martes, 8 de septiembre de 2009

Lugano en la selva

Ya van a ver porque puse esta foto de un perro con moquillo canino

Y les contaba antes
Un día Lugano abrió los ojos. Habían pasado casi tres meses. Era mayo de 2002.
Solo abrió los ojos y miró. De madrugada la luz era muy difusa en medio de la selva pero vió un montón de hojas sobre su cabeza. No podía entender. A su derecha se abría un gran espacio vegetal con algunas chozas desprolijas. Todos dormían. Oyó el canto de miles de pájaros disimulados entre las plantas. Intentó levantar la cabeza pero no pudo. Cuando miró a su izquierda, encontró una mata de pelo renegrido sobre su hombro y luego el brazo de Yihina cruzado sobre su pecho. Sintió la tibieza de ese cuerpo y la pierna de la joven sobre las suyas. Con esfuerzo movió los dedos de la mano tocándola. Yihina al principio no reaccionó, pero un nuevo movimiento casi imperceptible de Lugano la puso alerta. De pronto levantó la cabeza y lo miró a la cara. Pasaron algunos segundos hasta que dió un tremendo alarido y se levanto asustada. Toda la tribu llegó corriendo a verlo. Se reían felices, saltaban y se daban palmadas en la espalda. El "médico" se acercó mas serio a Lugano y lo miró largamente a los ojos. Despues le tocó muy suavemente la herida del pecho ya casi cicatrizada y, con una delicadeza rara en una persona tan rústica, lo ayudó a incorporarse un poco. Despues le dió a beber una infusión muy caliente, que a Lugano le pareció deliciosa. Sentía que la vida le recorría cada pedazo del cuerpo.
De a poco fué recuperando el movimiento. Los Yabitos lo agasajaban con sus mejores manjares. Ya hacía pequeñas caminatas por la selva. Podía entender algo de lo que le decían, y de a poco reconstruía toda su vida hasta el fatal instante del golpe de la vaquillona enfurecida. Yihina vivía a su lado. Sentía que su vida le pertenecía. Que ella lo había salvado con sus cuidados. Y así era nomás.
Aprendió con avidéz a reconocer las plantas medicinales. Supo como se usaban. En que casos aplicarlas y que males tratar con ellas. Se apasionó con el tema, mientras los indígenas competían para enseñarle nuevos secretos.
Cuando el perro de Ayonhais, el jefe de la tribu, se enfermó de moquillo, el ánimo de todos se ensombreció. Era el mejor perro. El que muchas veces les daba de comer atrapando animales imposibles. El mas valiente. El que con su cuero cruzado de cicatrices recordaba a los demas cuzcos que era distinto a todos.
El "médico" usó toda su ciencia para curarlo pero el pobre animal languidecía con un furioso moquillo respiratorio. Lugano, ayudado por Yihina, explicó al jefe que él podía hacer algo mas. Lo miraron con asombro. Nadie sabía que Lugano curaba animales. Le dijeron que probara, aunque el "médico" no estuvo de acuerdo.
Quemó algunos marlos de choclo en el fuego permanentemente prendido en medio de la toldería. Despues cortó siete pedazos iguales y les hizo un agujero a lo largo con un palito filoso. Ensartó los siete pedazos con una fibra vegetal fuerte como un hilo y por fin se los colgó al pobre perro a manera de collar.
De a poco el animal empezó a mejorar, y en una semana andaba feliz y contento trotando atras de Ayonhais. Lugano se convirtió en algo superior para los Yabitos pero se ganó el rencor eterno del "médico".
Continuará

6 comentarios:

  1. Buen blog Sr. Spinelli. Buenas historias y relatos. Saludos.

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  2. Que bueno va el cuento.....o la historia.
    UN ABRAZO!!!!

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  3. A Hernan: Gracias por tu comentario. Espero mantener el blog vivo.

    A Panchotti: ¡Y pensar que Gastón no cree que sea una historia casi real! no sabe de lo que somos capaces los veterinarios en situaciones jodidas... Ja Ja Abrazo

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  4. me consta una ves quiso administrarse IODURO de SODIO endovenoso por una dermatitis que tenia en la mano el dotor

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  5. "quiso" es una manera de decir...
    es verdad che! no lo había leido, me quedé en el "como les contaba" y pensé que era el capítulo anterior. Está muy bueno!

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  6. Jorge, aca los hijos de Juanito Almonacid, tratando de ayudarlo a usar internet. Muy buen Blog (cuando lo lea)
    Cariños.

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Un Veterinario y las Mujeres Guerreras

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