El día de la salida
Entrando en la Provincia de La Pampa
Llegada a General Pico
Parecía
que ya estaba todo terminado, pero el viaje tenía unas cuantas sorpresas más.
Ya les conté que dejé la bici en la veterinaria de Miguel Pechin, despidiéndome
con tristeza, y que encaré la tarea del regreso a San Manuel. Cosa
aparentemente simple. Dejé el hotel Caui en General Pico a las 9 de la mañana,
rumbo a la terminal de ómnibus, sin saber bien para donde salir. Al final, tomé
un micro de Andesmar hasta General Villegas. A las 12.10 estaba ahí. Enseguida
me puse a buscar algo que me llevara a Tandil, pero hasta las 2.30 de la
siguiente madrugada no había nada. Entonces, y como ya estaba listo para
zarpar, abordé otro micro de la empresa Las Grutas que me llevaría hasta Bahía
Blanca, calculando que allí encontraría montones de servicios para Tandil.
Error. La única empresa que va de Bahía a Tandil es Río Paraná y no salía hasta
las 8.15 del día siguiente. Por suerte, Guillermo Martínez me dio un lugar para
hacer noche, me agasajó espléndidamente, y al otro día tempranito me presente
en la muy linda terminal, para enterarme que ¡Rio Paraná estaba de paro! ¡Increíble!
Entonces me tomé otro micro, pero esta vez a Necochea, y allí me fue a buscar
Juan, para recorrer los últimos 120 km hasta mi casa. Me llevó 38 horas el
regreso, y gasté en pasajes casi más plata que en toda la travesía.
Reflexionando
sobre lo vivido en estos días, me quedan algunas ideas.
Tema
bicicleta: Ese fue un asunto muy conversado con la gente que se iba enterando
del viaje. La mía es muy antigua y simple. No tiene cambios ni firuletes. Solo
le puse cubiertas nuevas y un asiento cómodo para un viaje así. El resto
original. Y cumplió con creces. Hicimos 620 km rodando por tierra y asfalto, y
nada se rompió salvo la cámara de la rueda trasera que se desintegró después de
llevar recorridos 72 km en el día, a las tres de la tarde, cuando hacían 35
grados ¡Más que justificado!
Nadie
le tenía fe a la pobre, pero debe ser cierto lo que me dijo un ciclista belga
que encontré en la ruta, sobre que las bicis viejas son interminables. El tipo
me pidió permiso para sacarle una foto. Seguramente se estará riendo con algún
amigo europeo. Lo que quedo demostrado es que en cuestión de bicicletas lo importante
es el motor y que toda esa enorme variedad que existe casi para cada actividad,
es producto de la industria, que hace lo posible por crear necesidades donde no
las hay. Y los humanos compramos.
Lo
mismo pasa con los accesorios. Se ofrecen cada vez más cositas para el que
gusta del ciclismo. Pero son cosas prescindibles. Hice este viaje tal y como
anduve tantos años en bicicleta. Sin casco, sin anteojos, sin ropa deportiva, sin
alforjas ni elementos especiales y llevando agua en una botella plástica de
tres litros. Y alcanzó bien con lo que llevaba. Podría haber seguido mucho más
¡Ni siquiera me paspé!
Otro
tema de charla fue el entrenamiento. No soy ciclista y no andaba en bicicleta
desde hace unos 30 años. Ni siquiera di una vuelta a la manzana con todo el
equipo que llevaría en el raid. Solo le tomé el pulso en el momento que salí. Y
descubrí que el cuerpo es como la plastilina que se va amoldando de acuerdo a
las presiones. Los primeros días estuve un poco desbordado. Tomaba alrededor de
9 litros de agua por jornada, y comía sin orden, pero poco a poco me fui
acostumbrando, y sobre el final, consumía mucho menos agua y había encontrado
mi ritmo, pudiendo hacer tranquilamente 70 u 80 km diarios a una velocidad de
alrededor de 13-14 km/hora viento en contra, o 18-19 con viento a favor.
Resumiendo,
fue una aventura muy gratificante y un espléndido regalo para mi cumple número
60. Agradezco a tanta gente que me fue ayudando en el camino, con invitaciones
a su casa, con ricas comidas y con palabras de aliento en las redes ¡Hasta la
próxima!