domingo, 8 de julio de 2012

Guerra a muerte

Luciano Almaráz era capaz de pasarse la noche entera correteando peludos por el campo cuando la luna llena bien gorda lo alumbraba. Les tenía asco a los peludos. Nunca supimos si era porque le reventaban con sus cuevas los corrales de la manga, los rincones del parque, o las barrancas del arroyo donde sabía estar toda la tarde pescando. Dicen que desde chico se lo veía acarrear latas con agua para inundarles las galerías y desnucarlos de un palo en cuanto se asomaban. Tenía una guerra a muerte con los peludos y capaz que la cosa se puso peor cuando la gorda Inés lo abandonó, y se fue para el pueblo con Benítez. Le atacó una especie de obsesión, porque en vez de trabajar en algo bueno, se lo pasaba pensando como matar aquellos cascarudos de la mejor manera.

A los vecinos les extrañó que pasaran varios días sin verlo recorrer de a caballo, así que una tarde los Gutierrez se llegaron hasta el campito de Almaráz. La casa estaba abierta y la radio a pilas casi no hablaba nada. Seguro que porque llevaba mucho tiempo prendida. En el corral frente a la manga vieron al zaino ensillado, pero con señas de haberse revolcado con los cueros. Salieron al campo, y en el potrerito de la laguna divisaron algunos caranchos a las vueltas. Allí había quedado Almaráz. Se ve que le dio un ataque y cayó redondito, porque no había ni señas de que hubiera pateado. Estaba tirado boca abajo, medio tapado con la tierra que habían sacado los peludos, seguro que en dos o tres noches. Cuando lo dieron vuelta, una cara sin carne y sin ojos los miró desde los agujeros vacíos. Los rencorosos animalitos se le habían comido entera la parte de arriba del cuerpo. Lo velaron a cajón cerrado





2 comentarios:

  1. como esta para las historias carniceras!!!

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  2. sigue ell mismo mate y la tiznadita de siempre en el equipo de la camioneta. Que buenos mate ceba esa pavita!! saludos guillermo

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