-¡La
vaca está en el potrero de la sierra, así que vamos a tener que llegar
caminando!- Dijo Manuel. El encargado de Los Capullitos.
-¡No
hay problema Manuel! No va a ser la primera vez.
Subimos
con la Ranger hasta el final del sendero, y ahí la dejamos. Cargamos todo lo
necesario para un parto simple o una cesárea, y arrancamos a pie hacia el lugar,
donde esa mañana, habían encontrado a la vaca negra haciendo fuerza para largar
su cría.
La
sierra que está pegada al pueblo es bastante particular. Tiene una meseta
superior de alrededor de 700 hectáreas. En este momento está llena de malezas y
de un arbusto espinoso impenetrable, que se llama Curro. Además, hay una gran
población de cerdos salvajes, pumas y ciervos, conviviendo en equilibrio con
las vacas mansas y otras que nunca han podido encerrarse. Esto sin contar la
gran cantidad de víboras Yarará, que se han visto este verano.
Por
eso es un lugar bastante peligroso para hacer excursiones.
Cuando
estábamos llegando hasta la vaca, vimos un gran movimiento de caranchos y
chimangos, y descubrimos con sorpresa que una enorme chancha jabalí con sus
crías, estaban almorzando la cola de la vaca y las manitos del ternero por
nacer.
La
cerda no daba señales de miedo por nuestra presencia y era urgente ahuyentarla
para poder asistir el parto, así que Manuel decidió hacer un tiro al aire con
la escopeta calibre 12. El estampido resonó como un trueno en el silencio de la
sierra y obligó a la madre hambrienta y a sus crías, a emprender la retirada hasta
unos curros que estaban a no más de treinta metros. Desde ahí nos estuvieron
mirando, mientras nosotros empezábamos el trabajo de lo que inevitablemente
sería una cesárea, ya que los restos del feto indicaban que el parto estaba
demorado desde al menos tres días atrás, y sería imposible por vías naturales.
Yo
avanzaba con la operación y Manuel vigilaba a la chancha, que desde allá lejos,
seguía rezongando y con ganas de volver a comer.
Y
de pronto lo que faltaba. Se sintió un tumulto y gritos desesperados de los
lechones. Un enorme puma, que seguramente había estado todo ese tiempo
acechando, tenía entre sus colmillos a uno de los pequeños chanchitos, que
seguía chillando sin parar, mientras su madre bramaba tratando de asustar al
gran gato. Pero fue inútil. En tres o cuatro saltos, el puma se perdió entre la
maleza, mientras la chancha se retiraba definitivamente del escenario, con las
crías que le quedaban.
Nosotros
terminamos del sacar el ternero medio podrido, ayudamos a la vaca a levantarse,
y emprendimos el regreso comentando la extraña aventura.
Linda aventura Jorge!!! Un abrazo.
ResponderEliminarComo estás Nicolás??? Tanto tiempo!!! Que bueno saber que todavía seguís estos relatos. Otro abrazo para vos
EliminarHola Guille!!! Gracias por el comentario. Con respecto a las víboras. francamente no se si el verano pasado hubo más que lo normal, o solo fue que se dejaron ver más seguido. De todas maneras, y esto lo escribí en otra nota, es común que las distintas poblaciones que viven en nuestro campos, aumenten o disminuyan intermitentemente, dependiendo de las condiciones que soportan. Clima, disponibilidad de alimentos o depredadores.
EliminarNo lo conozco personalmente pero siento gran admiración por ud,su manera simple de ser me parece que es la marca de la casa,una preg. Si se puede,a qué q atribuye la gran cantidad de víboras??
ResponderEliminarEscribí la respuesta para Guille más arriba... Espero que se entienda
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