martes, 31 de mayo de 2016

Beto y Micaela. El encuentro

Los que vienen siguiendo estos relatos, sabrán ya de las andanzas de Beto Menéndez en Mar del Plata, tratando de “desfacer entuertos”, tal como pretendía el inolvidable Quijote de la Mancha. Sabrán también que hubo una mujer, Micaela Rodríguez, que se enamoró perdidamente del campeón, cuando lo vio en acción enlazando con bravura a dos motochorros.
La cuestión es que Beto pronto comprendió que ya no podía seguir con su tarea vigilante, a bordo solo de sus alpargatas negras. Tenía que tener alguna movilidad, y lo más práctico y económico que consiguió fue una motito Zanella 50 cc, a la que pintó con los colores distintivos de su disfraz. Micaela, para no ser menos, consiguió prestada la moto de un primo y casi todos los días esperaba escondida, la salida del héroe, para seguirlo discretamente en sus recorridas. Hasta que pasó lo que pasó.
Tendrán noticias ustedes, que por estos días se han puesto de moda los secuestros express en Buenos Aires, y los delincuentes de la costa, imitando a los capitalinos, decidieron incursionar en el rubro.
La cuestión es que una noche, pasadas las once, tres enmascarados atraparon violentamente al dueño de una gran casa de deportes de la conocida calle Guemes, metiéndolo a los empujones en un viejo Falcon modelo `87. Justo en ese momento, Beto venía de recorrida por la zona y alcanzó a ver el movimiento. Aceleró violentamente su moto y lo mismo hizo Micaela unos cien metros detrás, sintiendo que su corazón galopaba desbocado ante la nueva aventura. Recorrieron dos o tres cuadras como a 50 km por hora, cuando de pronto, una de las puertas traseras del auto se abrió y salió despedido el cuerpo del infortunado señor, que arriesgó así su vida para escapar de los delincuentes. Beto miró alejarse el auto, mientras se detenía para ayudar al hombre. Enseguida llegó Micaela, a la que Beto no conocía y le dijo que ella se haría cargo de eso y que llamaría también a la policía para pasarle la patente del auto de los secuestradores. Después, mirándolo directamente a los ojos, con el pecho inflamado de amor, le pidió que siguiera persiguiéndolos para descubrir su escondite.

El héroe puso en marcha su aparato y salió raudamente detrás de los malhechores, que por suerte no iban muy bien montados. Pronto se les puso a tiro y comenzó a seguirlos. Iban con rumbo a Batán. Pero el corazón y el pensamiento de Beto habían quedado inundados con la aparición de aquella misteriosa mujer que lo había mirado de una forma tan apasionada… Continuará   

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