienen que dejar la boleta para poder cobrarles a los parientes-
Los cuervos se dieron cuenta de la astucia, pero lo único que querían era irse cuanto antes, así que liquidaron el asunto y se fueron casi sin despedirse.
Al mes siguiente, vinieron dos de los hermanos de Abel a retirar el cadáver. Se abrazaron con Juan, le pagaron los 5000 pesos que indicaba la factura del traslado, charlaron un poco, cargaron al difunto en la caja de una vieja camioneta Ford `66, y se fueron.
Dicen que al despedirse, Juan pasó la mano por el cajón, y medio moqueando, dijo:

-¡Gracias hermano por todo lo que me diste!-  

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