martes, 19 de septiembre de 2017

Cuidado con la lectura


En estos últimos tres días ando cansado. Con el cuerpo dolorido de tanto hacer fuerza y correr y trepar alambrados durante todo el día. Pero no es que esté enfermo, por suerte. Lo que pasa es que el e-book que tengo desde hace un año, me está dejando sin el buen descanso que me hace recuperar fuerzas con algunas pocas horas de sueño.
En cuanto lo compré, mi hermana me descargó más de 900 libros excelentes y no puedo parar de leer. Ahora estoy terminando una trilogía de Santiago Posteguillo. Los leí en un mal orden, pero casi fue una suerte, porque ya voy por el tercero y último, “Las legiones malditas”, que termina que la tremenda batalla de Zama, en el año 202 A.C., donde el joven procónsul romano Publio Cornelio Escipión, acaba por derrotar, allá en el norte de África, al que todos tenían por invencible, el magnífico general cartaginés Aníbal Barca. Pero la descripción de esa batalla, con la primera carga de los ochenta elefantes de guerra, la lucha tremenda de la infantería con sus distintas legiones y la decisiva entrada de la caballería romana al centro del campo inundado de sangre, tripas, heridos y muertos es tan fantástica, que cualquier “persona humana” (como diría un gaucho conocido) se trastorna.
Entonces no puedo parar. A la noche leo hasta después de las 11, me levanto como todos los días a las 5 y media y, después de almorzar, cuando podría tener un sueñito reparador, vuelvo a las historias de los legionarios y los guerreros púnicos y se me hace el tiempo de volver a salir al campo ¡Y así no hay cuerpo que aguante! ¡Ya lo tengo pensado! En cuanto termine este último libro me voy a tomar una semana sin lectura para recuperarme.
Se los recomiendo: El primero es “Africanus: El hijo del cónsul”, el segundo “Las legiones malditas” y el tercero “La traición de Roma”. Por las dudas traten de encararlos en momentos de poco trabajo o mejor, cuando estén de vacaciones.



domingo, 17 de septiembre de 2017

Sencillito

El Rulo Leguizamón se inclinó sobre la cruz de su caballo overo. Siguió algunos metros agarrado de las riendas, más por instinto que por otra cosa. El animal, tal vez sintiendo algo raro, de a poco se fue quedando quieto, en el medio del inmenso potrero de ochocientas hectáreas de faldeo de sierras, muy cerca de San Manuel.
Así, de a poco, el cuerpo grandote y bruto de Rulo, se fue deslizando hasta quedar tirado boca arriba sobre el pajonal. El caballo se retiró dos pasos como para darle lugar, y se paró curioso, mirando a su compañero caído.
Rulo se sentía bien. Su cabeza ahora estaba despejada, después de la oscuridad que se le hizo en el momento de más dolor. Hasta pensó en fumar pero no pudo mover los brazos: ¡Mejor! Pensó ¡A ver si armo un incendio y me terminan echando! La idea le pareció divertida y una pequeña mueca, casi sonrisa, le iluminó la cara áspera y curtida.
¡Voy a esperar! Seguro que en cuanto vean que tardo, van a salir a buscarme. Miró su overo. Un caballo como pocos. Lo consiguió más de veinte años atrás, cuando era un potro que prometía, cambiándolo por seis terneros guachos. Los recuerdos se le atropellaban en la cabeza. El día que entró a trabajar en la estancia. Las charlas y risas con Roberto y Juancho, sus dos grandes compañeros y amigos. La primera vez que vio a Palmira en la veterinaria. Ella estaba comprando antibióticos para unos chanchos de su papá. En cuanto lo miró, quedó fulminado para siempre por sus grandes ojos negros. Al tiempo se casaron y nacieron los tres chicos. La luz de sus ojos. Ramoncito y Abel, tan camperos y buenos paisanos y Lucía, la chiquita. Intentó mover una pierna. sintiendo que ella aún jugaba al caballito en su rodilla. Cuando murió Palmira, junto con un pedazo de su corazón, lloró como nunca lo había hecho desde que, siendo muy chico, se quebrara la pierna al caerse del enorme eucaliptus. Se puso a hacer cuentas, pero no se acordó de más de tres o cuatro visitas al médico. Siempre con fuerzas, siempre con ganas de salir adelante. Con fríos machazos, lluvias, granizos, temporales de viento y sequías que rajaban la tierra. Siempre el Rulo. Cuidando vacas, arreglando alambres, manteniendo aguadas y molinos, punteando esas quintas enormes que le daban verdura a toda la familia…
¡Otra vez el dolor! ¡La pucha! ¿Qué será? ¡Y bueno! Voy a tener que ir al médico nomás ¿Por qué no me podré mover? Le voy a pedir a Lucía que me prepare la ropa de salir y esta tarde nos vamos al pueblo para que me revisen ¡Justo hoy que tenía que carnear los dos corderos para el domingo! Los voy a dejar a los chicos. Ya están baqueanos. De última no festejo nada. Ellos insisten con que sesenta no se cumplen todos los días ¡Ya está! ¡Ya pasó! No me duele nada. Mejor voy a dormir un ratito hasta que me encuentren.
Los caranchos empezaron su trabajo casi una hora después. Primero los ojos. Pero ya Rulo estaba muerto.   


viernes, 1 de septiembre de 2017

Tiger y el desaparecido

Me levanté temprano como siempre y me vine a la veterinaria. Cargué la lata con la comida para mi gato, pero no arrancamos como siempre. Nunca hablamos a estas horas, pero hoy algo cambió. Mientras la pequeña bestia se refregaba contra mis piernas esperando su ración, le dije:  
-¡Escucháme Tiger! Sentate ahí quietito y si querés comé, pero escuchá lo que te voy a decir. No me interrumpas porque te lo voy a largar de corrido. Tengo un nudo en la garganta y si no lo deshago no me voy a poder ir a trabajar tranquilo-
El gato me miró sorprendido, pero entendió que la cosa venía en serio.
-¿Qué pasa Jorge? ¿Andás complicado con el trabajo? ¿Estás enfermo?-
-¡No! ¡Por suerte no es nada de eso! Pero quería decirte que estoy podrido de prender la radio o la tele, y que sigan molestando con el caso de este loco que están buscando.
No me importa un pito lo que le pasó. No se quién es. Pero si se que estaba rompiendo las bolas en las rutas del sur, con una banda de delincuentes que no paran de hacer cagadas. Y si hacen cosas fuera de la ley, que se aguanten lo que les pueda pasar sin hacerse los mártires.
Pero más me calientan los oportunistas que han montado semejante despliegue de estupideces diarias. Declaraciones, intervenciones en los colegios, marchas, fotitos patéticas y mil cosas más. Ya sabemos quiénes son. Son los mismos que se imaginaron a nuestro presidente abandonando de apuro su mandato.
Por suerte son una minoría ruidosa. Somos más los que le damos al asunto la importancia que tiene: ¡Nada más grave que las miles de cosas que han hecho esos mismos caraduras que reclaman!-
Paré de hablar. Tiger me miraba con un grano de alimento en la boca. Lo miré. El tipo estaba serio y concentrado, pero entendí que mi discursito no le había movido ni un pelo del bigote.
-¡No te calentés!- Me dijo por fin –¡Tal vez el tiempo, y todos los que están podridos como vos de tanta basura, pondrán las cosas en su lugar!-
No hablamos más, pero me fui a trabajar tranquilo pensando en lo astuto que es mi gato Tiger.


Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...