sábado, 28 de abril de 2012

Boca brava


Cuando Benito Pujol abre la boca se ven clarito los pedazos de dientes marrones que le quedan, la lengua con una costra amarillenta, tal vez porque vive a mate y papa, y entre los labios resecos y partidos, se le escapa un olor a resumidero escandaloso.
Será por eso que cuando viene a la veterinaria y se acoda a conversar en el mostrador todos hacemos un prudente paso atrás para lograr una distancia prudencial.
Cuando entró a trabajar con Norberto Alonso, el bueno de Don Beto, le aconsejó que, además del examen físico pre ocupacional, se hiciera una reparación del comedor. Y allá fue Benito al dentista por primera vez en su vida.
La salita del pueblo estaba llena de gente, pero como por milagro, cuando Benito dijo ¡Buenos días!, se abrió un gran espacio en el banco largo de la sala de espera y el candidato se sentó tranquilamente a matar el tiempo hasta que el muelero lo llamó.
-¡Cómo anda Benito!- Saludo canchero el dentista. Pero cuando el paciente abrió la boca y le devolvió la atención, el profesional supo que sería un caso bravo. Se puso el barbijo, previamente rociado con un poco de colonia, y se dispuso a intervenir.
Pero la boca de Benito era como un pozo ciego. En esos años le quedarían unos ocho dientes y seis o siete muelas. Pero en pedazos malolientes y podridos. Como sería de fea la situación que el tipo casi ni se atrevió a meterle siquiera un instrumental. Entonces, poniendo cara de gravedad, el matasanos le dijo: -¡Vea Benito! Acá hay que hacer un trabajo con un elemento especial que yo no tengo, así que mejor es que saque un turno en Tandil y se vaya para allá así lo atienden bien. Yo no puedo hacer nada-
Y aunque Benito le pidió que hiciera lo que pudiera, no hubo caso. Lo mando de vuelta a casa sin tocar.
-¡Que va`cer Don Norberto!- Dijo Benito cuando volvió -Se ve que el pobre dentista esta medio pobrón de herramientas y no me pudo hacer nada. En cualquier momento voy a Tandil. No se preocupe-
Pero no fue nunca más. Y ya pasaron seis años.

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