miércoles, 7 de mayo de 2014

No la dejen sola

Los días son más cortos. A las 6 de la tarde ya está oscuro y es hora de volver para la veterinaria. Siempre y cuando no haya alguna urgencia que resolver. Son épocas de tacto y de andar al trote desde muy temprano. Mangas buenas, regulares y otras muy malas, que nos hacen perder tiempo y se ponen peligrosas para todos los que andamos con las vacas, toros y terneros.
Así fue que la semana pasada nos llamaron por un parto en el campo “Los Pinitos”. Ya eran las 8 de la noche y los caminos seguían con barro después de las lluvias grandes de mediados de mes. A duras penas llegamos al campo. Juan Martínez salió de la casa con la linterna y nos dijo que la vaquillona primeriza estaba encerrada en la manga.
¡Uy Dios! Pensé ¡Ojalá que todo salga bien! Lo que pasa es que la manga de ese campo ni merece siquiera el nombre de tal. Es solo un brete con troncos podridos. Sin cepo, puertas ni trancas, y los corrales, apenas pueden contener al viento.
Como a propósito, Martínez había encerrado la vaquillona sola. Es sabido que la mayoría de las parturientas, cuando quedan aisladas del rodeo, se ponen locas furiosas, pero seguramente a Martínez, esa parte del manual se le perdió.
Allá estaba la negra grandota a los bufidos cuando la enfocamos con las luces de la camioneta.
-¡Que lo tiró!- Dijo Martínez -¡Se ve que se ha calentado!-
Yo no contesté nada por respeto y me baje de la camioneta para vestirme con el “traje de partear”, es decir el mameluco y las botas de goma. Mientras tanto Martínez, tal vez agobiado al ver la macana que había hecho, se adelantó para tratar de meter la vaquillona en la manga.
-¡Ya voy y te ayudo Martínez! ¡Tené cuidado que está muy enojada!- Le grité. Pero fue tarde. Solo sentí el estruendo del golpe del animal contra los palos del corral y el crujido de las maderas al quebrarse. Después vi pasar entre las sombras a la vaquillona, enfilando a toda marcha hacia el potrero. Corrí hasta el corral y me encontré con el pobre Martínez tirado largo a largo. En la oscuridad no alcanzaba a ver casi nada, así que acomodé la camioneta, hasta que las luces se plantaron sobre el accidentado.
Cuando me acerqué de nuevo, el tipo ya estaba despierto y me miraba sin hablar.
-¿Que pasó hermano? ¿Estás lastimado?- Pregunté
Pero Martínez me sorprendió cuando se levantó con esfuerzo y me dijo:

-¡No es nada dotor! Un golpecito nomás. Si me espera voy a agarrar caballo y se la vuelvo a encerrar- Le dije que mejor volvíamos para la casa, así él se recuperaba. Al otro día volví al campo con Juan y sacamos una linda ternera negra, mientras Martínez iba en viaje a Tandil, para hacerse ver los moretones en la cabeza y el pecho que no lo habían dejado dormir. El golpe de las tablas le había fisurado el hueso parietal.   

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