martes, 28 de junio de 2011

Hijos cariñosos

Los hermanos Castillo son muy salvajes. Y así fueron desde chicos.
Cuando faltó su madre porque se fue con un gavilán a vivir a Mar del Plata, se pusieron más rebeldes todavía. Son cuatro varones y una mujer.
Buenos jinetes, trabajadores, tomadores de vino de cualquier color, grandes comedores de asado y tremendos pialadores.
El viejo Benicio les enseñó a manejar el lazo apenas supieron caminar en dos patas, y dicen que se los veía trotar todo el día por el patio del rancho, cerca de Licenciado Matienzo, enlazando gallinas, perros, y ovejas.
Lo bravo fue cuando empezaron con el chiste de pialar al padre.
Armaban una calle los cuatro varones. Dos le tiraban de volcado y los otros dos de revés.
El pobre Benicio, ya viejito, rezongaba todo lo que podía, pero estos animales le pegaban en las piernas para animarlo, hasta que por fin la víctima se paraba en una punta, abajo del sauce, y se largaba con un trotecito miedoso, mientras los bestias revoleaban y lo chumbaban.
Y no erraban tiro. Así que casi todos los días el viejo aparecía con un raspón o un corte nuevo.
La fiesta se les terminó la vez que Benicio, al dar por tierra, pegó con la cabeza en una tosca y quedó desmayado. Pero desmayado de tal forma, que al rato llegaron a la Sala de Primeros Auxilios los cuatro grandulones, llorando a moco tendido, con el padre en brazos. Creían que estaba muerto.
Por suerte Benicio se murió de viejo como diez años después. Pero ya no lo volvieron a pialar.

sábado, 25 de junio de 2011

Días de lluvia

Llueve sobre el campo y uno va. Solo y en silencio.
Con el agobio y la melancolía de todo buen varón. Las pérdidas y los recuerdos subidos a los hombros. Pesados. Densos. Tristones.
Todo húmedo y frío. Llueve en azul y con mansedumbre. Lejos del ruido y las voces, las cosas son reales. Uno se encuentra con uno y no hay vueltas.
Un día así es un espejo que nos devuelve nuestra imagen. Y allí estamos descarnados. Para vernos mejor.
Y al final no sabemos si son las nubes llorosas las que nos desaniman, o es el ánimo golpeado el que nos pone como esas nubes.

martes, 21 de junio de 2011

Lo salvó la bufanda

Hace un tiempo fuimos hasta un establecimiento cerca de Rauch, para hacer el tacto a un lote de vacas que una clienta había llevado a capitalizar.
A mediodía, el dueño del campo, un hombre muy humilde y trabajador, nos invitó a comer un guiso con carne de capón, y a tomar un buen vino tinto. Afuera hacía un frío bárbaro, así que después de una mañana a la intemperie, entrar en esa casa calentita y con el aroma del guiso, fue llegar al paraíso.
Eramos seis personas a la mesa. La patrona iba y venía por la cocina, atenta a que todos estuvieran bien servidos. Cuando quedamos pipones con el potaje, sacó un enorme pedazo de queso y otro de dulce de batata, y nos ofreció el postre tradicional.
Durante el almuerzo, yo había estado mirando una enorme cicatriz que lucía en el cuello el dueño de casa, un hombre de unos 75 años, muy flaco y demacrado, con lentes gruesos y de apellido Heredia. Capaz que animado por el tinto, le pregunté con que se había hecho semejante herida.
-¡Fue esta!- dijo Heredia. Señalando con la pera a su mujer.
Ella bajó la vista ante la sorpresa de todos nosotros, y salió al patio con la excusa de juntar leña para la cocina.
El viejo se rió con tristeza –Cada vez que sale el tema, se escapa porque le da vergüenza. Resulta que es borrachaza y el año pasado se le había dado por matarme-
-¡Capaz!- Dije yo con sorpresa
-¡Sí! Me quería matar porque un sobrino le dijo que si yo faltaba, él le compraba todo el campito al contado, y que iba a vivir rica hasta la vejez…¡Y la infeliz le creyó! Así que una noche que volví del pueblo, la encontré muy en pedo y con la mesa tendida para cenar. Había preparado una sopa con cabello de ángel como a mí me gusta. Como vi que tenía la lengua dura ni le hablé. Me senté nomás a comer. Hacía mucho frío, entonces me dejé puesta esa bufanda que dejé ahí colgada de recuerdo.
De pronto se me vino de atrás, me agarró de los pelos, me afirmó la cuchilla de la cocina en el cogote y me la enterró. Yo salté por la sorpresa y un chorro de sangre cayó en el plato de la sopa así que la estúpida, creyendo que ya me había matado, salió corriendo y le metió hasta el campo del vecino.
Les contó que seguramente me habían matado para robarme y que ella me había encontrado en medio de un charco de sangre. Ahí nomás llamaron a los milicos y se aparecieron en banda por acá, pero me encontraron todo lavadito y con el pescuezo bien vendado para parar el derrame. La bufanda había atajado el cuchillo y solamente me rayó el cuero.
Y aquella, del pedo y los nervios que tenía al verme vivo, se cayó redondita con un ataque y la tuvimos que internar en Rauch como diez días.
Nos quedamos todos en silencio.
De pronto mi compañero preguntó lo que todos estábamos pensando: -¿Y todavía viven juntos? ¿Solos acá en el medio del campo?-
-¿Y por qué no?- Dijo Heredia –Malo sería que me quiera degollar de nuevo- Y se rió.


lunes, 20 de junio de 2011

No se dió cuenta

Del flaco Galetti podría decírse que es distraído como mínimo, y caído del catre si se quiere exagerar.
Es un tipo raro. Divertido, enérgico, trabajador, pero con varias luces apagadas.
La familia tiene un campito entre San Manuel y Tandil. Hace unos años, el padre compró una camioneta nueva en Balcarce y le encargó al hijo que fuera a retirarla.
El flaco invitó al pata Reboredo, su amigo de toda la vida. Cargaron el equipo de mate y se tomaron el Pampa hasta la ciudad serrana. Allí el flaco firmó unos cuantos papeles, retiró el plástico de los asientos de la camioneta, y lleno de emoción, se acomodó atrás del volante para hacer el primer viaje en la hermosa máquina. En cuanto salieron de la ciudad, el pata preparó el mate, y ahí se venían los dos amigos a las risas, hasta que al pata se le dio por ponderar el hermoso llavero que les habían regalado en la agencia.
En esos tiempos, se podía sacar la llave de un vehículo gasolero en marcha, sin problemas. Todo seguía funcionando. Así que el flaco, sacó del tambor la llave con el llavero, y se lo pasó al pata para que lo viera.
Lo que no sabía el flaco era que al sacar la llave, el volante quedaba trabado.
Se dio cuenta de pronto, porque el redondo quedó fijo, y su camioneta, que vendría a 70 km, ya por la calle de tierra que pasa por La Numancia, siguió derechito por la cuneta, saltó una barranca, chocó el alambrado quebrando un poste y algunas varillas, y se paró como 100 metros adentro de un lote de maíz. Me contaban que los daños en el tren delantero y el frente del vehículo fueron tremendos.
Cuando por fin todo quedó en silencio, el flaco dijo: -¡Casi nos matamos pata!- Y el pata, mas blanco que un papel, y lleno de la yerba volcada del mate, que aún sostenía en la mano, le contestó enojado: -¡Casi me matás vos, flaco! ¿Sos estúpido o que te pasa?-
Y ahí nomás se disgustaron para siempre.

domingo, 19 de junio de 2011

Don Fulvio Spinelli

Fulvio Spinelli fue un hombre poderoso y un veterinario único.
Desde su mirada fuerte hasta su voz profunda. Lo que de él recuerdo, es a través del cristal de mi niñez o mi primera adolescencia, porque se fue cuando yo tenía 15 años y mis hermanos mucho menos.
Hablaba muy claro porque pensaba claro. Transmitía sus ideas con brillantez. A veces con un dibujo de trazo firme aclaraba cosas oscuras. Estaba inundado de proyectos. Su Centro de Inseminación Artificial, la importación de una máquina para fabricar nitrógeno líquido, la idea de comprar el Girocopter, un pequeño helicóptero en el que poder ir a los campos más cercanos y montones de cosas más.
Trabajaba sin descanso. Desparramaba energía. Creaba sin parar. Fue pionero en muchas cosas de nuestra profesión, sobre todo en el área de reproducción bovina, recién creciendo allá por los años ´60.
Muchas veces he pensado en las cosas que hubiéramos logrado, si mi hermano Guille y yo, hubiéramos tenido tiempo de llegar a crecer y trabajar con él.
De todas maneras nunca dejó de acompañarnos. Fue el tutor justo para que los cuatro arbolitos de sus hijos salieran derechos y con buenas ramas.
Y además nos llenó de abrazos y nos dejó tomar mate en la cama grande, junto con mamá, los domingos a la mañana.
¡Gracias viejo!

sábado, 18 de junio de 2011

¡Una chambonada!






Parece cuento pero es cierto que las cosas se aprenden a los golpes.
A uno pueden avisarle que hacer tal maniobra es peligroso porque el caballo patea, pero hasta que la patada no nos dobla con un golpe tremendo, no lo tomamos demasiado en cuenta, o nos pueden decir: ¡Guarda con esto! o ¡Cuidado con aquello! y será por naturaleza nomás, que no lo entendemos hasta que nos pasa.
Ese día tenía que revisar la oreja de un novillo flaco, porque hacía rato que le supuraba. Con Velázquez, un chileno amigo que se estará acordando de este cuento por allá arriba, lo atamos contra un palo. Una vez que estuvo quieto, él lo empujo contra el alambre y yo me acerqué despacio para tratar de explorar su oreja negra y peluda. El animal había quedado como agazapado, y con el hocico casi tocaba el suelo cuando yo me arrimé.
Es sabido que el cabezazo de un vacuno puede matar un tipo, porque tienen el hueso frontal especialmente duro y fabricado para pelear, pero yo, confiado, me agaché despacio y agarrándole la oreja, hice fuerza para que levantara la cabeza.
¡Y la levantó nomás! Pero en el movimiento inesperado me dio de lleno en la cara. Ni sé cuantos metros volé, ni cuantas estrellas brillantes se me aparecieron en lo negro de la vista. De lo único que me acuerdo, es que me levanté como un resorte porque ¡Seré chambón pero también orgulloso!
Velázquez me miraba preocupado, pero le dije que apenas me había raspado y seguí el trabajo como si tal cosa, atajando la sangre que me salía por las narices.
Al otro día tenía la cara como un bofe, pero estaba contento porque había aprendido una nueva.

viernes, 17 de junio de 2011

Pulperías 2011

Hace unos días estuve sentado muy temprano en una Estación de Servicio cerca de Tandil, esperando que llegara un cliente para ir a ver una yegua averiada.
Pensaba que estos son los modernos boliches de campo.
En 100 años los caballos de varios pelajes atados en el frente de alguna pulpería, fueron reemplazados por lujosos autos y camionetas; los campitos de tierra barrida con alguna planta que protegía del viento y el sol, cambiaron por playas de cemento con paredones de hormigón (eso sí, algunos muy coquetos tienen bonitos dibujos y propagandas); los paisanos rústicos y duros, ahora son comisionistas en ventas de hacienda, veterinarios o agrónomos de paso al campo, contratistas cerrando jugosas operaciones, o viajantes de comercio esperando que abran los negocios; la caña fuerte y la ginebra, ahora son un café con leche con medialunas, o una “lágrima” y un bizcocho para los que están a dieta; la charla con el dueño del boliche, o con ocasionales viajeros, se reemplazó por las novedades calientes de un noticiero en el plasma gigantesco, o la concentración en la notebook, gracias al WiFi ahora disponible.
Y mientras esto pensaba, tres perros flacos desgarraban unos huesos sin piedad. Seguramente hace 100 años otros perros habrán hecho lo mismo.
Se ve que la “persona humana”, como decía el amigo Reboredo, es la única que puede hacer semejantes cambios. Y si en un siglo pasó lo que pasó, quien sabe como estaremos en el próximo.

jueves, 16 de junio de 2011

Mi cruz de bronce

A los pies de mi cama hay una biblioteca bien colmada. En uno de los parantes de madera tenía colgada una cruz de bronce desde años atrás.
El Domingo de Ramos de 2007, mi hija fue a misa y se trajo unas ramitas de olivo. Una parte se la llevó a su casa y puso un puñado detrás de mi cruz.
El sábado siguiente, plena Semana Santa, me acosté temprano. Estaba solo en casa. Leí un rato como siempre, apagué la luz y me dormí como un potro.
En mitad de la noche, en el silencio de las noches de San Manuel, que solo corta el ladrido de algún perro rezongón, me desperté sobresaltado por un estrépito repentino. Fue un ruido muy fuerte y no podía darme cuenta de donde había venido. Prendí la luz y al principio no vi nada raro, pero en cuanto me incorporé, descubrí mi cruz de bronce caída en el suelo.
Enseguida miré la hora. Eran las 00.02 hs del Domingo de Pascua de Resurrección y mi Jesucito en la cruz se había movido solo.
Estas cosas me impresionan mucho, porque creo que hay algo, mas allá de nuestros límites, así que como mi cruz se había movido sola, decidí llevarla conmigo permanentemente. Me acompañó más de dos años hasta que un día fui a atender un caballo cerca de Bolivar y me dejó.
Simplemente fue así. Nunca me di cuenta en que momento ya no la tuve. Esa mañana la toqué en el bolsillo chiquito del pantalón al vestirme, y a la noche ya no estaba. Llamé al dueño del caballo por si la veía en el corral donde trabajamos, pero nada mas se supo.
Seguro que estará ayudando a alguno que lo precisa más que yo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Sinforoso Benavidez

Sinforoso Benavidez era santiagueño y agrandado.
Lo conocí al poco tiempo de empezar a trabajar en San Manuel, cuando me tocó ir a hacer una necropsia a la estancia donde él estaba.
De entrada nomás, y viendo que yo era nuevito, me empezó a conversar sobre enfermedades de las vacas. Cada cosa que tocaba en el cadáver, el me la describía mientras fumaba un cigarrito, afirmado en el alambrado, y con el taco de la bota enganchado en el segundo hilo.
En un rato hizo cesáreas, pialó potros, me enseñó a poner frutales, a rellenar una bebida y un montón de cosas más ¡Realmente un tipo insoportable!
Y desde esa vez no lo tragué, así que cada vez que iba al campo trataba de esquivarlo. Pero llegó el día fatal.
Me llamó el encargado por un parto y allá fui con Esteban, mi ayudante. La vaquillona estaba encerrada en un corral y mientras me cambiaba, casi de la nada, apareció… ¡Sinforoso!
-¡No puede ser!- Pensé -¡Este santiagueño agrandado!-
Me metí en el corral con el lazo en la mano y en cuanto empecé a revolear, dijo Sinforoso:
-¡Dele mas argolla dotor! ¡Así no la va a agarrar!-
Por suerte la tomé limpita en el primer tiro y la ate al palo sin contestarle. Esteban me guiñó un ojo y yo me puse a hacer la manea para voltearla, pero Sinforoso siguió con el concierto: -¡Mire el enredo de sogas que va a hacer! ¡Yo conozco una manea para voltearlas casi sin hacer fuerza!- Siguió un silencio largo.
La vaquillona se inclinó un poco y cayó de lado, sin que yo tuviera que hacer mucho trabajo. Mi ayudante ahora largó una risa con picardía.
Y se vino el parto. El ternero tenía la cabeza torcida así que pronto se la acomodé y me dispuse a tirar para sacarlo, pero Santiago querido largó su último pronóstico: -¡Ese ternero no sale! ¡Va a tener que hacerle la cesárea! ¿No ve el cacho de manos que tiene?-
Y como cosa de mandinga, en cuanto tensamos un poquito la cuerda, el ternero salió sin dificultad.
Sinforoso pegó la vuelta calladito, y ya se iba todo humillado, pero no pude aguantar más y le grité: ¡Che Sinforoso! ¡Ya que sabés tanto! ¿Porqué no me hacés un pronóstico para el Boca y River del domingo? Y ahí todos largaron la carcajada contenida.
Santo remedio. Desde ese día nunca más me jodió con sus charlas.

martes, 7 de junio de 2011

El frío y el mosquito

Hace un frío bárbaro. Me vine hasta la veterinaria pisando una helada que da miedo. Apenas prendí la luz de la cocina lo vi estacionado en la pared, sobre la mesada. Un mosquito gordo.
-¿Cómo puede ser que con estos climas ande un mosquito tan piolón?- Pensé, mientras ponía la pava a calentar para los primeros mates de la mañana.
Y entonces me di cuenta. El tipo debió quedar duro por la caída del termómetro, sin poder volar hasta su cueva. Lo miré más de cerca y era eso. El pobre apenas alcanzaba a revolear el ojo negro. Estaba engarrotado de frío y seguro que le dolían todas las coyunturas ¡Que porque sean chiquitas sus patas, no serán chiquitos sus dolores!
En cuanto la cocina se empezó a calentar con el fuego, le volvieron los colores. Movió un poco las alas ¡Como probando! Y al ratito despegó con un zumbido, dio una vuelta sobre mi cabeza, agradecido, y se fue para su casa.
Yo terminé de preparar el mate y me acomodé en mi oficinita.

sábado, 4 de junio de 2011

El petiso roano

Ayer murió un actor de San Manuel.
Nos acompañó cada vez que hicimos el Pesebre Viviente, o al lado de El Zorro para alegría de los más chicos.
Era bueno. Petiso y roano. Un caballito fiel.
Estuvo enfermo una semana y no me alcanzaron remedios ni artes para salvarlo. Pero fue increíble lo que hizo antes de irse. Un rato antes, el dueño lo había estado acariciando y conversando. Estaba parado al lado de la bebida. Después la gente se fue para sus cosas y el pobre petiso se metió en el cerco de la casa, empujó la puerta y entró en la cocina. De ahí caminó hasta una de las piezas, pasó por el comedor y por fin recorrió el pasillo hasta el fondo y se cayó al lado de la puerta de atrás de la casa. Todo esto lo fueron descubriendo al ver sus pisadas.
Lo encontraron vivo todavía. En cuanto le hablaron, pegó un bufido suave y se murió.
Me decía el hombre que el animal jamás había entrado a la casa, pero que allí vivió muchos años el viejo vasco Leguizamón, del que fue muy compañero, y que tal vez el mismo vasco fue el que lo acompaño en esa última recorrida.

jueves, 2 de junio de 2011

Cosas



En el campo, el gasto de nafta de un auto se calcula en viajes a la escuela, o idas y vuelta al pueblo. Así, el consumo se clasifica en tres categorías: Gasta cualquier cantidad, no gasta tanto y no gasta nada.
Ayer pensaba que no me enfermo porque no tengo tiempo.
Un correntino amigo dice que al frío o al calor: “No hay que darle pelota dotor” ¡No es mala idea!
El mate y el churrasco, después de una mañana de trabajo en la manga, hechos a las apuradas con un buen fueguito calentón, son mucho mejores que otros cualquiera.
Que buenos olores son los de la tierra reseca, de la bosta de vaca o de caballo, del agua de un tanque o de un arroyo y de las bolsas de semilla en un galpón.
Uno se acostumbra tanto a saludar cuando se cruza con otro en el pueblo, que muchas veces hace el mismo gesto en la ciudad y se le quedan mirando sin entender.
Los perros de un puestero casi nunca se enferman. Solamente los pican las víboras, los muerden las nutrias o los patean los caballos.
Desde el caballo se ve mucho mejor el campo. Que lastima que ahora usen camionetas o motos para recorrer.
Ojalá la gente fuera tan previsible como un caballo o una vaca, que cuando son jodidos no disimulan.
Que buenos son los peludos y mulitas al horno, los huevos de pato y gallareta juntados en la laguna, las perdices en un guiso con arroz y las vizcachas en escabeche.

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...