Se
juntaron varios paisanos de la zona y decidieron armar una excursión a la
Fiesta Gaucha en Jesús María, Córdoba. Buena gente. Hombres de trabajo. Con
familias más o menos grandes, y montones de vida sobre el lomo. Eran cinco, así
que se acomodaron en la Ranger de Gustavo, el encargado de “La Concepción” y
salieron un miércoles a las 3 de la mañana para Córdoba. El viaje se les pasó
bien rápido con mates, charla y varias paradas “técnicas” para ir al baño y, de
paso, tomar alguna cerveza fresca en algún boliche.
Cuando
llegaron a Jesús María, preguntando a unos y otros, encontraron la pensión que
les habían recomendado y, como siempre pasa en estos casos, se apuraron en
cambiarse y salir a “dar una vuelta” sintiéndose retozones y frescos como
potrillos.
Rodearon
la plaza mientras se divertían mirando las chicas que en la tardecita
cordobesa, se meneaban con sus minifaldas microscópicas.
Hasta
que pasó. En un momento fatal, Luciano Gaona, un tipo grandote y chistoso de
unos cincuenta años, al cruzarse con tres palomitas que no tendrían más de
veinte, les largó:
-¡Che
chiquitas! ¿Dónde podemos ir a bailar? ¡Si quieren las invitamos!-
Pero
la más linda de las tres, con ese instinto salvaje que tiene la mujer para
saber donde puede lastimar, le contestó bien fuerte para que oyera media plaza
de Jesús María:
-¿Y
a dónde vas a ir a bailar vos? ¡Viejo arruinado! ¿No te viste las patas de
gallo?-
Las
tres largaron la risa y se fueron de lo más campantes, contentas con el golpe.
Y
Luciano quedó como deprimido hasta el domingo. Solo tomó cerveza a rabiar y se
dedicó a mirar las jinetedas casi sin hablar. Los demás respetaron su silencio.
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