martes, 19 de abril de 2016

¿Proteccionistas o agitadores mediáticos?


¿Que clase de mariconería les ha atacado a todos los pseudoproteccionistas de Argentina? ¿Será un mal mundial?
En poco tiempo tuve contacto con dos casos fatales. En el primero, una sensible señora que paseaba con su perrito por un camino en las afueras de Tandil, vio una yegua feamente lastimada en una pata, dentro de un predio privado. La yegua es de un veterinario conocido, que la estaba tratando desde un tiempo atrás. La señora en cuestión, pensó que el animal estaría sufriendo demasiado, entonces lo denunció al Colegio de Veterinarios, luego al Municipio de Tandil y finalmente terminó amenazándolo por Facebook con hacerle daño a sus hijos, para que se diera cuenta de lo que era sufrir.
El otro caso es de un colega muy querido que viajó a B. Aires por un trámite, con un amigo y con su perro. Cuando llegó a destino, puso a su perro en la caja de la camioneta y lo cubrió con la lona que traen esos vehículos. Esa vez pasaron dos sensibles niñas que vieron al animal asomando el hociquito por un hueco, llamaron a la policía, la policía llamó a mi amigo, porque su mascota tenía colgando del collar una chapita con su número de teléfono, y allí mismo, en la calle, comenzó un incordio de dos meses, en los que se comió insultos, amenazas, peroratas sin sentido y mil estupideces mas.
¿Saben qué? Estoy podrido de esta gente que no sabe nada de animales.
Protestan por las carreras de galgos, las cuadreras, las jineteadas, los cortes de orejas y colas de cachorros, el uso de caballos para el trabajo, el sacrificio de perros dañinos y cuanta cosa afecte su alma sensible.
Los dueños de caballos y perros deportivos, y de animales para pruebas gauchas, los cuidan y entrenan con esmero y dedicación. Los quieren tanto o más, que los que usan las mascotas solo para compañía y las confinan en coquetos departamentos.
Los cortes de oreja y cola de los cachorros se hacen en muchas mejores condiciones de asepsia y antisepsia, que tantísimos destrozos corporales que se autoinflingen los humanos.
Los caballos se utilizan para el trabajo, el deporte y la guerra desde hace milenios, así que no me parece mal que sigua esa linda yunta entre el hombre y el equino.
Para terminar el rosario les digo que ¡Sí hay perros peligrosos! No me vengan con la pavada de que un perro, si está bien criado nunca hará daño. En este caso, la enorme cantidad de heridos, mutilados y muertos que dejan todos los años, los perros de razas peligrosas, me eximen de mayores comentarios. Son indefendibles.
Por lo tanto, aquí va este grito fuerte: ¡Juira proteccionistas! ¡No molesten!
Limítense a estar atentos a las verdaderas herejías. Las que sufren tanto los animales como los humanos.  


lunes, 18 de abril de 2016

El flechazo de Micaela

Micaela Rodríguez estaba parada justo detrás de Beto en el momento en que el hombre, pleno de fortaleza y decisión, armó el lazo y comenzó a revolear, esperando a que los bandidos motochorros quedaran a tiro, para tomarlos en un movimiento inolvidable.
Fueron instantes llenos de tensión. Un voltaje misterioso y envolvente que atrapó a los ocasionales espectadores de tremenda captura. Todo duró uno o dos minutos, pero el tiempo pareció detenerse casi a nada, y correr tan despacio, que cada segundo quedó grabado en la memoria de todos.
Micaela sintió que su corazón se prendía fuego y no pudo ya dejar de mirar esas espaldas formidables, esos brazos curtidos y al hombre todo, que desde ese momento, sería su hombre.
Lo siguió cuando Beto, aprovechando el revuelo de la llegada y captura de los ladrones, se escabulló del lugar. Con una astucia y osadía que a ella misma sorprendieron, pudo mantenerse a regular distancia del fugitivo, hasta ver la casa en la que entró el misterioso enmascarado.
Con la tenacidad y locura que regala el amor desesperado, en pocos días fue armando el rompecabezas. Supo que la casa había sido de una viejita que al morir, la dejo en herencia a su único sobrino, Alberto Menéndez. Se enteró de que el muchacho vivía en el campo, muy cerca del pueblo de San Manuel. A través de un conocido, averiguó que Alberto había renunciado a su trabajo un mes antes y que se había mudado a Mar del Plata. Le contaron también de algunos desarreglos cerebrales que provocó la TV y sus historias, en el bueno de Beto, pero también se enteró de la fama de hombre íntegro y campero que había cosechado en sus años juveniles.  
Cada dato que capturaba, bordaba un nuevo punto en el amor imperioso de Micaela. Entonces empezó a espiar sus movimientos. Sus salidas, sus compras y sus gustos. Y esperó el momento de ver de nuevo en acción a su héroe.

Dos noches salieron en busca de aventuras. Beto con su traje de fajina y ella siguiéndolo embobada. Pero no hubo acción... Continuará  

jueves, 14 de abril de 2016

El extraño caso de Benito Aguirre

Hace años que se habla en toda la zona del caso de Benito Aguirre. Todo empezó una mañana en que Benito puso en marcha su Ford Falcon `73, color verde militar, y lo dejó calentando en la puerta del galpón, antes de salir para el pueblo. Se tomó los últimos mates, revisó la billetera para asegurarse de que llevaba todo el dinero que precisaba para los mandados, se subió al auto y arrancó despacito.
En cuanto dejó atrás la tranquera y empezó a tomar velocidad, las vio. Sobre el torpedo color negro del viejo Falcon, se distinguían apenas, montones de cagaditas de rata y varias chorreadas de orina que les hacían juego. Fue tal su sorpresa que sacó la vista del camino y casi vuelca en la maniobra.
Cuando volvió al campo, se pasó un rato largo tratando de encontrar al visitante. Levantó los asientos, revisó los pisos, espió en todos los rincones del tablero y los recovecos del auto, que no eran tantos, pero la rata no apareció. Creyó que se había ido.
Al día siguiente, apenas se levantó, fue hasta el galpón con la linterna y sin abrir las puertas del Falcon, enfocó la luz a través de las ventanillas. Sobre el asiento trasero lo miraba una enorme rata color marrón, que no tardó en desaparecer. Enfurecido, Benito llenó el piso de su máquina con venenos de distintos colores, durante tres días seguidos, hasta que vio que el animal ya había dejado de comer. Pensó que seguramente habría muerto en algún lugar del campo. Pero no. Tardó dos días en aparecer el olor fétido y asqueroso de la rata muerta. Trató de encontrarla de nuevo, pero por más que hizo mil maniobras, no pudo dar con el cadáver. Ya nadie quiso subir al auto de Benito. El olor era demasiado fuerte, repugnante y como se verá después, enfermante.
Al principio, el hombre tuvo que hacer fuerza para pilotear soportando la baranda aquella, pero con los días pareció que no solo se acostumbraba sino que, hasta lo disfrutaba. Pero algo cambió. Primero se lo vio con la barba crecida y el pelo revuelto. Dejo de bañarse. Ni siquiera se lavaba las manos, que llevaban restos de tierra, sangre de las carneadas y otras porquerías. Después se le fueron hundiendo los ojos, y en dos o tres días más, se le cayeron casi todos los dientes. Se le arrugó la piel y terminó por andar descalzo y con la ropa hecha pedazos.
Como a la semana de no aparecer por el pueblo, algunos vecinos se fueron hasta el campito de los Aguirre y, después de mucho buscar, encontraron a Benito muerto dentro del auto, hecho un ovillo sobre el asiento trasero. Tuvieron que usar máscaras de fumigadores para sacar el cuerpo del hombre, tan fuerte era el insoportable olor que salía del Falcon.

Dicen que todavía, veinticinco años después, el galpón de los Aquirre conserva el aroma de aquellos días. Al auto lo prendieron fuego en el medio de un potrero arado. 

lunes, 4 de abril de 2016

Se va la segunda

Fueron pasando los días tranquilamente para el nuevo campeón de la justicia, hasta que una mañana, cuando salió de la casa para hacer los mandados, se encontró con su vecina que barría la vereda. La viejita vivía sola y estaba muerta de miedo por los motochorros que estaban haciendo de las suyas en el barrio. Ya habían asaltado a dos personas en la misma cuadra, y a varias más en las dos o tres manzanas vecinas. Siempre con la misma rutina y horarios, que era lo que más bronca daba a la gente, ya que la policía no parecía tomar en cuenta esos detalles para reforzar la vigilancia.
¡Ahí están los próximos! Pensó Beto.
La cuestión es que los malvivientes eran bastante madrugadores, porque todos los golpes los hacían a la mañana temprano y casi siempre sobre mujeres que esperaban el colectivo para ir a trabajar.
Ese martes, Beto se levantó alrededor de las cinco de la mañana y preparó los primeros mates. Pensaba patrullar las dos o tres calles más golpeadas por los motochorros. Tal vez tuviera suerte. Cuando empezó a clarear, se puso su nuevo uniforme de batalla y salió decidido a jugarse una vez más.
Pero caminó casi dos horas y de los bandidos ni noticias. La gente que lo veía con tan exótica vestimenta, respetuosamente cambiaba de vereda por precaución. Pero en un instante todo se precipitó. En la cuadra siguiente a la que caminaba nuestro amigo, se vio un tumulto y una mujer que luchaba desesperada y a los gritos, contra un tipo grandote que quería quitarle algo que llevaba en la mano. Esa resistencia le dio tiempo a Beto a planear su jugada. El ladrón consiguió por fin arrancar un bolso a la mujer y corrió hasta la calle donde lo esperaba el socio con la moto preparada para huir ¡Justo hacia la esquina donde estaba Beto!
Pero el hombre ya había preparado el lazo trenzado que tantas veces le hiciera ganar premios en los concursos de pialada y lo revoleaba con elegancia suprema, esperando el momento de tirar. Sabía que se jugaba todo a un tiro, pero con nervios de acero y vista de aguilucho, buscó el instante preciso para actuar.
Los ladrones, que seguramente nunca habían visto lo que era un lazo, o tal vez cegados por la adrenalina del momento, ni calcularon lo que estaba por hacer aquel tipo, medio mamarracho, parado en la esquina cerca del cordón de la vereda, con un brazo en alto y revoleando una cuerda.
Pasaron como a 70 km/h al lado de Beto, pero ya la armada bien grandota del lazo volaba inexorable hacia ellos. Y los tomó limpitos, mientras el héroe echaba verija sobre el asfalto. Los testigos contaban después, que fue un momento inolvidable. El lazo se cerró, se tensó, y se vio a los dos cuerpos volar por el aire mientras la moto, ya sin jinetes, corría a estrellarse contra un poste.
Del resto se encargaron los vecinos. Mientras los atontados delincuentes aguantaban una lluvia de golpes y patadas, llegó la policía para arrestarlos. Se tomó declaración a más de treinta personas y todas coincidieron en resaltar el acto heroico de Beto, que para acrecentar su fama y antes de desparecer discretamente, dejó caer como al descuido un montón de tarjetitas hechas a mano, donde se leía “SB auxiliar de la justicia no convencional”.
Al otro día, el Diario resaltó el suceso en la primera página y las radios empezaron a hablar del misterioso personaje, capaz de pelear contra fieros malandras con una alpargata o un lazo.  



sábado, 2 de abril de 2016

La primer hazaña

Así vestido, decíamos, y con un armamento tan extravagante, Beto inició su carrera como “auxiliar de la justicia no convencional”.
El remisero que lo llevó hasta la peatonal no dudo ni por un segundo, que llevaba un pasajero a una fiesta de disfraces. Lo único que no le gustó fue el tremendo cuchillo que Beto sacó de su cintura y colocó prolijamente sobre su falda, para no lastimar el tapizado del auto.
Una vez en el lugar de la acción, y sin saber muy bien cuál sería la primer hazaña, se dedicó a recorrer a tranco firme las cinco o seis cuadras que van de la plaza al mar, ida y vuelta sin parar. Los que todavía circulaban por la calle a esa hora ya medio avanzadita de la noche, se sorprendían al ver semejante figura, pero increíblemente, tal vez por la altura y el tamaño de Beto, nadie se animó a decir una palabra y menos a burlarse de nuestro amigo.
¡Hasta que sucedió!
Llegando casi a una esquina, se empezaron a escuchar gritos desesperados de mujer y pronto se vio lo que pasaba. Un tipo de mala facha arrastraba a una chica de los pelos, mientras le daba patadas donde podía. La pobre chillaba como una loca, pero los tres caminantes ocasionales que se acercaron a prudencial distancia, se limitaron a mirar sin intervenir, mientras se consumaba la paliza. Como una sombra, y adelantándose a Beto, apareció una mujer policía que intimó al agresor con voz aguda, pero el guacho, en lugar de parar el castigo, se limitó a darle una cachetada que le hizo volar la gorra ¡Fue la gota que rebalsó el vaso!
-¿No escuchaste a la señorita, maricón?- Gritó Beto bien cerca de la oreja del delincuente que estaba enardecido, pero se ve que no era estúpido, porque por un momento largó los pelos de su víctima y se dio vuelta para encarar a Beto.
-¿Y a vos que te pasa muñeco?-
-¡Me pasa que a las basuras como vos las cago bien a palos, para que nunca más se animen a hacer estas porquerías!-
El tipo se largó ciego sobre Beto para tratar de pegarle, pero ya la cosa estaba decidida. La herramienta que eligió el héroe para palicear al degenerado fue su alpargata derecha. Y tal como hacía El Zorro, empezó a canchar entre risas al agresor y a darle semejante soba que pronto el desgraciado sangraba hasta por las orejas. Ya se había juntado un montón de curiosos que seguían divertidos la pelea y alentaban al salvador inesperado.
La fiesta terminó cuando llegaron refuerzos en un patrullero, alertados por la mujer policía, y se llevaron esposado al desfigurado agresor, con cargos como pasar unos cuantos días preso y golpes como para recordar toda su vida.
Cuando quisieron agradecer a Beto, sobre todo la mujer golpeada, por su valiente accionar, se dieron cuenta que el hombre había desaparecido.
Al día siguiente, el Diario La Capital, al hacer una pequeña crónica del suceso, por primera vez habló del “auxiliar de la justicia no convencional”. Beto leyó la noticia mientras esperaba que lo atiendan en la verdulería y se puso contento. La cosa iba bien… Continuará



Lo que se viene

  Me pasa muy seguido de querer ponerme a escribir notas, artículos técnicos o relatos, tal como hago desde hace muchos años, y encontrarme ...