lunes, 25 de marzo de 2013

Un caso policial


El cura del pueblo es un hombre de acción. Tiene como ochenta años pero se lo puede encontrar trepado en las escaleras pintando el colegio, cortando el pasto de la casa parroquial, haciendo de mecánico en el taller de Coco, arreglando los telones en el escenario del gimnasio, o cualquier otra ocupación que demande energía y esfuerzo físico.
Hace tiempo que veía que la figura del Jesús que pusieron en la punta del Cerro El Toro, donde termina el bonito calvario, estaba medio deslucida por los soles, vientos y fríos que viene aguantando desde hace varios años, así que decidió llevarla a Mar del Plata para que la restauraran. Con ayuda del carpintero, bajaron la enorme cruz de quebracho y cargaron el Cristo, de tamaño natural, en la caja de la camioneta. A la ida no hubo ningún inconveniente, pero a la vuelta, el cura decidió parar en Balcarce, para almorzar en la casa de un hermano. Traía el Jesús acostadito en la camioneta, prolijamente tapado el cuerpo, pero con las dos patitas asomando debajo de la frazada.
Ese fue el momento fatal en el que María de las Mercedes Alonso, una vecina chusma y mirona, vio lo que vio. Al asomarse por la ventana que da a la calle, le llamó la atención la camioneta forastera estacionada frente a su casa, con la tapa de la caja abierta, y después de esto, le corrió un frío por la espalda, cuando se topo con los dos pies desnudos de un tipo, asomando debajo de una frazada.
-¡Ramón!- Le grito a su marido – ¡Vení a ver! ¡Hay un muerto! ¡Hay un muerto!-
Cuando el viejo Ramón se apersonó frente a la ventana, comprobó que su mujer tenía razón. Frente a ellos estaba la noticia.
Llamaron al 911 dando cuenta del asunto y prefirieron no revelar sus nombres, por miedo a que el asesino los descubriera ¡Habrase visto! La policía les pedía identificación siendo ellos vecinos de gente tan peligrosa.
Al ratito nomás, llegaron dos patrulleros al lugar y la milicada se bajo con todas las precauciones, llevando, por las dudas, las manos a la cintura para desenfundar las armas sin demora.
El oficial Juan Ordoñez, de la policía de Balcarce, hombre corajudo por demás, fue el que se arrimó primero al vehículo, corrió la manta con cuidado y se dio cuenta de lo que había pasado. Sabedor de que el delator andaba por ahí cerca, entonó la voz y gritó:
-Al alcahuete que pasó un dato falso, le hago saber que el occiso NN es solamente un muñeco, así que le pido que no jorobe mas a la policía con estupideces-

jueves, 14 de marzo de 2013

Román está contento


-¡Que lo tiró! ¡Qué notición! Arrancó Román esta mañana bien temprano.
-¡De que hablas Román!- Pregunté mientras llenaba de yerba el primer mate del día.
-¿Y de que voy a hablar? ¡De la mejor noticia que escuché en mis poquitos años de vida! Hay un Papa argentino. Y yo seré un pajarito pero nacído y criado en esta patria-
-¿Viste que bárbaro? Yo me enteré mientras iba de viaje por la ruta 226. En el momento en que estaban por anunciarlo, paré la camioneta en un montecito, me preparé el mate y me puse a escuchar la radio. Cuando dieron el nombre me emocioné mucho. Me acordé de mi abuela Bianca. Tan devota ella. Siempre rezaba por los Papas. Por Paulo VI y después por Juan Pablo II. Seguro que estará contenta allá por donde anda ahora-
-¡Qué bueno Jorge! Ojalá le vaya bien-
-¡Es verdad Román! Ojalá le vaya bien. Hoy estoy muy contento con esto-
-¡Amén! Dijo Román
Lo miré sorprendido y solo me salió decir: ¡Tomá con mi canario! 

domingo, 10 de marzo de 2013

Haciendo tacto a las vacas




Muchas veces he contado en este lugar alguna aventura sucedida en los días de tacto a las vacas, pero nunca me detuve a repasar los detalles de este trabajo.
El tacto rectal consiste en introducir el brazo, generalmente el derecho, a través del ano de una vaca o vaquillona y avanzar dentro del recto, hasta poder palpar el útero de la dama. Esto sería una síntesis grosera de la cosa, pero tiene un montón de adornos por describir.
Como estarán imaginando, no es una tarea sumamente higiénica, así que la indumentaria tiene un lugar especial. Personalmente uso un mameluco al que doy vuelta hacia adentro del cuerpo la manga derecha, de forma tal que el brazo queda completamente libre para el trabajo. En verano el torso no lleva más ropa que esta, mientras que para el invierno, tengo un chaleco de lana sin mangas, que me pongo debajo del mameluco para cortar un poco los fríos, sobre todo en la madrugada. Son infaltables las botas de goma con un buen par de medias abrigadas debajo, y corona el atuendo, alguna boina o sombrero de alas, de acuerdo a la estación. Además de esta ropa, el brazo que se sumerge dentro de la vaca, va enfundado en un guante que lo cubre hasta el hombro.
Las tareas empiezan bien temprano, ya que generalmente en un día se revisan cientos de animales. La velocidad del trabajo depende de las condiciones de la manga y de la cantidad y eficiencia de la gente que ayuda. Cuando todo está bien, se pueden hacer hasta doscientas vacas por hora, pero tampoco son raros los casos en que solo hacemos cuarenta o cincuenta, y con mayor esfuerzo y cansancio de todos.
Cada vaca se hace pasar por la manga, y al llegar a la casilla de operaciones, que es la parte que está más próxima a la salida, se agarra con el cepo. Este elemento la fija tomándola del cuello. Luego se abre la puerta trasera izquierda de dicha casilla y nos queda a mano el trasero del animal. Si hay buen lugar, uno se para detrás de la hembra para hacer el trabajo más cómodo, si no lo hay, es cuestión de arreglarse. Se toma firmemente la cola con la mano izquierda y luego, poniendo la derecha en forma de cucurucho, se la introduce en el ano llevando el brazo dentro de la paciente, a veces hasta la altura del hombro. Se extiende entonces la mano y con la punta de los dedos palpamos el útero, detectando preñeces que van desde los treinta y cinco días, donde solo percibimos un pequeño engrosamiento con contenido líquido, hasta unas semanas antes del parto, donde podemos meter los dedos dentro de la boca del ternero sintiendo una agradable succión.
Es un lindo trabajo con múltiples matices. A veces tenemos que hacer de peones para apartar las madres de sus terneros antes de empezar, otras nos toca trabajar en mangas sin puertas y allá vamos corriendo detrás de cada vaca que traemos de a una, desde el corral del fondo o toril. En ocasiones se pueden palpar desde el costado de la manga sin entrar en ella, o puede pasar que nos encontremos con animales que han estado comiendo rastrojos de girasol y dentro del recto tienen un contenido seco, duro y negro que nos obliga a grandes esfuerzos. Todo esto sin contar los innumerables accidentes de los que hemos sido protagonistas, o que le han sucedido a otros colegas.
En las zonas de cría, donde los rodeos son muy numerosos, un veterinario puede llegar a revisar cuarenta mil animales en una campaña, mientras que en lugares mixtos como los que nos toca recorrer, se hacen de diez a quince mil, lo que lleva a que, después de varios años de trabajo, nos salgan una especie de “ojitos” en la punta de los dedos, con los que podemos averiguar hasta los menores detalles dentro de una hembra.
“Lindo haberlo vivido para poderlo contar” Dijo uno.  


Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...