La hiena corrió sin parar, hasta casi desaparecer de los lugares que solía frecuentar. Estaba lastimada, débil y sin salida aparente. Después de tantos años de someter a cuantos la rodeaban, y de enriquecerse a costillas de los que decía representar, el viento se le puso en contra. Ya no era la líder. Los animales de aquella comarca se habían liberado.
Pero las hienas son tenaces. Se refugió en una de
las enormes cuevas que le habían construido en su época de esplendor, y planeó
su venganza con paciencia y hondo rencor. Pensó cada paso. Y antes de la gran
asamblea anual de los animales, llamó discretamente al buey insolente que la
había desprestigiado, y le propuso ser el nuevo rey de la comarca. Ella, la
hiena traicionera, solo sería su modesta asesora.
El buey, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo,
con el inesperado ofrecimiento de quien fuera su enemiga, aceptó de inmediato y,
aprovechando el trabajo de desprestigio permanente de los militanimales sobre
los felinos gobernantes, fue coronado por los siguientes cuatro años.
Y empezó una nueva historia. El pobre buey pronto
mostró que el puesto le quedaba grande, y se sucedió un tropezón atrás de otro.
Al principio los animales más cercanos lo alentaban, pero poco a poco se fue
quedando solo. La hiena lo sacudía cada vez más fuerte, hasta que pronto el
viejo buey se entregó mansamente a su destino y claudicó.
Los animales de la comarca, cansados de tiranos y
mentirosos, decidieron sacudirse por fin el yugo de la hiena vieja y el inútil
buey, y en un arrebato de furia definitiva, corretearon a toda la antigua casta
hasta los confines de la selva.
Les costó mucho trabajo volver a organizarse y
reconstruir el reino. Pero con paciencia, esmero y dedicación, lograron hacer
un buen lugar para vivir. Los admiradores de la hiena, de a poco se fueron
convenciendo de las bondades de la nueva sociedad, y en una o dos generaciones,
aquel oscuro episodio de la vida animal, se transformó en un mal recuerdo.
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