Pero estaba enferma. Tenía el abdomen tremendamente abultado, la respiración estertorosa y gran dificultad para moverse.
Le hice una revisación y palpé cosas extrañas en su panza así que decidí hacer una cesárea. En cuanto incidí la pared abdominal y luego el peritoneo, salieron en un chorro sanguinolento, unos 40 litros de líquido, que hicieron el barro que se ve en la foto. Después acomodé el útero, y al abrirlo, aparecieron partes del feto que fuí sacando de a poco, mientras los curiosos que hasta ese entonces me charlaban, se retiraron prudentemente al sentir el fuerte olor a podrido de aquello que quedó ahí tirado al costado de la pobre mamá.
¡Cosas que pasan!