jueves, 14 de enero de 2010

Lugano vuelve a la selva


Algunos de los Yabitos amigos de Lugano
Y les contaba antes que...
...Y entonces Lugano se acordo de los Yabitos.
La selva era el único lugar donde podría encontrar amigos de verdad y recuperarse de sus heridas, mientras pasaba el tiempo de andar huyendo.
Le dijo a Marina que manejara hacia Corrientes sin parar. Acostaron con cuidado a Alicia en el asiento trasero, y él se dejó caer en el del acompañante. Las horas pasaron en una nebulosa. Cerca de las 8 de la mañana pasaron por Corrientes capital. Cargaron combustible y Lugano, en un estado de semiinconciencia, y con terribles dolores en la herida que no dejaba de latirle, le indicó a Marina la forma de llegar a la zona de la estancia "El Totoral", y al lugar donde podrían cruzar el río para caminar hasta el campamento de los Yabitos. Alicia, que al principio se quejaba debilmente ya no se movía ni emitía sonidos ¡Debe estar dormida! pensó. Y siguieron viaje. A mediodía estaban frente al río en el mismo lugar donde pararon con la gente de Pfizer la vez que llegaron en la combi. Estaban destrozados. Lugano había perdido mucha sangre y caminaba con dificultad. Cuando quisieron bajar a Alicia se dieron cuenta de que había muerto. Estaba muy pálida, y la muerte la había encontrado placidamente, porque ya no había rastros de sufrimiento en su cara. Marina y Lugano cayeron de rodillas llorando. Fué ella la que de pronto se incorporó secandose las lágrimas y empezó a decidir que hacer. Bajaron el cuerpo de su hermana y lo arrastraron hasta un lugar escondido entre los árboles y arbustos. Lo arreglaron lo mejor posible y lo cubrieron con gruesas ramas y algo de tierra que sacaron con las manos. Despues se arrodillaron y rezaron por su alma, y por fin ella empujó a Lugano, que ya estaba rendido, hasta el río, donde le lavo con cuidado la enorme herida. Esto los reanimó un poco, así que cruzaron el agua y se internaron en la selva con paso vacilante. Lugano dirigía y ella le hacía de bastón. Cuando cayó la noche cayeron ellos también, pero rendidos de cansancio, y se durmieron abrazados.
Los despertaron las caricias de unas rústicas manos que les frotaban la cara y los hombros. Era el "médico" de los Yabitos haciendo su trabajo. Los habían encontrado al amanecer y reconocieron a su amigo Lugano en aquel cuerpo desfigurado. Estaban construyendo unas angarillas con ramas para llevarlos a su lugar en la selva. Lugano dejo caer la cabeza aliviado y se dejó hacer mientras apretaba fuerte la mano de Marina.
Continuará




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