lunes, 20 de enero de 2020

Arreo en la sierra



¡Mañana salimos temprano para aprovechar la fresca! Fue la orden de Rogelio a los tres peones de a caballo, que iban a tratar de encerrar el lote grande de vacas en el cerro Cabeza de Indio, a la vista desde San Manuel.
A las cuatro y media de la mañana ya habían tomado mate y ensillado. Comenzaron a subir la sierra por un sendero que los caballos conocían de sobra. En fila. Despacio. Charlando de esto y de aquello. A las cinco empezó a aclarar, y al rato ya andaban por la meseta plana que coronaba el cerro, y se extendía hasta Licenciado Matienzo, en un interminable revoltijo de plantas espinosas, pajonales, arbolitos de Curro y cardos de todos los tipos y colores.
Cuando llegaron al claro donde se juntaban los animales a tomar agua de un gran manantial, decidieron separarse para ir arreando las vacas con ternero hacia ese mismo lugar, y de ahí empezar a bajarlas por algún caminito. El día pintaba muy caluroso. Ya eran las siete y se sentía.
Manuel Alvarado eligió ir por el faldeo de la sierra que mira hacia San Manuel. Empezó a encontrar las primeras vacas y de a poco las fue llevando hacia el centro, para volver después al faldeo y seguir buscando. Como a las nueve, el sol empezó a pegar fuerte. Manuel se bajó del caballo a orinar y al pisar sintió blandura. No tuvo tiempo de hacer nada. Había caído justo sobre tres víboras Yarará. Una mordió al zaino en una mano y otra enterró los colmillos en el gemelo izquierdo de Manuel. Los dos pegaron un salto. El caballo salió disparado y se perdió entre los matorrales y Manuel, ya lejos de las víboras, tomó conciencia del peligro. Un dolor quemante le subía por la pierna. Gritó y chifló enloquecido, tratando de llamar la atención de sus compañeros, pero nadie lo escuchó. Sudaba fuerte y sentía la pierna dura. El dolor se hizo insoportable y ya no se pudo mover. Se sentó al sol. Ardía. Se tendió en el pajonal temblando y esperando. Y la muerte llegó puntual.
Recién al otro día lo encontraron los perros. Ya todo el cuerpo estaba descompuesto y comido por los zorros y peludos.

El hombre y el teléfono

  Cualquier empleado de campo, por más rústico que aparezca, anda con su teléfono celular en el bolsillo. La mayoría de los menores de 30 añ...