domingo, 26 de abril de 2020

La enfermedad desconocida - Parte I


La hormiga negra mensajera recorrió a todo galope con sus seis patitas, los oscuros túneles del hormiguero que conocía de memoria. Cuando llegó a la cámara real, se tocó varias veces las antenas con las guardianas, para explicarles que tenía que hablar urgentemente con la reina.
-¡La Reina está haciendo su trabajo! ¡Nadie la puede molestar!
-¡Pero esto es una cuestión de vida o muerte!- Protestó la mensajera.
-¡Está bien! Veré que podemos hacer- Dijo la otra guardiana, o tal vez la misma, ya que todas las hormigas de aquel palacio eran casi idénticas, e hijas de la misma madre y del mismo padre.
-¡Puede pasar!- Le anunciaron al rato.
Cuando entró a la cámara real, la mensajera quedó pasmada con el orden, la casi absoluta falta de sonidos y con los cientos de huevitos cuidadosamente puestos en hilera y que serían el futuro del pueblo.
-¿Qué está pasando querida mensajera?- Preguntó la reina.
-¡Vea su Alteza! Me mandaron las guardianas para avisarle que algo raro está pasando con la colonia. Muchas obreras se han enfermado y algunas murieron.
-¿Alguien pisó el hormiguero?
-¡No!
-¿Alguien puso algún veneno?
-¡No!
-¿Alguna tormenta inundó parte del palacio y creen que puede ser la causa?
-¡No!
Entonces quiero que las diez hormigas sabias de la colonia, vengan para acá de inmediato para discutir el asunto. Así fue que al poco rato, la reunión de notables del hormiguero estuvo en marcha.
Una de las sabias contó que el problema era una nueva enfermedad que aparentemente iba a sufrir la mayor parte de la colonia, y que no tenían nada para hacer contra ella, salvo deshacerse de las muertas inmediatamente. La mayoría coincidió con esta opinión.
Después de reflexionar casi una hora, la reina las miró y preguntó:
-¿Cuál es nuestra misión en la vida?
-Perpetuar la especie así como venimos haciendo desde el principio de los tiempos- Dijo una sabihonda.
-¡Es verdad!- Dijo otra –Trabajando incansablemente para producir la comida que asegure la supervivencia de cada colonia, a pesar de los contratiempos, los enemigos y los destrozos.
-¡Ustedes lo han dicho! ¡Seguiremos haciendo eso!
Después de algunas semanas, la enfermedad había afectado levemente a la mayoría de las hormigas y se había muerto menos de una cada mil, pero la vida del hormiguero siguió normalmente su curso y el episodio quedó asentado como una pequeña alteración más en el Gran Libro de la Vida de las Hormigas, que escribían laboriosamente las hormigas escribanas. 


La enfermedad desconocida - Parte II


Cualquiera sabe que los cerdos son los animales más inteligentes entre todos los animales domésticos, sobre todo si han leído el célebre libro “Rebelión en la Granja”, donde los tipos encabezan una loca revolución.
Por eso se reunieron a deliberar, apenas se supo que el hermano mayor de la familia había muerto y otros dos parientes estaban enfermos.
-¿Qué está pasando?- Preguntó el cerdo jefe -¿Alguno tiene idea? ¿Es la Peste Porcina?
-¡No!- Grito el cerdo médico -¡Dios nos libre de esa enfermedad! Esto es algo nuevo. Muy contagioso, pero que por suerte no causa demasiadas muertes.
-No causará muchas muertes, pero se lo llevó a hermano mayor, con todo lo que precisábamos sus sabios consejos. No podemos darnos el lujo de perder gente de la piara. Todos somos valiosos- Argumentó el cerdo sentimental.
-¿Y qué podemos hacer entonces?
-¡Yo tengo una idea!- Dijo el cerdo consejero -¡Tenemos que escaparnos!
Así fue como la piara comenzó un descontrolado viaje sin rumbo. Cada vez que aparecía un nuevo enfermo, lo dejaban al cuidado de un cerdo enfermero y el resto escapaba a la carrera, sin saber que el gérmen viajaba con la piara todo el tiempo.
Anduvieron cruzando campos, sierras, arroyos, lugares sin pasto y otros con buena comida. Siempre escapando. Y siempre enfermando.
Al cabo de algunas semanas la enfermedad desapareció.
El virus había pasado imperceptiblemente por el cuerpo de casi todos los miembros de la piara. Algunos enfermaron algo más gravemente pero se recuperaron, y murió menos de uno cada mil cerdos compañeros por esta causa.
Pero la piara quedó diezmada. Muchos murieron de hambre, de sed y de fatiga, por la interminable huída, y la vida de los cerdos nunca volvió a ser igual.

La enfermedad desconocida - Parte III


Hortensio Guzmán siempre fue un productor lechero de avanzada. Asesorado por los mejores expertos, y habiendo leído casi todas las publicaciones de vanguardia, se consideraba a sí mismo un ejemplo para los compañeros de la misma actividad.
Por eso, cuando la nueva enfermedad comenzó a azotar a todos los rebaños conocidos, tanto de leche como de carne y de todas las razas posibles, rebuscó la opinión de sus consejeros y decidió tomar medidas drásticas con sus dos mil vacas lecheras.
Trabajosamente construyó un “enrejado eléctrico”, poniendo a cada vaca en una mínima parcela delimitada por electropiolín. A cada una le colocó un recipiente para el agua y otro para la comida, y día tras día se encargó de repartirles su ración.
A pesar del aislamiento, las vacas fueron enfermando lentamente. Cada afectada era llevada con todos los cuidados a un lazareto, donde se la atendía sin medir los gastos.
Nada parecía detener a Hortensio en su afán de salvar a sus vacas.
Pero poco a poco, todo fue mermando. Las fuerzas de Hortensio y sus ayudantes ya no eran las mismas. Les costaba levantarse para dar de comer y beber a dos mil vacas por día y además, atender a las enfermas. Tenían el cuerpo molido.
Se fue terminando la reserva de pasto y no había posibilidad de comprar más, porque las vacas no producían y ya no entraba dinero en el tambo. Empezaron a elegir cuales comerían y cuáles no, hasta que un buen día, las famélicas y desesperadas lecheras, arremetieron contra los alambres electrificados, destruyendo para siempre el prolijo trabajo de Hortensio. Y no pararon de correr por el campo buscando no se sabe qué, porque ya la gente no podía hacer más nada.
Después de algunas semanas, la enfermedad terminó tan de golpe como había empezado, el virus había circulado sin mayores consecuencias por casi todas las vacas. Algunas enfermaron más gravemente pero se recuperaron, y solo murieron por la peste dos vacas de las dos mil del campo.
Pero el tambo había muerto para siempre.  

Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...