lunes, 9 de enero de 2017

El gaucho y el torero

-¡No! ¡Cuando se me mete algo en la cabeza no hay quien me lo saque!- Dijo Ramón Almaraz.
Estábamos esperando que se hiciera la paletita de cordero en la cocina a leña. Afuera el viento y la lluvia castigaban fuerte. El temporal nos sorprendió en la mitad del trabajo y Ramón nos invitó a pasar a su casa. Como los cinco kilómetros, desde la tranquera de “La María Elvira” hasta la ruta, están bien entoscados, decidí quedarme. Alrededor de la mesa nos acomodamos con los chicos que había llevado para ayudarme, mientras Ramón se desempeñaba con el asado y con los cuentos.
-¡Cada vez que entraba en la casa del patrón me le quedaba mirando al cuadro que tiene atrás del escritorio! ¡No sé porqué siempre me llamó la atención!- Siguió contando Ramón.
-Es una pintura de un torero. Por lo que se ve es un chico joven. Yo le calculo unos veinte años. Flaco como una ganzúa. Que le cuento doctor que el pibe está firme adelante de un toro negro, bestial de grande. Para mí que pesará como 900 kilos, y con unas aspas así de largas- Agregó. Haciendo una seña con las manos abiertas y marcando más de un metro de separación.
-El chico este tiene una ropa un poco rara. Toda de colores y muy apretada. Yo pienso que no ha de ser muy de a caballo, porque si no, no se puede vestir así. Pero se ve que es cojonudo porque está parado quietito mirando al animal a los ojos. Como chumbándolo. El bárbaro ha puesto las manos atrás y le muestra el pecho a semejante toro. Tiene escondidas una capa y una espada en su espalda. Y atrás de él, se ve que el estadio ese donde hacen estas cosas, está lleno de gente ¡Capaz que será un festival o yo que sé!-
-¡Qué bueno Ramón! ¡A mí me gustan las corridas! ¡Que gente corajuda que son esos tipos!- Le dije, mientras Lorenzo y Fermín seguían el cuento con los ojos grandes.
-¡Qué le parece doctor! La cuestión es que me pasé años mirando ese cuadro cada vez que entraba en el escritorio, hasta que un día que el patrón viajó a Buenos Aires, le pedí permiso a la Palmira, la señora que le limpia la casa, para entrar yo solito. Me senté en una silla bien enfrente de la pintura, y me puse a verla muy fijo, hasta que por fin… ¡Me pude meter adentro!-
-¡Capaz!- Exclamé asombrado, mientras los chicos se miraban en silencio.
-¡Más vale! ¡Y Dios y el gauchito Gil me iluminaron! Porque no hago más que entrar en el cuadro, y el toro se le viene al humo al muchacho. En cuanto agachó la cabeza, me di cuenta que lo iba a ensartar con el aspa, así que de un salto le di un empujón y el animal pasó entre nosotros como un colectivo lleno. Ahí nomás se dio vuelta y se me vino a mí, pero yo, paisano humilde como soy, le saqué la espada al chico, le metí un tremendo planazo en el medio de la cabeza y lo desmayé. Hay que ver como gritaba la gente. Estaban enloquecidos, pero la verdad es que no estoy acostumbrado a esas cosas, así que me retiré enseguida y lo dejé al torero con su público-
Ramón abrió la puerta de fierro del horno, con un trapo sacó la asadera con el cordero bien dorado y crujiente y lo puso en el medio de la mesa.
-¡Metanlé nomás!- Nos animó -Yo mientras voy a meter los perros al galpón-
En cuanto quedamos solos. Lorenzo me preguntó: -¿Será verdad lo del toro?-
-¡Que se yo!- Le dije -¡Hay cosas misteriosas!-  

   

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