jueves, 12 de junio de 2014

Almirón el jugador

Hay gente aficionada a la bebida, personas dedicadas a drogarse sin parar, fumadores crónicos y en la enorme variedad de vicios, están también los jugadores empedernidos.
En este último grupo cabía cómodamente un tal Juan Carlos Almirón. Puestero en la Estancia Las Perdices, muy cerquita de Claraz.
Lo conocí casi sin querer, porque un cliente mío llevó vacas a capitalizar a Las Perdices, así que una vez por año iba a hacerles el tacto, y nos pasábamos el día entero entre el trabajo, el asado y las charlas.
Almirón era un jugador sin remedio. Apostaba a todo, y vivía cada jugada como si fuera la última. Riñas de gallo, carreras cuadreras, carreras de galgos, mus, truco y taba, se contaban entre sus debilidades.
A mí me desafió el primer día que llegué a Las Perdices. Parados frente a la manga, donde ya estaban encerradas las 700 vacas para palpar, me dijo:
-¿Y? ¿Qué le parece dotor? ¿Cuántas vacas vacías habrá?-
Yo lo miré, desconociendo todavía su afición al juego y le contesté:
-¡No sé Almirón! Este rodeo es bastante sano y fértil. Si se hicieron las cosas bien no tendrían que salir más de 45-
-¿Que le juego que salen mas de 60?-
-¡No Almirón! Deje nomás que salgan las que tengan que salir-
Menos mal que no entré, porque esa vez hubo 62 vacas vacías y el tipo no paró de lamentarse, por la jugada que habría ganado contra el veterinario.
Con el tiempo me fui enterando de otras hazañas del timbero, pero la máxima pasó cuando se mató en un accidente un tal Menéndez, capataz del campo vecino a Las Perdices.
Se junto un montón de gente para asistir a los heridos, y en el revoleo, le encargaron a Almirón que se fuera hasta Claraz, para darle la infausta noticia a la mujer del capataz muerto. Todavía no eran tiempo de teléfonos celulares.
Almirón llegó a la casa de Menéndez de lo más preocupado, porque no conocía a la mujer del finadito. Pero dicen que cuando la señora abrió la puerta, el diálogo fue más o menos así:
-¡Buenas tardes señora! Yo soy Almirón, puestero de la estancia Las Perdices ¿Usté es la viuda de Menéndez?-
La buena mujer, con una risa nerviosa le contestó:
-¿Viuda? ¡Yo soy la señora de Menéndez, pero no soy viuda!-
Entonces el tipo, sacando a relucir su estirpe jugadora, le dijo sobrador:
-¡Le juego un corderito a que sí es viuda!-


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