Pido perdón a los que leyeron mi libro porque lo que sigue está allí publicado. Viene a cuento en estos días de debate sobre como hacer para que los alumnos puedan ver los partidos del mundial. Los que estamos en una posición observable, por mínima que sea, deberíamos dar ejemplo muy claro de cuales son las prioridades.
Dice así este relato...
¡Son varias mis pasiones! ¡Y diversas!
Una de las grandes e inconmovibles es el fútbol, y más todavía, el glorioso Boca Juniors.
¡Será genético!
Contaba mi madre que el abuelo Jorge, mientras ella me acunaba en su vientre, juraba que lo primero que haría, apenas yo viera la luz porteña, sería hacerme socio de Boca, como era él desde su juventud. El pobre murió unos meses antes de mi nacimiento.
De chico jugué al fútbol algunos años, aunque con reconocida consistencia de madera, en el colegio de Los Capuchinos y en la Escuela Cruz de fútbol de Necochea. Jugaba de 3 como Marzolini, y como ambos éramos rubios, mientras corría rivales a lo loco, soñaba con él ¡Encima vino el campeonato del 65! ¡Y allí estaba el banderín gigante de Boca colgado en mi pieza! ¡Si hasta parecía que Silvio me guiñaba el ojo todas las noches antes de dormir!
¡Otra pasión es la docencia! Esta sí que no sé de donde me brota, pero me encanta contar cosas, y tal vez por eso es que disfruto tanto contando los secretos mas inexplicables del cerebro y sus partículas, en la Facultad de Veterinaria de Tandil.
Así son las pasiones y era inevitable que algún día se chocaran.
Era junio de 1990 y allá andaba el equipo argentino dando cátedra de coraje por Italia. El Diego con su pata al hombro, no dejaba de asombrar al mundo, y el narigón hacía pases de magia para que un equipo notoriamente golpeado siguiera avanzando a pesar de todo.
Ya las manos del Goico habían hecho la hazaña contra Yugoeslavia, solo para dejarnos cara a cara con los tanos ¿Y ahora? La verdad que pensé ¡Y creo que no fui el único! Que esta vez no nos salvaba nadie ¡Ni el Diego!…
Llegó el día del partido, pero también llegó el día de la mesa de finales de Neurofisiología ¡Que mala suerte! ¡Justo hoy! ¡Ojalá no haya muchos para rendir! Pensaba, mientras hacía el viaje desde San Manuel hasta la Facultad.
¡Hola! ¡Buen día! Saludé cuando entré en la secretaría. Me dieron la planilla de examen y había 35 anotados ¡No! ¡No puede ser! Saqué cuentas, y por lo menos tenía hasta la noche, sentado sin moverme, escuchando interminables confesiones de sabiduría o desazón.
El día corría lento y la hora del partido se venía ¡Argentina-Italia! Se venía el partido y yo firme en mi laburo.
Me levanté un ratito a mediodía para comer algo en el bar y ya tenían todo preparado. La improbable fiesta era en el bar-comedor del campus, televisor mediante. Seguí con mi trabajo, y a eso de las tres, ya habían pasado veinte exámenes.
Creo que el partido empezó como a las cuatro y media, y a partir de allí lo inolvidable. La facultad, igual que el país, se despobló para poblar las mesas alrededor de la tele. Todos allí y yo tomando examen.
Los pibes, después que empezó el partido, ya no esperaban en el pasillo, ansiosos como siempre, para la pregunta de rutina ¿Qué te tomó? Estaban todos en el bar y desde allí venían corriendo, cuando el que salía llamaba al siguiente.
Y yo sufría y preguntaba mientras llenaba la libreta ¿Cómo vamos? Empatamos me decían…
Cuando el partido se moría y mis nervios se apelotonaban en el estómago, llegó uno de los alumnos, pálido como un papel de los pálidos, y me dijo -¡Póngame un uno, Spinelli! ¡Yo me voy a ver los penales! ¡JA! Le puse el uno y el tipo salió corriendo como poseído para mandar enseguida a la siguiente, una chica tal vez no tan futbolera, que fue cortada varias veces en sus respuestas, por los gritos locos que llegaban desde el comedor ¡Y por fin la fiesta! ¡Y por fin el 9 de la chica cuyo apellido no recuerdo ¡Y estaba todo bien!
Terminé de tomar examen como a las ocho de la noche, y volví para San Manuel en mi viejo Citroen, sin poder todavía enterarme de los detalles de la hazaña porque no tenía radio.
Cuando llegué a casa, mi mujer y los chicos seguían eufóricos por la actuación del Goico, y no entendían como me había perdido el partido.
Con el tiempo volví a ver esos penales mil veces y siempre fueron igualmente emocionantes, pero el orgullo de haber cumplido con mi trabajo y tener prioridades y la fuerza para cumplirlas, crece un poquito cada vez que recuerdo aquel día.
Estoy con vos doc en todo lo que decís y por supuesto en tu proceder, el problema , hoy, aparte de los chicos, es que los docentes son mas plagas que ellos y lo que menos tienen es respeto por el trabajo y sus alumnos, que obiamente son bombardeados con malos ejemplos, que va ser....como dice un amigo,!ASÍ ESTAMOS!
ResponderEliminarAbrazo doc!!!!
El "póngame un 1" fue genial!!!
ResponderEliminarAdhiero a lo de cumplir el deber, pero no había forma de acordar una pausa con los chicos al menos para ver los penales?
A Dayana... ¡Hola madrina! ¡Que bueno saber que siempre revoloteas por estos lugares! Saludos
ResponderEliminarQue voy a decir: ...Está muy bueno el relato!!!, a medida que lo leía me sentía en su piel en ese momento doc y hasta me puse impaciente!!! Tiene una suerte mágica de comicidad entrelazada con realidad, sentido de la responsabilidad, y por sobre todo nos deja un gran mensaje, que a mas de uno le vendría muy bien por cierto. Está exelente lo del 1, los del citroen. Bueno Doc espero que para este mundial no te toque pasar por esa situación... por las dudas andá viendo las fechas jaja. Saludos Laura
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