lunes, 4 de abril de 2016

Se va la segunda

Fueron pasando los días tranquilamente para el nuevo campeón de la justicia, hasta que una mañana, cuando salió de la casa para hacer los mandados, se encontró con su vecina que barría la vereda. La viejita vivía sola y estaba muerta de miedo por los motochorros que estaban haciendo de las suyas en el barrio. Ya habían asaltado a dos personas en la misma cuadra, y a varias más en las dos o tres manzanas vecinas. Siempre con la misma rutina y horarios, que era lo que más bronca daba a la gente, ya que la policía no parecía tomar en cuenta esos detalles para reforzar la vigilancia.
¡Ahí están los próximos! Pensó Beto.
La cuestión es que los malvivientes eran bastante madrugadores, porque todos los golpes los hacían a la mañana temprano y casi siempre sobre mujeres que esperaban el colectivo para ir a trabajar.
Ese martes, Beto se levantó alrededor de las cinco de la mañana y preparó los primeros mates. Pensaba patrullar las dos o tres calles más golpeadas por los motochorros. Tal vez tuviera suerte. Cuando empezó a clarear, se puso su nuevo uniforme de batalla y salió decidido a jugarse una vez más.
Pero caminó casi dos horas y de los bandidos ni noticias. La gente que lo veía con tan exótica vestimenta, respetuosamente cambiaba de vereda por precaución. Pero en un instante todo se precipitó. En la cuadra siguiente a la que caminaba nuestro amigo, se vio un tumulto y una mujer que luchaba desesperada y a los gritos, contra un tipo grandote que quería quitarle algo que llevaba en la mano. Esa resistencia le dio tiempo a Beto a planear su jugada. El ladrón consiguió por fin arrancar un bolso a la mujer y corrió hasta la calle donde lo esperaba el socio con la moto preparada para huir ¡Justo hacia la esquina donde estaba Beto!
Pero el hombre ya había preparado el lazo trenzado que tantas veces le hiciera ganar premios en los concursos de pialada y lo revoleaba con elegancia suprema, esperando el momento de tirar. Sabía que se jugaba todo a un tiro, pero con nervios de acero y vista de aguilucho, buscó el instante preciso para actuar.
Los ladrones, que seguramente nunca habían visto lo que era un lazo, o tal vez cegados por la adrenalina del momento, ni calcularon lo que estaba por hacer aquel tipo, medio mamarracho, parado en la esquina cerca del cordón de la vereda, con un brazo en alto y revoleando una cuerda.
Pasaron como a 70 km/h al lado de Beto, pero ya la armada bien grandota del lazo volaba inexorable hacia ellos. Y los tomó limpitos, mientras el héroe echaba verija sobre el asfalto. Los testigos contaban después, que fue un momento inolvidable. El lazo se cerró, se tensó, y se vio a los dos cuerpos volar por el aire mientras la moto, ya sin jinetes, corría a estrellarse contra un poste.
Del resto se encargaron los vecinos. Mientras los atontados delincuentes aguantaban una lluvia de golpes y patadas, llegó la policía para arrestarlos. Se tomó declaración a más de treinta personas y todas coincidieron en resaltar el acto heroico de Beto, que para acrecentar su fama y antes de desparecer discretamente, dejó caer como al descuido un montón de tarjetitas hechas a mano, donde se leía “SB auxiliar de la justicia no convencional”.
Al otro día, el Diario resaltó el suceso en la primera página y las radios empezaron a hablar del misterioso personaje, capaz de pelear contra fieros malandras con una alpargata o un lazo.  



1 comentario:

  1. Ja! Ja!
    Que bueno esta imaginarselo mientras uno va leyendo tu relato.
    Buenisimo Jorge.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar

El hombre y el teléfono

  Cualquier empleado de campo, por más rústico que aparezca, anda con su teléfono celular en el bolsillo. La mayoría de los menores de 30 añ...