jueves, 14 de octubre de 2010

Un hombre duro

Rómulo Benegas es un tipo duro. Serio. De pocas palabras. Pero increíblemente cumplidor y correcto.
Ese día teníamos que revisar un novillo guampudo muy viejo, que fué quedando en el campo porque cada vez que se lo quiso cargar, saltaba los alambrados y disparaba para la sierra. Ahora estaba enfermo.
-¿Y como lo agarrarémos don Rómulo?- Le pregunté medio en broma, sabiendo que el lazo era como una golosina para el hombre.
Me miró sin contestar y solo se sonrió un poco -Espéreme acá doctor- Me dijo.
Arrancó al galopito para el medio del potrero donde lo esperaba el orgulloso animal de casi seiscientos kilos. Medio caído pero fuerte todavía. Fué armando el lazo. Para él era un orgullo la enorme armada, que hacía que el tiro saliera mas lucido. Lo fué rodeando y arreando hacia el rincón, donde yo esperaba del otro lado del alambre. Faltando unos trescientos metros tocó levemente al imponente zaino negro, y apuró la carrera, mientras levantando el brazo en alto, empezaba a revolear la cuerda. De a poco fué alcanzando al novillo hasta que se le puso a tiro y con una elegancia suprema, lo tomó de las aspas.
Pero algo no salió bien. De pronto el novillo se cruzo delante del caballo y el lazo pasó por debajo del pecho del animal sin darle tiempo a Rómulo para acomodarse. Yo ví un movimiento raro y como, de golpe, el hombre dió un tirón y se apichonó sobre el recado. Despues se desató el pañuelo del cuello y se puso a hacer algo que no pude divisar.
Al rato, ya acomodado, rodeó el animal con el lazo hasta hacerlo caer y me hizo señas de que me acercara. Pasé la tranquera en la camioneta y llegué hasta donde Don Rómulo había volteado el novillo. Entonces ví que tenía el pañuelo envuelto en la mano y que chorreaba sangre.
-¿Qué pasó?- Le pregunté.
-¡Nada doctor! No se haga problema-
Y sabiendo que el hombre no era de hablar mucho, atendí al animal lo mas rápido que pude, para dejarlo libre.
Al otro día me enteré que volvió a la casa, desensillo y bañó el caballo, y se vino a la Sala de Primeros Auxilios. El tirón del lazo le había arrancado enteritos los dedos anular y meñique de la mano derecha.

2 comentarios:

  1. Van quedando pocos de esos que priorizan primero el trabajo a alguna dolencia o accidente debe ser porque en definitiva nunca son reconocidos publicamente y solo el orgullo de ser asi los reconforta que en realidad no es poca cosa sentir eso por dentro!y pensar que en la ciudad alguno se corta con la hoja de imprimir y sale corriendo al hospital a ver si le pueden dar alguno dia de reposo!!

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  2. ¡Tenés razón Gaston!... pero no volvamos al tema de gente del campo y la ciudad porque habrás visto que alguno se ofendió un poco... Ja Ja

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