Una
mañana templada de otoño, un zorro gordo y de pelaje reluciente, caminaba muy
orondo por el campo, cerca de San Manuel.
Parados
al lado del alambrado, dos amigos de la infancia, un peludo y una liebre, conversaban
de mil cosas. Hasta que vieron pasar al zorro.
-¡Mirá!- Dijo la liebre, apuntándolo con la oreja
larga -Ese sí que lo pasa bien. Fijáte lo gordo que está y como le brilla el
pelo ¡Ni pulgas debe tener!-
-¿Y qué querés?- Contestó el peludo -¡Cómo no va a
estar gordo si no trabaja! Lo alimentan los otros zorros con tal de que los
represente-
-¿En serio me hablás?-
-¡Seguro! ¡Vamos a llamarlo para ver que dice!-
Y diciendo y haciendo, los dos amigos le hicieron
señas al zorro para que se acercara.
-¡Buen día Señor Zorro!- Saludó muy atenta la liebre
-¿Qué anda haciendo por estos campos fértiles y venturosos? ¡Qué alegría
encontrarnos con alguien tan importante como usted!-
Al oír esa muestra de respeto, el zorro se sentó
despacio frente a los amigos, enrollando la cola en sus patas traseras.
-¿Y ustedes quiénes son?-
-Ella es la liebre y yo soy el peludo. Los dos somos
parte de su menú, así que le agradeceríamos que por hoy nos perdone la vida.
Solo queremos charlar un rato-
-¡No se preocupen! Yo hace rato que ya no cazo para
comer. Tengo gente que trabaja para mí. Algunos me dan de comer, otros me
cuidan y otros me traen lindas zorras para aparearme.
-¿Cómo puede ser?- Pregunto asombrada la liebre -¿Y
usted que les da?
-¡Esto!- Dijo el zorro levantando la mano y tocándose
delicadamente la cabeza y la lengua -¡Yo pienso y hablo! Cada vez que hay
discusiones en el gremio de los animales, yo defiendo a los zorros dando
grandes discursos.
-¿Y no tiene miedo de perder sus buenas cualidades
de zorro por falta de uso?- Preguntó el peludo con un brillo irónico en los
ojos –Ahora mismo estoy oyendo los ladridos del perro galgo que viene hacia
nosotros a toda carrera-
En un santiamén el peludo se hundió en su cueva, la
liebre huyó a toda carrera y el zorro vanidoso no tuvo tiempo de comenzar uno
de sus famosos discursos, porque el perro lo mordió en el medio de la columna,
lo alzó en el aire, y en dos o tres sacudones le hizo salir el alma por el
trasero.