martes, 21 de junio de 2011

Lo salvó la bufanda

Hace un tiempo fuimos hasta un establecimiento cerca de Rauch, para hacer el tacto a un lote de vacas que una clienta había llevado a capitalizar.
A mediodía, el dueño del campo, un hombre muy humilde y trabajador, nos invitó a comer un guiso con carne de capón, y a tomar un buen vino tinto. Afuera hacía un frío bárbaro, así que después de una mañana a la intemperie, entrar en esa casa calentita y con el aroma del guiso, fue llegar al paraíso.
Eramos seis personas a la mesa. La patrona iba y venía por la cocina, atenta a que todos estuvieran bien servidos. Cuando quedamos pipones con el potaje, sacó un enorme pedazo de queso y otro de dulce de batata, y nos ofreció el postre tradicional.
Durante el almuerzo, yo había estado mirando una enorme cicatriz que lucía en el cuello el dueño de casa, un hombre de unos 75 años, muy flaco y demacrado, con lentes gruesos y de apellido Heredia. Capaz que animado por el tinto, le pregunté con que se había hecho semejante herida.
-¡Fue esta!- dijo Heredia. Señalando con la pera a su mujer.
Ella bajó la vista ante la sorpresa de todos nosotros, y salió al patio con la excusa de juntar leña para la cocina.
El viejo se rió con tristeza –Cada vez que sale el tema, se escapa porque le da vergüenza. Resulta que es borrachaza y el año pasado se le había dado por matarme-
-¡Capaz!- Dije yo con sorpresa
-¡Sí! Me quería matar porque un sobrino le dijo que si yo faltaba, él le compraba todo el campito al contado, y que iba a vivir rica hasta la vejez…¡Y la infeliz le creyó! Así que una noche que volví del pueblo, la encontré muy en pedo y con la mesa tendida para cenar. Había preparado una sopa con cabello de ángel como a mí me gusta. Como vi que tenía la lengua dura ni le hablé. Me senté nomás a comer. Hacía mucho frío, entonces me dejé puesta esa bufanda que dejé ahí colgada de recuerdo.
De pronto se me vino de atrás, me agarró de los pelos, me afirmó la cuchilla de la cocina en el cogote y me la enterró. Yo salté por la sorpresa y un chorro de sangre cayó en el plato de la sopa así que la estúpida, creyendo que ya me había matado, salió corriendo y le metió hasta el campo del vecino.
Les contó que seguramente me habían matado para robarme y que ella me había encontrado en medio de un charco de sangre. Ahí nomás llamaron a los milicos y se aparecieron en banda por acá, pero me encontraron todo lavadito y con el pescuezo bien vendado para parar el derrame. La bufanda había atajado el cuchillo y solamente me rayó el cuero.
Y aquella, del pedo y los nervios que tenía al verme vivo, se cayó redondita con un ataque y la tuvimos que internar en Rauch como diez días.
Nos quedamos todos en silencio.
De pronto mi compañero preguntó lo que todos estábamos pensando: -¿Y todavía viven juntos? ¿Solos acá en el medio del campo?-
-¿Y por qué no?- Dijo Heredia –Malo sería que me quiera degollar de nuevo- Y se rió.


2 comentarios:

  1. Muy bien descripto el increíble episodio y sobretodo la persistencia del matrimonio .
    Hay de todo en la viña del Señor.
    Muy bueno Jorge

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  2. Hola Renato!!! Que bueno que al fin pudo con los comentarios. Siempre agradezco a la gente que sigue estos "torpes escritos". Eso dijo Borges de sus cosas. Lo grande es que lo suyo seguramente era jactancioso, en mi caso es completamente real.

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