viernes, 29 de octubre de 2010

¡Muy delicado!

¡Que bronca me daba!
Cada vez que me acercaba a saludarlo y le tendía la mano, Salvador Bermejo se me quedaba mirando con el ojo perdido.
La primera vez que me lo hizo me explicó que tenía que perdonarlo ya que él no le daba la mano a los veterinarios porque…-¡Están todos llenos de pestes!- Me pareció bien. Pero cada vez que llegaba al campo me olvidaba de sus delicadezas y el tipo me dejaba nomás con la mano estirada.
Lo que no pegaba con semejantes estrecheces, era que vivía con los mocos colgando. Unos mocos entre amarillentos y transparentes que pulcramente largaba con un resoplido cada tanto. Era como que escupía por las narices. Eso sí. Sin ensuciarse las manos.
¡En fin! ¡Cada loco con su tema!

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