lunes, 15 de marzo de 2010

Lugano y Esperanza

Niños Yabitos en su aldea de Brasil

Y les contaba antes que...
Lugano había estado inconciente casi cinco días y nuevamente lo había salvado el médico con sus plantas.
Nadie supo que fué lo que causó la conmoción del muchacho. Aparentemente sus heridas, sobre todo la de la cara, estaban curadas. De todas maneras, al salir de ese estado, volvió a la actividad normal de la tribu durante algunos días, pero era evidente que algo en él había cambiado. Ya Marina estaba instalada en la amplia choza del jefe Ayonhais con el resto de sus mujeres, y parecía mas feliz que nunca.
Un día la llamó. Caminaron juntos por la selva mientras le contaba todo lo que había sentido y vivido durante su sueño. Le habló de Alicia y de su hijita, y le dijo que ese mismo día se iba para tratar de encontrar a Esperanza.
Al volver cargó sus pocas cosas y se despidió rapidamente del resto de los Yabitos. Esta vez no hubo festejos porque todo fué muy rápido. Caminó solo hasta el río y recorrió sin dudar los senderos que ya conocía, hasta que consiguió viaje para Alvear, y de allí a Buenos Aires. Aún tenía algunos pesos que siempre llevaba en un sobrecito en el fondo de su bolso. Desde Rosario llamó al celular de Susana. Atendió la prima Paula, a la que él solo había visto una vez. Parecia que había estado esperando ese llamado porque rapidamente le pasó la dirección del Sanatorio donde Susana estaba internada muy grave.
Llegó a Buenos Aires a la mañana siguiente y en un taxi recorrió el camino a la clínica. Le indicaron la habitación 307 y corriendo subió las escaleras. Susana estaba sola con Paula. Se saludaron en voz baja y luego Paula se retiró para que pudieran hablar.
Lo hizo sentar a su lado y le tomó la mano con fuerza. Los sentimientos de Lugano eran contradictorios. Desconfiaba. Susana empezó a contarle algunos detalles de su vida en los últimos años. Su madre había muerto en Brasil, y ella había empezado a militar en un grupo guerrillero que pretendía volver a introducirse en algunos países de Sudamérica. Lo malo era que estaba muy enferma. Tenía cancer en el hígado. Sabía que estaba muriendo, así que tenía que dejar que Esperanza se fuera con él. No quería que la viera morir.
Le dió un sobre con algunas cartas y le pidió que se fuera a buscar la nena y que se la llevara lo mas lejos posible.
Lugano no dejaba de pensar en lo que Alicia le había confiado en su sueño en la selva. Todo parecia encajar en aquella historia. Fué hasta la casa de la madre de Paula, y le pidió que preparara la ropita de su nena porque se iban de viaje. La mujer no preguntó nada. Hasta parecia aliviada de alejarse de aquella historia. Esperanza no conocía a su padre. Se asustó mucho cuando vió aquel hombre con barba, sin un ojo, y con una enorme cicatriz que le cruzaba la cara. De todas maneras él la abrazó muy suave y le habló con ternura en el oido durante mucho tiempo, hasta que la resistencia de su pequeña se convirtió un confianza.
Viajaron primero a Gonzalez Chavez, donde Esperanza conoció a sus abuelos y pudieron tener unos meses relativamente normales. Pero fué entonces que Lugano recibió aquella llamada telefónica que lo llevó a venir nuevamente a San Manuel donde nos encontramos aquel día. Esa era su historia de los últimos años. Yo no salía de mi asombro, pero mas me conmovió lo que estaba por hacer.
Continuará


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