miércoles, 30 de junio de 2021

Las dos cartas

 

Hace unos treinta años, vivía en una casita humilde “al otro lado de las vías” en San Manuel, un tal Juan Almirón. Hombre curtido en los trabajos más duros del campo. Supo andar sacando papas, alambrando, arreglando molinos o esquilando a tijera. Cuando sintió que la cortadora de ilusiones estaba cerca, llamó a su lado a sus hijos Mario y Alberto, y con el último hilo de voz, les hizo varias recomendaciones de vida, y les indicó un lugar, al pie de la sierra de la piedra misteriosa, donde había escondido algunas cosas que les iban a servir. Al rato nomás se despidió tranquilamente y se murió.

Terminados los rituales del velorio y el entierro, Mario y Alberto se fueron a buscar aquello prometido. Después de una mañana de rastrear el lugar y revolver los pajonales, por fin se toparon con una bolsa de arpillera metida entre unas piedras, en una especie de pequeña cueva natural cubierta con curros espinosos. Dentro de la bolsa había una primorosa y antigua caja.

La sorpresa fue tremenda cuando al abrir la caja, la encontraron llena de joyas de oro y pedrerías de valor incalculable. Había también algunas viejas fotografías con gente desconocida y una carta doblada cuidadosamente. Al abrirla cayó otro papel más chiquito.

Leyeron con sorpresa creciente en la primera carta:

Querido Juan:

            Tenés que saber que si por mí hubiera sido, vos hubieras crecido con nosotros en la Estancia. Pero Don Marcelo Figueiras decidió casarse conmigo, a pesar de ser madre soltera y una pobre sirvienta, a cambio de que vos desaparecieras. Por eso te mande, con solo dos añitos, a la casa de tu tío Ramón en San Manuel. El me prometió criarte y cuidarte hasta que fueras mayor. Creo que cumplió porque saliste derecho y trabajador.

            Pero mi vida con este hombre fue un infierno. Mujeriego, tomador empedernido y muy violento, me trató como a un perro siempre. Y nunca tuve coraje para escaparme. Solo ahora que me estoy muriendo, me animé a sacar de su caja todas estas joyas, para hacértelas llegar con un conocido de tu zona.

            Espero que sirvan para mejorarte la vida, porque ya no pido ni merezco tu perdón.

Con inmensa tristeza y arrepentimiento         Mamá

-¿Qué raro no?- Dijo Mario –Papá nunca nos contó esta historia ¿Por qué no habrá usado estas joyas?

-¡Quien sabe! Pero lee el otro papelito ¡Capaz que nos aclara algo!

Y leyeron:

Queridos hijos:

            Ya ven como son las cosas. La mujer que decía ser mi madre me mandó estas cosas, pero mis verdaderos padres fueron el tío Ramón y la tía Marita, así que todo esto no es mío. Hagan lo que quieran. Yo los estaré acompañando desde arriba.

            Los quiso mucho                Papá

            Bajaron de la sierra con lágrimas en los ojos. Al otro día se tomaron el micro Río Paraná con rumbo desconocido y nunca más volvieron a San Manuel. Después de muchos años, los encontró de casualidad un vecino del pueblo. Eran los orgullosos dueños de un gran hotel en Córdoba y de la Agencia Ford de aquella ciudad. El hotel se llamaba “Las dos cartas”


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