Con el avance de las comunicaciones, y la tecnología
al alcance de la mano de cualquiera, es muy difícil armar cuentos creíbles.
Todos quieren ver para creer. Pero todavía quedan tipos rebeldes que se resisten
a los cambios. Marcos Quesada es uno de esos.
No tiene teléfono ni televisión. Solo una vieja
radio a pilas que lo acompaña en todos sus trabajos del campo, salvo cuando
recorre a caballo. Si tiene que cambiar un esquinero, allá está la radio a los
gritos sobre un montón de cascotes. Cuando la cosa es en la manga, la pone
sobre una mesita pegada al álamo grandote, donde se ubican los remedios y las
jeringas. Bien fuerte para que no la tapen los balidos de los terneros.
Pero el viejo Marcos, que vive solo, casi no recibe
imágenes. Las únicas fotos son las de las revistas que le regala la patrona,
después de haberlas leído. Por eso, era el candidato ideal para la broma de los
mellizos Guevara, empleados también en la Estancia “La Horqueta”.
Mientras volteaban a mano los terneros para señalar
y capar, en el corral de la manga, Martín comentó al pasar:
-¿Viste Luis lo de la rusa?-
-¡Si! ¡Me enteré! ¡Qué lindo sería que nos diera
pelota!-
-¡Pero que nos va a elegir a nosotros! ¡Somos
demasiado chicos!- Dijo Martín mientras cortaba limpiamente los huevitos de un
ternero careta.
El viejo Marcos alcanzaba el curabicheras y el
señalador, y escuchaba sin decir nada, pero al fin no aguantó más:
-¿Y qué es eso de la rusa Martín?-
-¿No la vio Don Marcos? ¡Ah no! ¡Cierto que usté no
tiene tele! Anoche en el programa de la Susana, hablo una rusa que vive en
Buenos Aires y está más buena que comer pollo con la mano. Dice que sueña con
irse a vivir al campo con un hombre maduro, pero bien puestito. Sabe cocinar,
tejer, bordar y hacer la quinta-
-¿En serio?-
-¡Claro que es en serio! Pidió que le escriban
cartas contando como vive cada uno y que se las manden con una foto, así puede
elegir- Remató Martín, mientras le guiñaba un ojo a Luis que lidiaba con otro
ternero colorado.
El viejo se transformó. Se quedó pensando en tener la
rusa para él solo. Esa noche arrancó una hoja de la libreta donde anotaba los
recuentos de la hacienda, y muy trabajosamente, escribió un detalle de su vida
y sus cosas. Le alcanzó con una página. Después buscó la única foto que tenía,
sacada en la plaza de Tandil, en la época que hizo el Servicio Militar. Metió
todo en un sobre viejo y arrugado, y al día siguiente lo llamó aparte a Martín
Guevara:
-¡Che Martín! Vos que sos más baqueano ¿No le
despachás esta carta a la rusa cuando vayas para el pueblo?-
-¡No hay problema Don Marcos! ¡Por ahí la pega!-
Dijo el bandido
Ese mismo día, los mellizos siguieron con la broma,
y la carta y la foto de Quesada empezaron a circular por las redes. Los
muchachones del pueblo se mataban de risa a costillas del pobre puestero. Pero
nadie contaba con que casi quince días después del suceso, del que Ramón era
completamente ajeno, se presentara en “La Horqueta” una tal Julia Vargas.
Pidió hablar con Don Marcos y lo encaró de frente:
-¡Hola Don Marcos! Yo soy Julia Vargas. Leí su carta
y me encantó, así que si usté quiere, ya mismo me quedo a vivir acá. Por las
dudas me traje mis cositas en un bolso-
El viejo casi se cae de cabeza de la emoción y solo
atinó a decir:
-¡Bendito Dios Poderoso! ¿Vos sos la rusa?-
-¡Nó! Soy de Entre Ríos nomás, pero capaz que nos
acomodamos igual-
¡Más vale! En todo caso, si algún día viene la rusa
le explico todo ¡Quedate nomás!
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