viernes, 3 de febrero de 2017

Norton y el tren

A mi gato nuevo le puse de nombre Norton. Se dio porque el día que lo traje, me senté a almorzar y mientras pensaba en como lo llamaría, la botella de vino que tenía frente a mi vista, me cantó clarito, desde su etiqueta, que mi amigo sería Norton.
Es muy piola. Me sigue discretamente cuando ando caminando por el pueblo. Habla poco. Lo justo. Gran cazador de lauchas y pajaritos, se mantendría solo si nadie le diera de comer. De todas maneras, todos los días a las seis de la mañana, mientras me preparo el mate, me rasca el vidrio de la puerta de la veterinaria pidiendo la comida. Es altivo y orgulloso. A los perros del barrio los provoca y cuando parece que ya lo agarran, en dos saltos se sube al fresno, y allá arriba hace como que no los ve, mientras los infelices ladran enfurecidos y se lamentan por haberlo perdido otra vez.
Ayer fuimos a la Estación del Ferrocarril. Hacía mucho calor y nos sentamos en el banco del andén a no hacer nada.
-¡Que lastima ver esto así Norton!-
-¿Así como?- Preguntó Norton, al que en su vida de dos años no le caben muchos recuerdos.
-¡Si vos supieras! Esta fue una estación muy importante. Por acá pasaban trenes de carga y de pasajeros que iban desde Buenos Aires hasta el puerto de Necochea y volvían para la Capital. Por tren viajaba casi todo. Desde animales hasta huevos de gallina, pasando por verduras, frutas, golosinas, ropa y toda clase de mercaderías. Y ni hablar de los pasajeros, que preferían viajar en un transporte rápido, cómodo, económico y con el que se cumplían rigurosamente los horarios aunque lloviera, cayera nieve, granizo o el calor castigara fuerte. Los empleados estaban orgullosos de ser ferroviarios y cuidaban a la empresa como a su casa. Un entretenimiento de la gente del pueblo era venir a la estación para ver el movimiento de carga y descarga de cada tren que pasaba. Vos vieras Norton lo bien que estaba pensado y armado todo. El sistema de señales, que funcionaba a la perfección avisando al maquinista si podía avanzar sin peligro, el telégrafo que comunicaba todo el sistema en clave morse, cosa verdaderamente impresionante de ver. A mi me tocó trabajar en una veterinaria cuyo empleado había sido Jefe de Estación. El pobre Laureano se esforzaba tratando de hacerme entender el sonido en clave, golpeando con el culito de un lápiz sobre el mostrador, con una velocidad increíble. Además, todas las construcciones eran sólidas, pesadas y durables-
Me quedé callado. Norton también. Mirábamos la playa de maniobras abandonada y los cuatro vagones olvidados y oxidados, cerca del cargador de hacienda ¡Una lástima lo que ha pasado con el ferrocarril! ¡Ojalá se pudiera hacer algo para volver a ponerlo a rodar!
-¡Así es la vida Norton!- Dije y me di vuelta para mirarlo. Pero Norton estaba allá lejos en la punta del andén, avanzando agazapado para dar un golpe sobre un grupito de murciélagos que colgaban de una viga del alero. Al rato volvíó contento, con un vampiro entre los dientes.

  

1 comentario:

  1. Que buena nota Jorge!!
    Trae muy buenos recuerdos. Y la foto de la veterinaria también.

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