Hay montones de historias sobre suicidios. Son todas lamentables. Pero cuando me contaron lo de Roberto Magariños, me pareció impresionante el ingenio que tuvo para amasijarse.
Roberto trabajaba en un campo cerca de Claraz. Era soltero y ponía especial cuidado en tener siempre lustradito su Falcon ´72. Pero se le subió el croto al molino, que es una linda manera de decir que se le alteró la cabeza, y decidió matarse.
Esperó el domingo. Se levantó temprano y tomó sus últimos mates. Despues se fué al galpón y empezó la obra rompiendo la luneta de su auto con una maza. Esto se supo porque se encontró la herramienta en el lugar donde estuvo trabajando. Enseguida cortó unas cuantas vueltas de alambre acerado, y ató un extremo a una planta de eucaliptus. Sacó el auto y lo arrimó al árbol marcha atras. Pasó el alambre por la luneta rota y en el otro extremo hizo un lazo corredizo.
Por fin se sentó en su Falcon, se colocó el lazo de alambre en el cuello, y aceleró violentamente.
Calculaban que no sufrió nada, porque cuando se tensó el alambre, el golpe le despegó limpiamente la cabeza del cuello.
Y como nunca falta el gracioso hasta en las peores tragedias, cuando se corrió la noticia y llegaron los vecinos al lugar, se lo escuchó al Aparicio Fernandez comentarle a Jacinto Argañaraz la cagada que se había mandado Roberto al apuntar el auto contra el galpón, ya que le había destrozado toda la parrilla y el radiador.
-¡Encima que se mató hizo pelota el auto! ¡Con lo lindo que estaba!- Dijo Aparicio