miércoles, 1 de agosto de 2012

Descascarriando

Es un hombre medio rubión, grueso, áspero y alto. Nariz atomatada, ojos azulinos y chiquitos, y en cuanto se saca la gorra de vasco que usa bien ladeada, se ve que le falta enterita la oreja derecha y una gruesa cicatriz le corre desde ahí hasta la pera.

-¿Y si paramos un rato a ver si afloja el agua?- Me dijo ese día. Estábamos revisando los toros de “El Amancay”, y se había largado un chaparrón potente.

-¡No queda otra Mario!- Le contesté, mientras guardaba la gradilla con los tubos y el resto del instrumental en la casilla al lado de la manga. Fuimos hasta la casa. Enseguida ensillo el mate de calabaza oscuro y nos pusimos a conversar y a yerbear.

-¡Así estaba el día que perdí la oreja!- Dijo de pronto, mientras miraba llover por la ventana de la cocina. Yo nunca me había animado a preguntarle por eso, porque Mario López es un tipo medio especial. No da mucha confianza y nunca se sabe si habla en serio o si lo está sobrando a uno. Me puse contento porque se venía el cuento.

-¡Sí! Empezó -Yo estaba descascarriando ovejas en lo de Cameron. Tenía catorce o quince años. Ya hacía varios meses que estaba trabajando en la Estancia y había un montón de gente, porque casi todo se hacía a mano. El más jetón de todos era Florencio Pardales. A mí me había tomado de piche. No sé si porque era nuevito, o de loco nomás. Ese día me pusieron con él a deslomarnos con las ovejas. Y desde temprano me empezó a buscar: ¡Que no haces nada! ¡Qué sos un inútil! ¡Que hace de cuenta que trabajo solo! Y meta y meta, hasta que me calenté. Me di vuelta y le pegué semejante trompada que salto por sobre los lienzos del corral. Yo seguí trabajando, mientras de reojo lo veía al loco que se acomodaba las carretillas. Lo que no vi fue que se me vino de atrás y me golpeó con un tablón y después, desmayado como estaba, me cortó la oreja limpita con su tijera Bigornia y me hizo este tajo en la cara. No sé si pensó que me había matado o qué, pero me dejó tirado ahí nomás al costado, así que al rato me desperté y estaba bañado en sangre. En cuanto me enderecé me dijo a las risas: ¡Capaz que así vas a aprender a no golpear a los hombres Marito! Fue lo último que dijo. Ciego de rabia me le fui al humo y no se la cantidad de veces que le enterré este mismo cuchillito. Después me volví a desmayar-

-¡La mierda! Dije yo -¡Que historia Mario! ¿Y cómo terminó?-

-Después me llevaron a Necochea, me cosieron en el hospital y de ahí, quedé preso en la Primera por el asesinato. Estuve como dos meses hasta que el abogado de Cameron me sacó porque dijeron que era en defensa propia o algo así. Lo que más bronca me dio fue que perdí la oreja y un buen trabajo-

Le devolví el mate y no supe que contestarle. Por suerte el chaparrón pasó y volvimos a revisar los toros. Nunca más me habló del asunto.



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