sábado, 13 de octubre de 2018

Hilario y los duendes


Es sabido que por San Manuel está lleno de duendes. Lo que pasa es que solo los pueden ver las personas que ellos quieren que los vean. Nada más. Es por eso, que en los años de vida del pueblo, solo hubo cinco personas que los vieron, conversaron con ellos, y además, recibieron los dones.
El último fue el pequeño Hilario. Tenía solo cinco años cuando un día, jugando entre las bolsas en el galpón de la estancia, se los encontró. Eran personas chiquitas. De no más de quince centímetros de alto, pero bien formaditas y con ropa limpia y arreglada. Grandes conversadores y muy juguetones. Pronto se hicieron amigos de Hilario. Para el muchachito fue como encontrar un juguete permanente. Hablaban de mil temas distintos, inventaban juegos y travesuras, y hasta se durmieron muchas veces la siesta todos amontonados sobre los cueros de oveja.
Un día empezaron a enseñarle. Le explicaron como hacer madejas y tejer el viento, como enredar los pensamientos de la gente, como hacer llover para arriba, y tantas cosas más que saben los duendes.
Ese mismo año Hilario empezó el Jardín de infantes. Como era muy tímido, por ser hijo único y haberse criado más con los perros que con otros chicos, pronto sus nuevos compañeros del pueblo, empezaron a hacerle burlas y todos los daños de que son capaces los niños.
Hilario aguantaba y aguantaba. A veces lloraba solito en un rincón. Hasta que un día, un gordo malo que siempre lo hostigaba, empezó a decirle barbaridades, provocando por primera vez la reacción de Hilario. Se paró de frente al gordo, lo miró muy fuerte y fijo, y de pronto el malo abrió los ojos grandotes y quedó paralizado. La situación era muy brava, porque Hilario no aflojaba con la cara de malo y el resto de los chicos ya empezaba a llorar y hacerse pis del miedo.
En ese momento, al sentir el alboroto, entró la maestra al aula. Hilario, para disimular, ensayo una sonrisa, y el gordo pudo moverse de nuevo. Y tan contento estaba de recuperar el movimiento, y asustado también, que salió corriendo del Jardín y le metió derechito hasta su casa.
Desde ese día, Hilario fue una especie de líder para los chicos del pueblo. Siempre los sorprendía con algún truco nuevo y, lo que es más importante, cuando crecieron y empezaron a ir a bailar a Lobería, cada vez que se armaba lío con los de la ciudad vecina, Hilario arreglaba el asunto con su ya famosa cara de malo paralizante.
Este año se fue a estudiar veterinaria a Tandil. Seguro que pronto oiremos hablar de sus nuevas hazañas.

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