sábado, 24 de diciembre de 2011

¡Engañoso el flaco negro!

24 de diciembre. Sábado a la mañana y muy poca actividad en el pueblo. Salí hace un rato, sin ningún apuro, en camino a la Estancia La María para inseminar unas vaquillonas.
Hay solcito pero está fresco. Cuando terminé el trabajo, me subí a la camioneta y apenas arranqué, despacio nomás, se me puso a la par el Raya. Un galgo negro con una rayita blanca en el pecho. El pobre está demasiado flaco. Se le cuentan las costillas y los huesitos de la cadera forman dos crestas sobre la cola. Además muestra un cuero lleno de cicatrices y peladuras. Sin contar la mirada tristona, igual que la mayoría de los galgos.
Lo voy mirando en el camino que va de la manga a la casa. Trotea suave y levantando tierrita. Como sin ganas. De pronto alza la cabeza y parece como si una electricidad le recorriera el cuerpo. En el potrero pelado saltó una liebre y el tipo sale disparado como un refucilo. Solo. El resto de los perros apenas atinan a ladrar y correr entusiasmados atrás del Raya, pero bien de lejos. Paro la camioneta y me quedo mirando. La liebre intenta algunas gambetas pero el Raya, en cada salto, le descuenta unos metros, hasta que por fin, allá en el medio del lote, la pesca a la pasada y la desnuca en tres revoleos.
Y ahí nomás termina su función. Pronto llegan los amigos y empiezan a discutir por el bocado. El Raya, sobrador, se vuelve al trote hasta la camioneta, me mira, y en cuanto muevo nuevamente, sigue acompañándome como si nada hubiera pasado.
¡Engañoso el flaco negro!

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