La maroma es una atadura de alambre que impide que dos palos de un corral o de un alambrado se abran con el paso del tiempo.
Cuentan que Don Juan Manuel de Rosas era el mas cojudo de todos los paisanos de aquel tiempo para saltar de la maroma. El tipo se colgaba de una bien alta a la salida de un corral de palo a pique, y cuando estaba acomodado, se largaban los potros al campo. Las bestias salían bufando y disparando a lo loco. Entonces el Restaurador elegía cualquiera de los cuadrúpedos y cuando pasaba en toda la furia debajo de él, se descolgaba sobre el asustado animal y salía jineteando hasta que el bicho ya no pudiera correr más. Esta hazaña es algo terrible y cualquiera que sepa lo podrá ratificar. Si uno erra el salto puede caer entre las patas de decenas de potros a la disparada y no contar el cuento, sumado a esto que despues de caer bien, hay que prenderse en pelo a un animal enloquecido... ¡En fin! Cosas bravas y gente brava.
La cuestión es que un día llegué a cierta manga a revisar un toro que tenía una fractura de miembro (tecnicamente se dice verga pero tengo miedo de ofender alguna sensibilidad con esta palabra). El animal estaba encerrado y yo me acerqué a hacerle una primera inspección.
-¡Uh!- Le dije al encargado -Esto está complicado. Le voy a hacer unos lavajes prepuciales y veremos que pasa- Me paré y, para no perder la costumbre, salí corriendo hasta la camioneta para buscar los elementos.
¡Y claro! En la pasada, a la salida del corral, había una bonita maroma de alambre oxidado, del mismo color de la tierra de los corrales, y como es lógico para un bolas tristes ¡Ni la ví!
Sentí el golpe en el medio de cara y el cuerpo se me puso horizontal en el aire, con los pies para adelante, y caí de espaldas ¡Que golpe! Enseguida me puse la mano en la cara y noté que me salía sangre a borbotones de la boca -¡Sonamos!- Pensé -¡Me bajé todos los dientes!- Pero nó. Solo me había despegado el frenillo del labio inferior hasta la punta de la pera.
Ariel, el encargado, trató de consolarme diciendo: -¡Que lo parió! Hace unos días se lo llevó puesto también el ingeniero. Vamos a tener que sacar ese alambre-
-¡Y sí!- Le dije yo. Y me volví para mi casa dispuesto a pasar unos quince días comiendo cosas blandas.
Cuentan que Don Juan Manuel de Rosas era el mas cojudo de todos los paisanos de aquel tiempo para saltar de la maroma. El tipo se colgaba de una bien alta a la salida de un corral de palo a pique, y cuando estaba acomodado, se largaban los potros al campo. Las bestias salían bufando y disparando a lo loco. Entonces el Restaurador elegía cualquiera de los cuadrúpedos y cuando pasaba en toda la furia debajo de él, se descolgaba sobre el asustado animal y salía jineteando hasta que el bicho ya no pudiera correr más. Esta hazaña es algo terrible y cualquiera que sepa lo podrá ratificar. Si uno erra el salto puede caer entre las patas de decenas de potros a la disparada y no contar el cuento, sumado a esto que despues de caer bien, hay que prenderse en pelo a un animal enloquecido... ¡En fin! Cosas bravas y gente brava.
La cuestión es que un día llegué a cierta manga a revisar un toro que tenía una fractura de miembro (tecnicamente se dice verga pero tengo miedo de ofender alguna sensibilidad con esta palabra). El animal estaba encerrado y yo me acerqué a hacerle una primera inspección.
-¡Uh!- Le dije al encargado -Esto está complicado. Le voy a hacer unos lavajes prepuciales y veremos que pasa- Me paré y, para no perder la costumbre, salí corriendo hasta la camioneta para buscar los elementos.
¡Y claro! En la pasada, a la salida del corral, había una bonita maroma de alambre oxidado, del mismo color de la tierra de los corrales, y como es lógico para un bolas tristes ¡Ni la ví!
Sentí el golpe en el medio de cara y el cuerpo se me puso horizontal en el aire, con los pies para adelante, y caí de espaldas ¡Que golpe! Enseguida me puse la mano en la cara y noté que me salía sangre a borbotones de la boca -¡Sonamos!- Pensé -¡Me bajé todos los dientes!- Pero nó. Solo me había despegado el frenillo del labio inferior hasta la punta de la pera.
Ariel, el encargado, trató de consolarme diciendo: -¡Que lo parió! Hace unos días se lo llevó puesto también el ingeniero. Vamos a tener que sacar ese alambre-
-¡Y sí!- Le dije yo. Y me volví para mi casa dispuesto a pasar unos quince días comiendo cosas blandas.
No me digas que al gaucho no te dio ganas de decirle y que carajo esperas para sacarla.....ah ya se tenia una Daga de medio metro en la cintura y vos preferiste cuidar el cuerpo,je,je,je.Saludos.
ResponderEliminary eso que tu altura no te delata de lejos!!!!
ResponderEliminarv.m.
¡Ahijuna! ¡Que comentario ladino el de V.M.!
ResponderEliminarSi supiera quien es lo alzo en la punta de mi facón y limpio las chorreaduras de sangre en cualquier matita de pasto verde... Ja Ja
Que bueno!!! Me recuerda a mis viejas buenas épocas cuando siempre tenias alguna historia para contarnos.
ResponderEliminarA mi, no hace mucho tiempo me paso lo mismo pero la maroma me la puse en el medio de la frente. Nico S.