viernes, 22 de enero de 2010

La víbora y el cocinero


Desde que aprendí a reconocer los ofidios de la zona gracias a un buen libro que me prestaron, empecé a agarrar con confianza cuanta culebra se me cruza. Y a pensar macanas.
Muchas veces hice algunas bromas pesadas, aprovechando el pánico que les tiene la mayoría, pero ese día me salió mal.
Volvía para almorzar en la casilla. Había estado aporcando toda la mañana. Hacía calor y allá se iba una Clelia rustica, de lo mas campante por el camino. Me bajé de un salto del tractor, me la metí en el bolsillo de la camisa Grafa y seguí viaje.
Cuando llegué al campamento ya estaban los demás esperando que Pipi, el cocinero, sirviera el estofado. Me lavé y me senté a la mesa. Empezamos a charlar boludeces como siempre y cuando Pipi, un tipo bastante jodón de unos 50 años se acercó, tocando el bulto del bolsillo de mi camisa le dije ¡Che Pipi! ¿A que no sabés lo que tengo acá? ¡Si adivinás te regalo una parte!
Pipi tocó el bulto blando pero no se daba cuenta de lo que era -¿Arena?- Preguntó -¡Nó!- Le contesté -¿Un pichón de paloma?- -¡Menos!- Le dije -¡Y que se yó! Dejame de joder- Y dió media vuelta para irse -¡Mirá!- Lo apuré, y se acercó. Cuando abrí el bolsillo, la vibora sacó la cabeza y lo saludó con su lengua bífida.
¡La mierda! ¡Como se calentó! Yo quise alejarme pero me alcanzó con tremenda patada, que casi me deja sin tractorear por un tiempo, mientras los demas se descostillaban de risa.
¡En fin! ¡Cosas que pasan en el campo! Dice el refrán

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